Núm. 15 Tercera Época
 
   
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ENTRE LIBROS

Tordos sobre lilas

Magali Velasco,,
Tordos sobre lilas,
Col. Ficción Breve, UV,
Xalapa, 2009,
115 pp.

  ilu
     

Eduardo Antonio Parra*

Si algo llama la atención en un primer acercamiento al libro Tordos sobre lilas, de Magali Velasco Vargas, es la tendencia de muchos de sus personajes al desplazamiento: su vocación de nómadas, así sea sin moverse de su sitio: echando a volar la mente en el tiempo y el espacio hasta arribar a una meta en apariencia cada vez más lejana, que a veces no es sino el retorno al punto de partida. Por ello no resulta extraño que la breve pieza que abre el libro –“La tarde de los yaquis”– sea una instantánea del primer viaje de la narradora del relato a quien sus padres llevaron en una excursión a la zona poblada por indígenas sonorenses, mientras que el texto que cierra el volumen –“Una casa”– nos dé la idea de que las creaturas de la autora por fin han arribado a un sitio específico donde podrán permanecer tranquilos, en reposo, aunque en el fondo no suceda así.

          La mayoría de los protagonistas de estos cuentos son, pues, seres en constante movimiento: hombres y mujeres comunes, por lo regular insatisfechos con su existencia, vencidos por los años o las circunstancias, que parecen aferrarse a la idea de no estarse quietos como el único recurso a su alcance para no sucumbir ante el tedio, la miseria o el vacío que los rodea. Así ocurre con el narrador de “La piña”, quien se prepara para irse al otro lado cuando las opciones se le han agotado en su lugar de origen. Las palabras iniciales del texto ilustran muy bien la actitud descrita: “El viaje inicia aquí, con el camión estacionado a un lado del parque. El viaje debería terminar también aquí, cuando regrese con el dinero suficiente para dejar de rentar mi tierra, y entonces sí, a darle con todo. Pero de ese aquí al otro allá… está cabrón”, palabras que expresan esperanza, pero también frustración y una angustia latente por lo que puede suceder entre la partida y la llegada, además de que, en el caso de este personaje, acaso el mayor peligro que encierra el viaje sea el del no retorno, el de quedarse allá, como ya le sucedió a su prima Sofía, quien olvidó su país, su pueblo, su familia…

           “Angelus” ilustra un tipo de desplazamiento distinto: aquí el protagonista es un viejo que se halla casi al final de la vida, y permanece casi inmóvil en el transcurso de la trama en tanto su memoria es la que se remonta al pasado. Aunque se odian uno al otro, él y su mujer siguen juntos por alguna razón, quizás el recuerdo de los viajes periódicos que antes realizaban a Las Vegas para dilapidar en el juego lo que ganaban. Ella lo atiende mientras él permanece de pie bajo un nogal, contemplando cómo su mundo y su vida se derrumban. Un caso similar es el de “Randi”, historia de decadencia y decrepitud, donde un anciano y un perro enfermo comparten sus últimos momentos. Él está consciente de que la imposibilidad de sacar al perro de paseo es la señal de que todo ha terminado para ambos.

           Por paradójico que parezca, aunque el tema del viaje subyace en ellos, en los cinco relatos mencionados hay poco movimiento físico. Al contrario, la autora concentra en escasas páginas los hechos, recuerdos y pensamientos de sus protagonistas, al grado de que los lectores tenemos la impresión de estar ante una fotografíafija, pero vibrante. Esta concentración redunda en un incremento de intensidad en la historia, emociones y sensaciones, con lo que la lectura se vuelve una experiencia casi táctil de penetración en las vidas que tenemos ante los ojos. Esa misma estrategia narrativa reaparece en “Tzotl”, donde también entre la miseria, la decadencia del ambiente y la decrepitud propia, la anciana protagonista cuida a su hijo enfermo y, mientras rememora tiempos idos, se entretiene cazando las moscas que señalan que su labor como enfermera ha concluido. Igual ocurre con “Whisky”; aquí otra mujer cuida a su esposo enfermo de cáncer y se desahoga con una amiga a quien le cuenta su existencia a grandes rasgos. La vida es una larga travesía, parece decirnos Magali Velasco, y la densidad e intensidad de un buen relato dependen de saber en qué momento del viaje se debe atrapar a los personajes.

Como en todo buen libro de relatos, en Tordos sobre lilas la variedad de temas, tonos, técnicas y estructuras se impone, y tras los textos que he descrito como fotografías fijas aparecen otros que presentan más desarrollo en la trama, más acción, y apuntan a efectos diferentes. En “Vecinos” una mujer que acaba de mudarse a un fraccionamiento recién inaugurado en una ciudad fronteriza observa la llegada de sus primeros vecinos. Lo que parece ser un acto banal se llena de tensión al surgir, de la vivienda de “los nuevos”, el misterioso llanto de un bebé, y la observadora recuerda los once cadáveres encontrados hace poco en la colonia. La tensión aumenta cuando repara en el aspecto de los otros, que corresponde a la idea que tenemos de los narcotraficantes. Al leer, nuestra memoria de lectores nos traslada a los cuentos “La puerta condenada”, de Cortázar, y “Preferencias”, de Revueltas, donde se establece la tensión por medio de un llanto de bebé, aunque Velasco lo resuelve de manera distinta, disolviendo, para nuestro alivio, la tensión acumulada. En “Qué vida la de los pingüinos” la autora consigue capturar un momento de angustia extrema, cuando una mujer que duerme sola con sus hijos en el desierto se enfrenta a un intruso que –después sabemos– es un violador de niñas. Ella salva la situación dejando que su mente divague hacia las zonas de hielo habitadas por pingüinos, impulsada por un documental visto en TV, justo antes de la incursión del delincuente.

           En esta misma línea –donde los personajes se enfrentan al mal a través de la delincuencia– se ubican dos de mis relatos favoritos del volumen: “Los amores fingidos” y “Tordos sobre lilas”, ambos situados en Ciudad Juárez. El primero narra la historia de una familia que llega de fuera para asentarse en la urbe y consigue salir adelante entre los negocios y la cárcel (en este

* Es narrador. Ha sido becario de la John Simon Guggenheim Foundation y del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México. Es autor de numerosos libros de relatos entre los que destaca Tierra de nadie, que ha sido traducido a distintas lenguas.
 
 
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