Es fascinante lo que sucede cuando se combina la curiosidad y la web. Pensando siempre en las palabras más idóneas para estimular el interés de algún posible otro, un lector de este blog -o lectora-, por la lectura, alguien con quien compartir algún redescubrimiento y estas ideas, tuve en mente que estamos en el Año Internacional de la Astronomía y que Google Trends -esa fascinante herramienta que permite comparar la frecuencia de los términos empleados, por todos los cibernautas, en las búsquedas de Google, reporta como una búsqueda «a la alza» todo lo relativo al telescopio de Galileo.
Con eso en mente, acudí en busca de un documento de contexto, en Google Books, y encontré el texto completo de La vida de Galileo Galilei (en inglés), escrita en 1832, por John Elliot Drinkwater Bethune, adonde se refiere -entre muchos otros detalles- que Galileo «admiraba los poemas de Ariosto», y que incluso podía recitar de memoria gran parte de ellos. Ariosto escribió, entre otras obras su Orlando Furioso, un poema épico cuya influencia se extendería a la literatura posterior. Y aprendí que Los estudiantes, otro poema de Ludovico Ariosto no es fácil de localizar en la red (al menos en nuestra lengua).
Con todas estas ideas en la cabeza es fácil imaginar la vergüenza que se ha de experimentar al percatarse de que, en cuestión de segundos, uno le ha cambiado -ante un público multitudinario, por la cobertura potencial de la televisión, compuesto al menos por varias decenas de millones de personas-, el nombre a un virus que, tras medio año de intenso bombardeo mediático y en la red ya es conocido -o debería ser conocido- cuasi-universalmente como «Virus de la Influenza A/H1N1», por algún otro nombre, igualmente rimbombante, como «Virus de la Influencia AHLNL» o cosa que se le parezca, y querer despertar sin lograrlo, de lo que a todas luces no es una pesadilla -la situación lamentable de la educación en México- sino una realidad que está clamando con urgencia impostergable por transformaciones sustantivas…
Recordando que, hace ya varios años, un colega bibliotecario me mostró con admiración el sitio «El poder de la palabra«, volví a ese sitio confirmando que verdaderamente tiene muchos méritos, y me detuve en el siguiente fragmento de un texto de Karl Jaspers, que ahí se presenta junto con varios cientos de otros fragmentos de textos igualmente ejemplares, siendo este uno que amerita una larga reflexión:
«Realidad fundamental de esa vida era la conversación socrática. Discutía Sócrates con artesanos, hombres de Estado, artistas, sofistas, hetairas. Como tantos atenienses, pasaba el día en la calle, en el gimnasio, en banquetes. Y su vida es una continua conversación con todo el mundo. Pero esta conversación posee un rasgo novedoso, totalmente desconocido para los atenienses: es conversación que sacude en lo más profundo el alma de sus interlocutores, desasosiega y avasalla. Desde siempre la conversación había sido la forma de vida del ateniense libre; ahora, como instrumento del filosofar socrático se transforma en algo diferente. Es, por naturaleza, necesaria para la verdad misma, que sólo en la comunicación de hombre a hombre se hace patente. Para estar en claro, él, Sócrates, tenía necesidad de los hombres; y estaba convencido de que ellos necesitaban, a su vez, de él. Sobre todo los jóvenes. Su propósito era educar. Para Sócrates la educación no es un quehacer incidental operado por el que sabe en aquel que no sabe, sino el ámbito donde los hombres a través del mutuo contacto llegan a sí mismos al revelárseles lo verdadero. Al pretender ayudar a los jóvenes, ellos, por su parte, lo ayudaban a él. Esto acontece del modo siguiente: descubriendo las dificultades de lo aparentemente evidente, desconcertando, forzando a pensar y enseñando a buscar, interrogando siempre y no eludiendo la respuesta, todo ello en función de la idea fundamental de que la verdad es aquello que une a los hombres. De esta realidad fundamental se desarrolló después de la muerte de Sócrates el diálogo en prosa como género literario, cuyo máximo exponente fue Platón. Sócrates no se vuelve, como más tarde Platón, contra el movimiento sofístico en su conjunto. No funda ningún partido, no hace propaganda ni formula alegatos justificativos, no crea ningún instituto educativo. No propone ningún programa de reforma del Estado, ni enseña ningún sistema del saber. No se dirige a ningún auditorio, ni al pueblo reunido en asamblea. Dice en la Apología: “Yo siempre me dirijo solamente al individuo”; y funda su actitud, en ese pasaje, irónicamente, argumentando que quien enfrenta abiertamente a la masa corre peligro de perder la vida, razón por la cual el que quiera defender lo justo pero vivir siquiera corto tiempo tiene que limitarse a tratar con individuos. Podemos tomar esto en un sentido más amplio: La no-verdad del estado de cosas existente, trátese de un régimen aristocrático, democrático o despótico, no puede ser eliminada por grandes acciones políticas. Cualquier mejoramiento presupone que el individuo se eduque, educándose a sí mismo, que se despierte a su efectiva realidad la substancia aún oculta del hombre, y por ello por la vía del conocimiento que es, a la vez, obrar interior, por la vía del saber que es, al mismo tiempo, virtud. Llegar a ser un hombre virtuoso es llegar a ser un buen ciudadano. Por consiguiente todo depende del individuo en cuanto individuo, al margen del éxito y de la influencia que pudiera tener en el Estado. La independencia de quien es dueño de sí (eukrateia) , la libertad verdadera que nace de la comprensión intelectiva, es el suelo último donde el hombre se enfrenta con la divinidad.» (Fragmento de Los grandes filósofos, de Karl Jaspers).