Un libro cocinado/ Roberto Peredo Fernández
Hay libros que se escriben; hay los que se cocinan. Éste que el lector tiene ante su vista es de los últimos. Román Güemes, antropólogo, sí, pero historiador, poeta, cuentista, charlista y perspicaz conocedor de su Huasteca nativa, nos entrega con Hoy le canto a mi sustento… un poema y un recetario; un texto de historia y un manual de costumbres; un instructivo y una llana lista de compras para acudir al tianguis.
Asombrado más que ninguno, el poeta escribe: “Lo cocido es del humano, / lo crudo de la deidad…”, delimitando de esta manera el universo que al hombre tocó sobrellevar (con su proceso civilizatorio), para luego ofrecernos la manera prodigiosa en que la pequeña criatura resolvió el intríngulis de la supervivencia: convirtiéndose en un dios gastronómico.
Comer en la Huasteca (o comer huasteco en cualquier lugar) puede tener sus inconvenientes. Véase si no. Si la melancolía nos orilla a la filosofía mal haríamos en degustar las empanadas de jaiba porque, como lo indica el autor, podríamos dar con la “piedra filosofal”, sí, pero quizá también, y al mismo tiempo, con uno de los castillos inescrutables del pensamiento humano (y el dolor de cabeza correspondiente).
Por mi parte, ido sin remedio, prefiero solazarme en las metáforas de Román: “Enancado en el paisaje, / corrí hasta El Zoyatal”; o “en los columpios del tiempo / vive pleno El Tamunal”, versos que Proust, de ser poeta, hubiera rubricado, inmodesto.
Me detengo, sin apenas aliento. Respiro hondo. Las imágenes son únicas; absolutos de aquellos que sólo la poesía produce.
Luego viene el humor con su carga de verdad. Un ejemplo del autor: “Comí cual resucitado / allá por El Ortigal”. Y un ejemplo del universo que escrudiña: “el caldo pendejo o loco”, imagen que de inmediato es aclarada por la nota correspondiente: “[…] al ser un guiso muy sencillo, cualquier persona lo puede preparar”.
Ahíto con, y del verbo de Güemes, termino por descubrir que el propio autor me indica en su texto lo que hace y su manera: “Habrás de saber que así / es como trenzo un bozal: / siempre repase y repase, / tanto lo antiguo y lineal. / Es decir, busco en lo nuevo / y en lo que ya es carcamal”.
Román se muestra a sí mismo como lo que es por vocación: un buscador y un encontrador; una síntesis de la pregunta y de la respuesta; una síntesis del científico, del filósofo y del poeta.
Años atrás, sin que mediara pretexto, Román me ofreció un tentempié. Se trataba del atewitla que, como él mismo indica en este volumen, es “un artrópodo pequeño, de color negro, de los ríos de la Huasteca meridional, que se pesca arrojando grandes piedras al agua, o simplemente se atrapa con las manos. Se come asado al comal y es de un sabor fuerte”.
Cuando hube de leer el texto que hoy prologo tuve exactamente la misma sensación que entonces: la de un sabor fuerte que apenas puede atemperar una cerveza. Doy fe. Léase. Cómase.
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