Las universidades públicas mantienen una oferta importante, interesante, de recursos de información que se contratan, desarrollan y mantienen con recursos públicos.
La vida académica de las universidades debería girar en torno a los problemas sociales, económicos y culturales que demandan solución imperiosa, aprovechando, para encontrar dichas soluciones, los recursos de información más adecuados existentes en el orbe.
No obstante, hay que advertirlo, parece existir una cultura de la autosatisfacción de la demanda de información entre muchos docentes, investigadores y estudiantes. ¿Cuáles son las consecuencias de dicha cultura? ¿Qué ocurre cuando académicos y bibliotecarios trabajan separados, sin una estrecha comunicación y sin conocer bien a bien, lo que piensan unos de otros, y especialmente sin que se conozcan las necesidades y las propuestas de todos?
Sin duda, la red de redes -Internet- ha facilitado que cualquier persona pueda obtener vasta información en pocos instantes y, en función de cuán hábil es la persona para hacer las consultas y cuán flexible es para enriquecer sus estrategias de búsqueda, la información puede ser desde pobre y poco confiable desde el punto de vista académico, hasta muy valiosa.
Para sortear el problema de la calidad de la información, que es fundamental en cualquier proceso de generación, construcción y organización del conocimiento, las bibliotecas universitarias mantienen convenios de servicio con proveedores de información ampliamente reconocidos en el mercado de información y editorial a nivel internacional. La experiencia compartida entre instituciones de educación superior, y la demanda de información por parte de sus cuerpos académicos, conforma el acervo o los repositorios con que éstas proveen de información a sus docentes, investigadores y estudiantes.
A partir de la experiencia que hemos acumulado en los servicios bibliotecarios, podemos postular dos hipótesis: la primera es que los docentes, investigadores y estudiantes están autosatisfaciendo sus necesidades de la mejor manera que pueden, muchas veces pasando por alto la existencia de los servicios bibliotecarios; la segunda es que los bibliotecarios han estado extendiendo una oferta más que generosa de recursos de información de excelente calidad, de la que poco están informados por diversas razones los universitarios y acaba por ser subutilizada.
La cultura del autoservicio de información, en la que de manera individual cada integrante de la comunidad universitaria se autoprovee de los recursos de información que están a su alcance, o conforme a sus habilidades, debe ser elevada a una cultura de la compartición de información, a la comparación y discusión sobre las fuentes de información impresas y electrónicas que utilizamos, en busca de las más adecuadas y pertinentes, a una cultura de la búsqueda de la excelencia en términos de la actualidad, autoridad y completitud de la información que manejamos, información que forma parte -o debería formar parte- de nuestros planes y programas de estudio, de nuestros programas académicos y nuestros proyectos institucionales.
La información ha tenido siempre y mantendrá siempre esa condición de ser un elemento de importancia estrátegica para la acción. Por lo anterior, es importante que los universitarios den a conocer cuáles son sus necesidades de información a los académicos y a los bibliotecarios, y si no están muy seguros de cuáles son esas necesidades de información, es posible que organizados en comités, uno por cada facultad e instituto, y trabajando con bibliotecarios interesados en el asunto, se elaboren mapas de necesidades de información, para que las adquisiciones de recursos y servicios de información correspondan, de la mejor manera, con dichos mapas y resuelvan en la mayor medida posible dichas necesidades de información. Un punto de partida seguro, para establecer dichos mapas de necesidades de información, puede ser la consideración meticulosa de los planes y programas de estudio, comparando dichos planes y programas con los existentes en otras partes del mundo, con la bibliografía actualizada que generan las diversas casas editoriales nacionales y extranjeras y considerando tanto como sea posible el estado del arte del conocimiento en cada disciplina. Estas consideraciones, por tanto, demandan la socialización de nuestros conocimientos y la determinación del alcance de nuestros saberes en los diversos terrenos de las ciencias y las humanidades. De esa manera, reconociendo lo que sabemos y admitiendo lo que no sabemos, podemos crear un paisaje informativo -nuestro paisaje informativo- más definido, uno que nos permita conocer cuáles son los terrenos con los que estamos familiarizados y aquellos sobre los que requerimos bibliografía nueva, o acceso a bases de datos, que nos sirvan como una «cartografía del saber».
En nuestra búsqueda de la excelencia informativa, además, debemos tener en cuenta las diversas modalidades y soportes de la información. Actualmente existen excelentes fuentes de información de acceso público, pero muchas fuentes de información de primera magnitud son productos que comercializan casas especializadas en ciertas áreas. Otras fuentes de información pueden encontrarse en formatos sonoros, ópticos, magnéticos, etcétera.
Por otro lado, debemos considerar la propia información que producen los claustros, laboratorios y gabinetes de investigación en nuestras universidades. Al ser esta investigación financiada con recursos públicos, existe en principio un compromiso ético de compartir y difundir tanto como sea posible dicha información. Debemos cerrar el ciclo de la información-conocimiento que va desde la lectura hasta la publicación, y lograr que más universitarios estén enterados e interesados en lo que produce como nueva información la propia universidad. La diversidad, la libertad y la claridad conceptual que alcancemos, como consecuencia de un proceso semejante, será determinante para conformar nuestro bagaje cultural como universitarios, pero sobre todo como seres humanos inmersos en una sociedad agobiada por la incertidumbre, pero capaces de encontrar soluciones.
En un país en crisis, como el nuestro, la crisis más grave en un siglo, los universitarios debemos y podemos hacer un esfuerzo adicional para comenzar a poner en orden el vasto campo de nuestros intereses universitarios y trabajar para enriquecer, fortalecer o ampliar aquellas áreas en que ésto sea necesario.
La sociedad nutre en todos los aspectos a la Universidad, por lo que nuestra deuda mayor es con ella, pues ella nos dota de toda nuestra razón de ser y de todo nuestro sentido.