Durante muchos años se han impartido cursos y se han hecho incontables presentaciones y demostraciones a estudiantes de nuevo ingreso, a estudiantes tesistas o de los últimos semestres de licenciatura, a estudiantes de posgrado, investigadores y académicos, sobre cómo utilizar y aprovechar las fuentes de información en línea con que cuentan las bibliotecas universitarias y que constituyen la oferta de información para sustentar los procesos de enseñanza, investigación y difusión.
A pesar de su costo, que es elevado, estos recursos informativos se aprovechan aún menos que los libros y revistas impresos, que también escasamente se usan.
Las universidades públicas en nuestro país, cuentan con recursos limitados en muchos órdenes, y aunque periódicamente se generan oleadas de interés por el quehacer de las bibliotecas y su función en el ámbito académico, generalmente se desestiman o relegan a un segundo plano, por considerarse que realizan simplemente una función «de apoyo» académico. Tal vez hasta hay quienes, obnubilados por las posibilidades de la tecnología, creen que las bibliotecas están pasando a ser poco menos que onerosas reliquias sin mayor valor o utilidad.
Es tiempo de que esa visión se transforme.
Las bibliotecas universitarias son el principal sustento de la formación profesional de los estudiantes. Como lo expresó en cierto momento el doctor Jesús Lau, si las universidades son panaderías, las bibliotecas son las que tienen la harina.
Esta es una metáfora cruda, pero elocuente. Y sin embargo, más allá de esa función formativa, las universidades han recibido de la sociedad la encomienda y tienen el compromiso de preparar profesionistas comprometidos con la atención de necesidades sociales.
No exclusivamente necesidades de tal o cual mercado, ni sólo las necesidades de alguna moda del consumo, sino las necesidades elementales y universales de todas y cada una de las personas que viven en el territorio nacional. En algunos casos, las soluciones aplicables aquí, generadas por los universitarios, pueden aplicarse a los problemas similares que experimentan otros grupos humanos en otras partes del mundo.
No obstante, ocurren paradojas como la siguiente: la sociedad financia investigaciones con fondos públicos que luego acaban beneficiando a intereses privados o particulares.
Esto debería de dejar de ocurrir en lo inmediato.
Las universidades públicas deben anteponer las necesidades de la mayoría de la población a los intereses de lucro o económicos que puedan tener unos u otros particulares. Las necesidades de la población han sido siempre, y seguirán siendo por mucho tiempo, las mismas, las relativas a los derechos humanos fundamentales que, en nuestro país, están cada día más lejos de resolverse y atenderse: derecho a la alimentación, derecho a la vivienda, derecho a la salud, derecho al trabajo, derecho a la información, derecho a la educación, derecho a la participación democrática, derecho a la seguridad personal y ambiental, derecho a la intimidad y privacidad, derecho a la libertad de creencias, derecho a un trato equitativo por parte de la justicia.
A ese propósito, las bibliotecas representan un bien público de incalculable valor.
Aquí, en las bibliotecas, aunque pueda tardarse, el que busca encuentra.
Si no encuentra de inmediato lo que busca, puede encontrar un puente que lo acerque o lo conduzca al objetivo deseado.
Hay que decirlo aunque lo sabemos con creces, en las bibliotecas existe más información relevante y de calidad publicada que la que, individualmente, podría procesar de manera razonable y útil cualquier ser humano.
Los bibliotecarios estamos llamados a servir de inmediarios entre nuestros usuarios y el conocimiento y la información, para ayudarle y facilitarle tanto como sea posible el acceso a dichos conocimientos e información.
Esta situación se reafirma cuando al buscar información de su interés, en el buscador más empleado por todos -Google- un estudiante obtiene dos millones de documentos como resultado, de los cuales tal vez apenas el 0.1%, es verdaderamente relevante.
Por lo anterior, el bibliotecario en la sociedad de la información, también es un educador y debe ser tomado en cuenta en las deliberaciones de la academia.
En primer lugar, las autoridades universitarias pueden empezar a prestar más atención a lo que ocurre realmente en las bibliotecas: los estudiantes universitarios no pueden conducirse adecuadamente y avanzar con éxito en su vida académica, si consideran al bibliotecario como un enemigo, un adversario o un oponente, o en el mejor de los casos alguien sobradamente indiferente, que cuida un espacio; no puede haber éxito educativo, ni científico ni técnico, en México, si la biblioteca escolar y universitaria, en lugar de ser un punto de encuentro con la información, el saber y los pares intelectuales, es el coto o dominio de una personalidad, por maravillosa que sea, o un sitio abandonado, mal iluminado, mal ventilado, mal dotado y mal equipado.
Las bibliotecas deben ser lugares tan atractivos como los jardines, los museos, las galerías, los restaurantes y las salas de cine, adonde todo invita a disfrutar la vida.
¿Y qué mejor lugar para conocer y apreciar realmente la vida, que la biblioteca, al lado de los grandes, medianos y pequeños autores y sus textos, o en la navegación inteligente por el ciberespacio?
Los planes y programas de estudio podrán ser espléndidos, pero la verdadera formación se va a dar tanto en la biblioteca, como en el laboratorio o taller, o en el campo de prácticas, si los docentes y los estudiantes cuentan con los recursos de información que son necesarios, suficientes y pertinentes para aprender, y si, además, saben emplearlos.
Por supuesto: es indispensable la experiencia y la visión pedagógica del maestro, del profesor, del tutor, pero sin recursos de información actualizados, de calidad y abundantes ¿qué se va a aprender y para qué?
Con el paso del tiempo, quienes trabajamos en bibliotecas llegamos a pensar que, como muchas otras cosas que ocurren en nuestro país, nuestro servicio es parte de un simulacro: sí, las bibliotecas figuran en los informes y en las estadísticas, se toman en cuenta las cifras que generan en todos los sentidos, pero la calidad y el propósito, la visión de mediano y largo plazo siempre o son postergadas o son desconsideradas; pero las bibliotecas no figuran como deberían -como prioridad- en los presupuestos, ni figuran alto en los organigramas, ni tampoco figuran en las actividades más visibles y emblemáticas de que se ufanan los universitarios, las bibliotecas están ahí y punto, una universidad sería inconcebible sin ellas, pero nada más.
Por ello, estamos obligados a reflexionar: si este servicio es una simulación, eso compete directamente a los académicos e investigadores y a los propios estudiantes universitarios, y entre ellos tendría que hablarse francamente si lo que llaman «docencia» e «investigación» -sin libros, sin bibliotecas, sin bases de datos, ni sistemas de información idóneos- no es también, acaso, una simulación.
Y podemos decir ésto porque vemos que no sólo en nuestra universidad, sino en general en la educación superior, las tecnologías de información han traido de la mano un desinterés de los estudiantes universitarios por la calidad de la información; una inmensa mayoría de ellos, se conforma con el equivalente a la «comida rápida» que sirve en Google, y menosprecian los platillos orgánicos o la comida gourmet que se pueden servir de las bases de datos especializadas, la lectura de un excelente libro impreso y la consulta de otras colecciones (audiovisuales, de obras raras y valiosas, de tesis, etcétera).
Para allegarse información calificada y evaluada por pares cognitivos, es decir, especialistas en los temas que ahí se abordan, debemos acudir a las publicaciones especializadas que actualmente se encuentran representadas en bases de datos de acceso abierto, o en bases y sistemas comerciales de información, tomemos el caso de SpringerLink.
Alguien puede acusar que se trata de bases de datos en inglés, pero eso no debería poder usarse como una objeción para no aprovecharlas. Teniendo como vecinos a inmediatos a los Estados Unidos de América, esa no puede ser una excusa.
Alguien puede objetar que se trata de información que está fuera del alcance del estudiante universitario promedio, por el nivel de comprensión, la especialización del vocabulario, etcétera. Pero si queremos que nuestro país supere su situación ancestral de atraso científico y tecnológico ¿qué clase de objeción es esa?
Los universitarios debemos aspirar a dar mejores resultados, no sólo en las estadísticas y los informes, sino en la vida misma, en el trato con nuestros semejantes, especialmente aquellos que enfrentan las peores desventajas: las de la pobreza, el desempleo y la falta de acceso a los bienes culturales.
El espíritu de los universitarios es -debe ser- ese espíritu generoso del que hablaba José Vasconcelos, quien pedía que los bienes de la universidad se derramaran hacia la sociedad. Hablamos de los verdaderos bienes de la Universidad: de la información, el conocimiento, el saber, la ciencia, el arte, la literatura, la cultura.
Hacer eso, aseguraría el buen destino de los bienes intelectuales y culturales de la Universidad. De lo contrario, todos estos bienes acumulados en unas pocas manos, al servicio de unos pocos bolsillos, son bienes que en realidad se están desperdiciando.
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