Karl, Mateo… ¿cuántos huracanes o depresiones naturales más nos esperan a los mexicanos en el futuro?
¿Cómo nos vamos a preparar para enfrentar las inundaciones que seguramente afectarán a la región veracruzana y al sureste del país?
¿Estamos dispuestos a asumir los costos en vidas humanas, infraestructura afectada, agricultura dañada, al seguir por el mismo camino de indolencia e impreparación? ¿Queremos estar cada año, cada dos años, reuniendo paliativos para nuevos damnificados?
¿O queremos enfrentar nuestros problemas como entidad y como nación con un enfoque integral, científico?
¿Así, con discursos, con visitas a las zonas devastadas, vamos a hacer frente al mayor reto de nuestras existencias: el cambio climático global?
¿Cuántas crisis humanas, alimentarias, económicas, de estabilidad política y social, tenemos que atravesar para ya ponernos, finalmente, a trazar el camino que queremos recorrer, para dejar de ser llevados por las circunstancias, y poner todos nuestros esfuerzos en una ruta, en un camino definido por nosotros mismos?
Para ello, toda la población del país, toda la población veracruzana, debe emprender en todo momento y en todas partes el camino de la alfabetización y el de la educación, mejor aún, el de la polialfabetización y el de la educación permanente y de por vida: necesitamos una alfabetización ambiental, que nos permita decidir de manera informada sobre cuestiones tan elementales y necesarias como el lugar adonde podemos construir nuestras viviendas, las normas mínimas de seguridad para la construcción, el uso racional y sustentable de los recursos naturales disponibles, la forma adecuada de manejar nuestros residuos domésticos e industriales y la administración eficaz de nuestros escasos recursos económicos; esto es parte de esa alfabetización financiera, tan urgente y necesaria cada día más, que tiene que ver con nuestros hábitos de consumo, de crédito, de inversión y de ahorro.
Por su parte, las autoridades de todo el país y en todos los niveles de gobierno, principalmente el poder legislativo, deben poner manos a la obra para crear condiciones de justicia social y económica en México, que presenta una desigualdad ignominiosa, que afrenta a las mentes civilizadas de todo el mundo: no puede persistir el estado de indefensión y desigualdad económica que mantiene a la mitad de la población sobreviviendo a base de puro ingenio o recurriendo a actividades delicitivas; los gobiernos deben dejar de administrar la pobreza y empezar a crear condiciones para que todos los mexicanos tengan igualdad de oportunidades en la vida, y exista un equilibrio razonable entre trabajo, productividad y remuneración. Hay reivindicaciones sociales y económicas de los trabajadores, que son el resultado de luchas históricas, que hoy se ven desmanteladas o se amenaza con su desmantelamiento, impúdicamente, no sólo en México, en todo el mundo.
Tampoco podremos hacer frente a los retos del futuro inmediato, ni a los del mañana, sin una amplia, constante y actualizada alfabetización científica. Ningún país desarrollado del planeta ha erigido instituciones, empresas y polos científicos, tecnológicos e industriales, generadores de riqueza económica y bienestar social, ignorando los avances de la ciencia y la técnica.
En la base del desarrollo civilizatorio está, de una manera o de otra, la gestión del conocimiento. Las sociedades que avanzan en alguna dirección, son las que aprenden de sus propios errores. Nosotros hemos dado un enorme rodeo de 200 años y otro de 100, para llegar a la misma condición de desigualidad, corrupción e injusticia de las épocas de la Colonia y el Porfiriato.
Nuestros grilletes ya no son físicos, ahora son mentales y están relacionados con una ideología dominante que se expresa día a día en los medios masivos de comunicación, en nuestras relaciones interpersonales incluso: luchamos a brazo partido por migajas de poder para sobrevivir, cuando nuestra lucha común, colectiva, debería ser por el conocimiento para todos, para convivir fraternalmente.
Vivimos bajo una nueva dictadura, la de los empresarios de la comunicación, que desdeñan la cultura, los libros y el conocimiento en general y difunden a todas horas precisamente los «valores», los estereotipos y los vicios que orillan a un adolescente de 17 años a empuñar las armas del sicario, o a prestarse a trasegar estupefacientes, en lugar de asistir a la escuela y abrazarse a los libros y el saber, o las redes de conocimiento e información como Internet. Es la política económica que privilegia el éxito de unos pocos, la que garantiza la exclusión de muchos, a los que se conculcan derechos humanos fundamentales: a la salud, a la vivienda, a la educación y al trabajo.
Como bibliotecarios, trabajadores de la información y el conocimiento, estamos convencidos de que ninguna alfabetización es posible, si no existe como fundamento de ellas una alfabetización en información. Ser alfabetizado en información significa que uno es capaz de reconocer cuándo necesita información, qué información necesita y cómo la necesita, capaz de saber adónde buscar y cómo recuperar esa información que se necesita, además de utilizar de manera ética, legal y efectiva la información obtenida con una finalidad personal o social. Los docentes de todos los niveles y los bibliotecarios de todos los ámbitos, debemos ser los primeros comprometidos con todas estas alfabetizaciones, por el bien de nuestros hijos.
Archivos diarios: 6 octubre, 2010