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Quiero
agradecer a la Universidad Veracruzana el reconocimiento que me
ha concedido con la Medalla al Mérito. Es un gran honor.
Visité la Universidad hace poco tiempo, conozco a algunos
de sus investigadores, he tenido reuniones con ellos y seminarios
inolvidables. Por eso este hecho me da un gusto enorme, además
del honor de estar más conectado con esta institución
donde he visto trabajo de primera calidad a nivel mundial. Muchas
gracias, y espero que podamos estrechar una colaboración
a partir de este momento.
Quiero compartir con ustedes ciertas inquietudes que tengo en este
momento, como científico social y como activista del Foro
Social Mundial. Lo que me impacta hoy en día es ver que vivimos
un periodo de crisis en las ciencias sociales. De alguna manera,
en muchos de nuestros países –y en los estudiantes
interesados en estudiar ese campo– hay un sentimiento de que
las ciencias sociales no están correspondiendo a nuestras
inquietudes, a los problemas de la gente; que a veces son irrelevantes
y otras son hasta dañinas; que no contribuyen a introducir
en la agenda social y política las cuestiones de justicia
social, que son cada vez más importantes.
Si ustedes miran el último informe de las Naciones Unidas
sobre el desarrollo humano, se darán cuenta de que es realmente
muy preocupante la situación mundial. En él, por primera
vez vamos a tener una información muy detallada sobre la
cuestión social, sobre todo en lo que respecta a la salud
en los Estados Unidos, en el país más desarrollado
del mundo. Y el informe es realmente demoledor, por las cuestiones
de este país, por el incremento de la pobreza, por el aumento
de la mortalidad infantil, que en esta nación se ha incrementado
en los últimos cinco años –estoy hablando de
los Estados Unidos– a tal grado que en este momento es semejante
a la de Malasia.
Esos problemas son, pues, a los que nos enfrentamos hoy, por lo
que tenemos que mirar cuáles son los instrumentos que tenemos
sobre todo en nuestros países para estudiar y también
proponer soluciones. De alguna manera, las ciencias sociales fueron
creadas para resolver los problemas sociales, pero hay conflictos
hoy en día que no parece que puedan ser resueltos con los
instrumentos teóricos y analíticos que tenemos.
El problema es que las ciencias sociales fueron creadas dentro de
un marco específico. Hoy, para nosotros hay otros marcos
analíticos que son muy importantes y que hay que articular
entre sí: el marco local, que para ustedes en México
es muy importante, y el marco global, que con la experiencia del
NAFTA, también para ustedes tiene un interés muy especial.
Por eso debemos articular estas expresiones y variables externas
y globales, pero nuestros agentes sociales no están preparados
para articular bien las diferentes escalas.
En segundo lugar, las ciencias sociales son muy disciplinarias.
Los problemas sociales son totales –lo sabemos muy bien–
y nosotros los hemos compartimentado demasiado: sociedad aquí,
política allí, economía allá. Todas
las diferentes áreas han estado muy separadas, y esta separación
disciplinaria nos parece que hoy es cada vez más peligrosa
en términos de la relevancia de las ciencias sociales.
En tercer lugar pienso que es muy claro que todas las teorías
y los conceptos que fueron desarrollados en las ciencias sociales,
llevados sobre todo a la sociología, fueron constituidos
en la base de las experiencias sociales de los países desarrollados,
por tanto, no sirven a las naciones menos desarrolladas: los países
del Sur, digámoslo así. Y no sirven porque no sólo
pueden permitir que haya investigaciones que tienen, de alguna manera,
vicios de partida y prejuicios, sino que además invisibilizan
o desacreditan muchas de nuestras realidades. Por ejemplo, si vamos
a estudiar la democracia, podemos estudiar simplemente lo que se
entiende en los países del norte por democracia. Pero nuestros
pueblos indígenas, nuestras comunidades rurales y urbanas,
tienen sistemas de gobierno distintos que debería ser importante
analizar si son o no democráticos, cómo pueden serlo
más o menos, y esos estudios raramente entran en el canon
de otros estudios.
Lo mismo pasa con la producción. La producción que
estudiamos normalmente es la producción formal capitalista,
cuando nosotros cada vez más vivimos la realidad de la economía
informal, y este fenómeno la economía no lo estudia,
es la sociología la que lo hace. Realmente, aquí hay
un problema de adecuación de las teorías y de los
conceptos a nuestra realidad, que se está incrementando digamos
hacia las relaciones Norte-Sur dentro de la ciencia. Tienden a proletarizar
cada vez más el Sur porque hay una dependencia financiera
de nuestras instituciones, hay una dependencia institucional que
es muy clara en las ciencias naturales, pero también en las
sociales, y una dependencia conceptual.
Por otro lado, sabemos muy bien que muchos proyectos científicos,
sociales, naturales del Sur son proletarizados dentro de los proyectos
internacionales, ya que crearon otra cultura de integración
horizontal de diferentes países, no una nueva cultura de
investigación social. Entonces, lo que me parece de esta
crisis es que necesitamos ir desarrollando una nueva epistemología
que dé cuenta de la diversidad epistemológica del
mundo.
Yo he propuesto dos caminos posibles: uno es lo que llamo una epistemología
del Sur. Esta epistemología tiene dos pies: el primero consiste
en analizar cada vez más en nuestros países que hay
una pluralidad interna de la ciencia. La ciencia en general y las
ciencias sociales en especial tienen una pluralidad interna enorme:
no hay una sola manera de hacer ciencia, sino varias. De hecho,
en las últimas dos décadas, por un lado las feministas
y por otro lado los teóricos poscoloniales han mostrado que
realmente hay diferentes formas de producir ciencia, por lo que
esta pluralidad interna es muy importante.
El segundo pie es lo que denomino la pluralidad externa, o sea,
las relaciones entre ciencia y otros saberes –populares, de
nuestros campesinos, de nuestros pueblos urbanos, de nuestra gente–
que de alguna manera nuestra ciencia ha destruido porque ha considerado
que no tienen ningún rigor, que no son saberes eruditos,
formalizados ni institucionalizados. Muchos de ellos no están
reducidos a escritos, pertenecen a una tradición oral, lo
cual ha contribuido a suprimir, marginar, excluir dichos conocimientos,
y esto es un empobrecimiento epistemológico del mundo porque
estos saberes no son considerados, pero la propia ciencia se empobrece
por el hecho de no ser confrontada, enfrentada, comparada y de no
poder enriquecerse de alguna manera de estos otros conocimientos.
Todo este conocimiento ha sido producido en la Universidad, y ésta
ha sido muy importante en nuestros países porque ella realmente
ha impulsado proyectos nacionales –donde el conocimiento erudito
y científico fue muy sustancial– y porque, además,
las universidades pagaron y están pagando un precio a veces
muy elevado por mantener un conocimiento independiente, crítico
y autónomo, lo cual es un tesoro, es un bien que no debe
ser despreciado.
Por otro lado, debo decir que, como hay una crisis de las ciencias
sociales, las universidades también tienen la misma crisis,
o sea, la crisis se transporta hacia la Universidad porque ahora
sabemos que era un proyecto nacional y que las universidades de
alguna manera condujeron y teorizaron: era un proyecto elitista.
Por ejemplo, en muchos países de América Latina, los
pueblos indígenas nunca fueron considerados dentro de esos
proyectos nacionales, al contrario, fueron activamente excluidos.
Sin embargo, hoy en día en la Universidad tenemos una conciencia
muy grande de este problema.
Cada vez más, las fuerzas del mercado están intentando
influir en la Universidad, determinar lo que se debe investigar
y cómo se debe investigar, y más que eso, estamos
entrando en otro momento que es el de la mercantilización
de la Universidad misma, o sea, en el momento de convertirla en
una corporación de producción capitalista de conocimiento
universitario. Y esta producción capitalista se va a globalizar,
incluso hay proyectos en la Organización Mundial de Comercio
en ese sentido.
Tenemos, pues, que resistir ante este proceso de mercantilización,
y nuestras universidades tienen que hacerlo abriendo un acceso cada
vez más democrático a la Universidad, pero también
a un conocimiento cada vez más democrático producido
en ella: no interesa simplemente democratizar el acceso si no vamos
a democratizar el conocimiento, y debemos hacerlo en redes nacionales
y continentales. He propuesto que en América Latina las universidades
entren en redes para promover cursos de posgrado o procesos de investigación,
dentro de una lógica de solidaridad internacional y no de
la lógica de la Organización Mundial de Comercio,
que es mercantilista, que dice que una universidad deberá
patentar un curso y recibir derechos de propiedad intelectual cuando
los transmita a otro país. No es eso lo que queremos. Pedimos
una universidad global, pero solidaria, desde abajo, desde la iniciativa
de los profesores, de los investigadores, de los estudiantes, del
personal y no de entidades que son comerciales, mismas que en cada
país están intentando desarrollar este mercado universitario.
Por todo ello, mi mensaje para ustedes es un mensaje de inquietud
ante la situación que vivimos; sin embargo, como soy siempre
un optimista trágico, estoy consciente de que hay crisis,
pero sé que existen salidas. No debemos asumir nunca una
actitud cínica o de escepticismo paralizador. Hay salidas,
hay que reinventar la Universidad como tenemos que reinventar las
ciencias sociales. Hay mucha energía en los países
del Sur para que esto se haga, pero debemos tener también
el coraje para ir contra la rutina, contra los privilegios –que
algunos son injustos, obviamente– e intentar una reforma nueva
del conocimiento y de la educación, una reforma que realmente
sea globalizada, pero desde abajo y mirando realmente los objetivos
de justicia social, en una lucha por otro mundo posible, por otro
mundo más justo.
Muchas gracias a las autoridades de la Universidad Veracruzana y
a todos ustedes por la medalla. Yo espero, simplemente, hacer mi
mejor esfuerzo para merecerla.
Alberto
Olvera*: El tema de este foro ha sido la relación entre educación,
política y democracia. Con base en lo que usted acaba de
exponernos, es pertinente preguntarse si todavía podemos
pensar la democracia dentro del marco Estado-Nación y, en
su caso, qué rol puede jugar la Universidad en la promoción
de esta democracia que hoy es una aspiración colectiva de
los mexicanos.
Pienso que es una pregunta muy importante, porque cuando hablamos
de democracia –eso es parte de nuestro problema en este momento–
usamos términos que tenemos que definir, dado que hay una
guerra digamos conceptual, que es también política,
sobre los términos.
La democracia representativa sin más, el tipo de democracia
liberal que el consenso de Washington ha impuesto en el mundo, es
un concepto hegemónico de democracia y como tal, a mi juicio,
no va a resolver los problemas de los pueblos, al contrario, puede
profundizarlos.
O sea, esa democracia es parte de nuestro problema, no es parte
de nuestra solución. Pero la democracia contiene otros conceptos
contrahegemónicos bastante emancipados, que están
dentro de la tradición occidental de democracia participativa,
de transparencia, de rendición de cuentas, y estas tradiciones
a mi juicio no están siendo impulsadas por organismos como
el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, pero son realmente
importantes.
Entonces, nuestra crítica a la democracia es que básicamente
es poca: queremos más democracia, queremos de alguna manera
radicalizarla, y para hacerlo no puede ser confinada en el marco
del Estado. No tiene sentido democratizar el Estado si no democratizamos
también a la sociedad, las formas de sociabilidad. Yo, por
ejemplo, he escrito y defendido que una democracia de un día
no trae redistribución social. Podremos llegar a la situación
de que como sistema político es democrático, pero
como sistema social es fascista, es antidemocrático.
Considero que llevar la democracia en serio a la sociedad es el
mensaje. ¿Cuál sociedad? La local, la nacional y la
global. Hay también que democratizar las relaciones, y esto
es lo más difícil en este momento, porque la unilateralidad
que se ha creado en la administración Bush –que en
este momento se ha traducido en 750 enmiendas que el embajador de
los Estados Unidos ha impuesto a las Naciones Unidas sobre la declaración
del milenio, que de alguna manera intenta destruir la agenda–
¿nos va a ayudar? La democratización y las relaciones
internacionales sí van a ayudar, pero la postura del Gobierno
de EU no, al contrario, se opone a la democratización.
Por todo ello, digo que hay que luchar por esta radicalización
democrática y realmente intentar demostrar que sin la educación
democrática, sin otra transformación democrática
a través de la educación, no vamos a ir muy lejos,
porque simplemente por medio de la educación podemos crear
sociabilidad democrática. La democracia se hace con demócratas
si queremos en verdad una democracia de alta intensidad. Sin embargo,
en nuestros países infelizmente lo que tenemos es una democracia
de baja intensidad y queremos una de alta intensidad. Para eso tenemos
que buscar conceptos, teorías y prácticas contrahegemónicas.
*Director del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales
de la Universidad Veracruzana.
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