Col. Cuadernos, 54, UV,
Xalapa, 2009,
197 pp.
Jorge Luis Herrera aglutina en esta muestra a 21 autores que han cultivado diversos géneros del discurso.
Como él mismo aclara, los textos podrían agruparse
en tres tipos: los que se centran en la relación entre
los creadores y la literatura, desde sus inicios, sus conquistas formales y el reconocimiento obtenido entre
sus pares y el público lector; los que giran en torno a
un título o tema determinados y aquellos que tienen
como propósito ofrecer un retrato. A pesar de que el
compilador no explicita los motivos que lo llevaron a
seleccionar a estos escritores y a obviar a otros igualmente relevantes, su lectura brinda un panorama que
abarca generaciones, estilos, géneros, concepciones y,
por lo tanto, forja un juicio favorable sobre la literatura mexicana, dada la riqueza intelectual y la sólida
formación artística de sus protagonistas.
En la presentación, Laura Cázares brinda datos
de gran utilidad para quienes desean tener una perspectiva de la obra. Por ejemplo, que todas las entrevistas tuvieron lugar entre 2001 y 2006; que éstas cubren
un amplio espectro generacional (de la realizada a
la narradora Amparo Dávila, nacida en 1928, a la del
poeta Daniel Téllez, nacido en 1972); que en la organización se sigue un orden cronológico, de acuerdo con la fecha de nacimiento del autor; y que ciertos
planteamientos son comunes entre la mayoría de
los escritores, como su gran afición a la lectura desde
la niñez y la relevancia de los viajes en sus vidas. Los
textos aquí reunidos aparecieron por primera vez en
revistas mexicanas impresas y en el portal electrónico
de la Secretaría de Educación Pública, SEPiensa, y siguen una estructura similar, en cuanto a incluir una sucinta nota biográfi ca (fecha y lugar de nacimiento,
estudios, acontecimientos singulares, como premios,
lo más destacado de su bibliografía y una mención a
los principales temas tratados), previa al formato tradicional del género, en cuanto a un cuestionamiento
y la respuesta consiguiente.
Uno de los tópicos abordados y que, mediante
diferentes formulaciones, aparece con insistencia en
este volumen, es el de la poética de los entrevistados.
Cómo conciben cierto género literario y cuál es la relación entre la ficción y la realidad son dos tópicos que
configuran un cuerpo teórico de gran interés para el
especialista y que, tal vez, constituirán una suerte de
revelación para el público en general. Sobre todo porque, como veremos, hay cierta homogeneidad generacional y ésta va transformándose entre los creadores
más jóvenes.
Para De Haene hay dos grandes maestros iniciales que
recogen de manera humilde la herencia de Niepce y
que construyen la “nomenclatura icónica” de la imagen de París a través de la fotografía: Charles Marville
y Eugène Atget. Ellos marcan las pautas silenciosas del
registro visual de un París en extinción y descubren los
códigos estéticos, como los reflejos de los aparadores
y transparencias de vitrinas, que más adelante otros
fotógrafos retomarían para reconfigurar la imagen de
esta ciudad y el futuro estético de la fotografía.
Como señala Laura Cázares en la presentación
del libro, también está presente el vínculo entre la
experiencia y la creación literaria, entre la biografía
y la literatura. Dávila, Glantz y Sergio Pitol insisten
en que los elementos vivenciales son nodales para la
constitución de la obra artística. No obstante, el veracruzano revela cómo, si bien el punto de arranque es
el recuerdo de lo vivido o de alguna experiencia vicaria, el siguiente paso implica trabajar sobre el escrito:
enmascararlo, ficcionalizarlo, definir su estructura,
pulirlo. Por otra parte, el ir y venir entre algo que “soy
yo y en parte no” es evidente en la visión de Angelina
Muñiz-Huberman sobre su obra, aunque la memoria
es la base y el centro de sus ficciones. La conciencia
del exilio de la autora de Las confidentes es indispensable en esta concepción.
Las historias familiares y cómo van desarrollándose hasta perder de vista el punto de origen son elementos comunes para Beatriz Espejo y Mónica Lavín.
Y, como señala Jorge Luis Herrera, varias de las obras
de Juan Villoro evidencian “la tensión existente entre
los hechos fácticos y los ficticios” (p. 110). Por su parte, Ana Clavel y Enrique Serna actúan como una bisagra entre la orientación de los escritores anteriores y
otros como Christopher Domínguez Michael, Cristina Rivera Garza y Alberto Chimal. Los dos primeros
se sitúan en los linderos de la literatura cuyo origen
proviene de la experiencia personal y aquella que es,
esencialmente, un constructo, un artefacto imaginario. Es completamente diferente el planteamiento de
Domínguez Michael, quien no duda en sostener: “Mi
experiencia de vida esencialmente es la de los libros” (p. 137). Rivera Garza es aún más radical en su exposición: habla de la palabra, de la escritura, del lenguaje y de la estructura artística, todo ello concretado
en una “producción de lo real”. La mirada de Alberto Chimal coincide, en parte, con la de Cristina. La
certeza de que “no existe un sistema de conocimiento
infalible y completo” dialoga activamente con la perspectiva de Cristina sobre la posibilidad de pensar en
otros lugares o, mejor aún, construir la realidad desde
un “no lugar”.
* Maestra y doctora en Letras Modernas (Universidad Iberoamericana), es profesora titular del Tecnológico de Monterrey,
campus Toluca .