Sin duda la inercia, la desidia, la ignorancia, la desinformación y en el peor de los casos la negligencia y la irresponsabilidad, acumuladas por décadas, han ido conduciendo al país y a nuestra entidad a una situación insostenible desde muchos puntos de vista. Desde el económico y social, con su escaso desarrollo humano, desde el educativo con su monstruosa cifra de adolescentes y jóvenes, sin esperanza de realización humana en libertad e igualdad de oportunidades (los 7 y medio millones de «ninis», que adornan el trabajo de administraciones y liderazgos sindicales, como fruto de sus constantes esfuerzos por asegurarse condiciones de privilegio, personales o de grupo, a expensas de la inversión en educación y del fomento a la educación para todos, de por vida); sumemos a lo anterior el virtual estado de sitio que, en pocas horas, puede apoderarse de cualquier ciudad al norte, centro o sur del país.
En la estrategia de guerra contra el narcotráfico, aplicada a lo largo y ancho del país, parece que todo ha sido tomado en cuenta: la capacidad de fuego, la dimensión de la respuesta y las explicaciones que se darán ante la escalada de violencia y el mortífero poder de fuego empleado, menos la salud mental y la integridad personal de la población civil. Tal vez por eso indigna y preocupa en muchas partes del mundo ya el nivel que ha alcanzado la delincuencia en México.
Es dramático que en las mismas fechas en que las tropas de ocupación estadounidenses en Irak abandonan, al menos simbólicamente, el escenario de pasadas operaciones en busca de armas de destrucción masiva, el narcoterrorismo y su contrapartida oficial siembran la angustia y la desazón en las otrora pacíficas tierras veracruzanas, tamaulipecas, neoleonesas, etc.
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