Las bibliotecas de todo tipo han recibido un gran impacto desfavorable, causado por la pandemia de COVID-19. El impacto es apreciable en la reducción evidente de la circulación física de los acervos. Los usuarios, preocupados más por su salud, se han alejado de espacios como las bibliotecas, aunque se hayan establecido filtros sanitarios, termómetros y desinfectante en el acceso de las mismas. Cabe mencionar que en muchas se han implementado medidas para mantener la distancia social recomendada por las autoridades sanitarias.
Otros efectos lamentables en las bibliotecas se relacionan con la disminución de acciones presenciales de alfabetización informacional y de fomento a la lectura. Las bibliotecas o sistemas bibliotecarios que poseen sistemas y servicios de información y formación en línea han podido compensar dicho efecto aunque es previsible que sólo de forma relativa.
Las restricciones de movilidad, distanciamiento social y llamados a evitar la asistencia a espacios de uso compartido, para reducir la posibilidad del contagio, ha reducido drásticamente el número de usuarios de las bibliotecas.
La pandemia de Covid-19 obligó a plantearse la pregunta acerca de la viabilidad de que el papel de los libros mismo, fuera portador de particulares virales y pudiera tener un efecto negativo potencial en la salud.
La pandemia obligó a las bibliotecas a establecer lineamientos de bioseguridad al interior de las mismas, a reorganizar la asistencia del personal, a establecer mecanismos de trabajo a distancia, mediante el uso de las TICs, ante el riesgo potencial que representaban los materiales bibliográficos que eran devueltos por los usuarios, recursos provenientes de condiciones sanitarias totalmente inciertas.
Se revisó la literatura científica que se iba generando progresivamente sobre los riesgos de superficies plásticas y de papel, hasta que finalmente se decidió que un plazo de cuarentena de una semana -para los libros devueltos- brindaba un margen de seguridad suficiente para que las particulares virales desaparecieran del papel.
Los espacios bibliotecarios requieren mantenimiento continuo, por lo que los servicios de agua y eléctrico continuaron con pocas adecuaciones, elevando el costo total de propiedad de estas organizaciones.
Las actividades relacionadas con la organización de las colecciones continuaron, aunque a un paso menor. En algunos casos, el desarrollo de colecciones y las adquisiciones de recursos documentales se detuvieron.
Las restricciones económicas que impuso la pandemia y la suspensión de eventos como las Ferias del Libro Universitario, entre otras, también supusieron una disminución en la adquisición de recursos documentales para su incorporación a las colecciones.
Aunque las bibliotecas son espacios donde se ha privilegiado desde siempre la provisión racional de recursos y la máxima reutilización de las colecciones, pueden contribuir de maneras elocuentes y con una amplia difusión al desarrollo de una cultura de la sustentabilidad.
Acciones concernientes al ahorro de agua, luz y manejo de residuos son viables y tiene un efecto inmediato en el entorno bibliotecario.
Sería muy interesante analizar el contenido de las contribuciones publicadas en dicha obra, y compararlas con los drásticos cambios que han tenido que aplicarse para que la pandemia de Covid-19 se desarrollara con las pautas que lo ha hecho.
La necesidad de alfabetizar en información a toda la sociedad es permanente. Preferimos el término alfabetizacióninformacional (en lo sucesivo, ALFIN, en este documento), dado que semánticamente parece que abarca más aspectos.
La ALFIN no es alfabetización informativa ni digital, ya que lo informativo se refiere a lo que ofrece o brinda información y lo digital se refiere al uso instrumental eficaz de las TICS. Lo ALFIN abarca eso, pero más que eso.
Esta ALFIN se suma a otras alfabetizaciones, sin las cuales operar en la sociedad contemporánea parece una empresa sumamente arriesgada y peligrosa (hablamos de alfabetización para la salud, científica, en derechos humanos, laboral, mediática, ambiental, financiera, política, etc.), sin ellas los ciudadanos están indefensos, inermes, expuestos y son vulnerables a los engaños, manipulaciones, abusos, explotaciones y riesgos impuestos por quienes sí están bien informados.
Algunos hechos ilustrativos de partida, deberían mover a preocupación a los potenciales lectores:
en promedio, se leen en nuestro país la extraordinaria cantidad de tres libros, por año;
la cantidad de patentes producidas por los mexicanos es una diezmilésima parte de las patentes chinas, estadounidenses, japonesas o alemanas y de otros países;
solo uno de cada tres estudiantes, conocen y usan la biblioteca (eso al menos en nuestra institución);
se ha reducido año con año el número de fuentes de información especializada disponibles a través del CONRICyT;
los programas de estudio de muchas materias universitarias incluyen bibliografía que no representa el estado del arte de las distintas disciplinas, ésto tiene que ver con la carencia de recursos para su adquisición, pero también con prácticas administrativas y académicas que deben revisarse;
la mayoría de los egresados obtienen un título de licenciatura sin haber desarrollado hábitos de investigación que les permitirían, por ejemplo, mantenerse actualizados en sus profesiones;
cada vez se destinan menos recursos financieros para la adquisición adecuada de recursos impresos que enriquezcan las colecciones bibliotecarias;
no existe -ni se piensa en ello siquiera, más que en un círculo reducidísimo- una política de selección y adquisición de recursos documentales para las bibliotecas, que obedezca a criterios racionales y eficientes definidos; en parte, por ello
existe una elevada infra y sobre selección de recursos documentales (es decir que se adquieren libros que están o bien por encima, o bien por debajo, del nivel de conocimientos requerido para estudios universitarios, lo que implica un dispendio de recursos)
Esta problemática compleja tiene que ver todas con un subdesarrollo generalizado de la cultura del libro, las bibliotecas y la lectura. Una apuesta ciega, por parte de docentes y alumnos por las nuevas tecnologías, como panacea de la información, el conocimiento y el aprendizaje, tiene bemoles, pero ello se abordará en otros textos. El elemento mediador fundamental entre los hombres es la palabra.
En el núcleo de todas las alfabetizaciones está implícito el aspecto informacional. Por ello el énfasis sobre su importancia, que se hace desde las bibliotecas. En el caso local, con enormes carencias, se intenta avanzar en lo posible en la ALFIN de docentes y alumnos. Como la respuesta institucional a tales esfuerzos es débil, se piensa que dicha alfabetización debe incluir también a los mismos funcionarios que diseñan y ejecutan políticas, toman decisiones y ejercen presupuestos.
Se requiere de una acción amplia, continua, de ALFIN, que permita que cada mexicano y mexicana sean capaces de reconocer –en primer lugar- que necesitan información (y, también, capaces de distinguir qué información necesitan), dónde buscarla, cómo encontrarla eficazmente y recuperarla –lo que implica descargarla, conservarla, pero más aún, integrarla a su bagaje personal de información-; la ALFIN también le permitirá a los ciudadanos saber cómo utilizar la información, de manera estratégica para sus propios fines, y para apoyar a otros en su comunidad.
Por último, esta acción sostenida de ALFIN, tiene que ver también con el reconocimiento y el respeto de los aspectos éticos y legales del uso de toda información. Ello implica conocer los aspectos principales del derecho de autor, del derecho a la información, del concepto del plagio, del uso justo de la información en el medio académico, sobre las licencias Creative Commons, el Acceso Abierto a la información y el conocimiento, etcétera.
De la ALFIN a la literacidad crítica
Cabe añadir que avanzar en la alfabetización informacional de los individuos, por sí sola, sería un gran avance, pero no sería suficiente, la meta está aún más allá: se trata, sobre todo, de desarrollar el pensamiento crítico y creativo. Para poder pensar de manera crítica y creativa, los individuos necesitan un cúmulo suficiente de información y de conocimientos.
La ALFIN es indispensable para la innovación
La innovación surge en la frontera entre lo que se sabe y puede, y lo que aún no sabemos y podemos. La innovación tiene que ver con las posibilidades a nuestro alcance con la información y el conocimiento disponible, pero también con lo que no está disponible, con lo que está por descubrirse o inventarse.
Trascendencia pedagógica de la ALFIN
Otra perspectiva trascendental que habría que señalar es que el legendario triángulo educativo que forman alumnos, docentes y recursos de información, ya de por sí hace énfasis suficiente en el peso que tienen los recursos de información (que se esperaría sean actualizados, completos, pertinentes, emitidos por autoridades académicas reconocidas) para la formación integral de los estudiantes.
Por si lo anterior no fuera suficiente, los tres ejes presentes en el diseño curricular, ejes que se entrelazan y refuerzan gradual y progresivamente a lo largo del proceso pedagógico (el cognitivo, el procedimental y el actitudinal) implican sine qua non la gestión de conocimientos por parte del docente, y sobre todo por parte del estudiante, quedando de relieve la importancia de las habilidades para preguntar, para investigar de manera individual y colaborativa, el conocimiento de las fuentes –que, hoy por hoy, no dejan de multiplicarse y de diversificarse-, de aplicar métodos para organizar la información localizada, para sintetizarla y, finalmente, exponer sus hallazgos de manera eficaz, dejando a salvo los aspectos éticos y legales implicados.
Conectar la alfabetización informacional con el pensamiento crítico y creativo, debe tomar en cuenta lo que los especialistas denominan marco conceptual de la ALFIN, que parte del reconocimiento de lo siguiente:
la idea de autoría es construida y contextual,
la información es creada a través de procesos,
la información se vuelve un valor y posee un valor,
la investigación debe concebirse como indagación,
y lo académico como conversación.
En el universo documental (que abarca todos los recursos de información producidos por la humanidad), toda búsqueda es una exploración estratégica.
El universo documental se extiende y profundiza cada día más: se estima que hay desde 30 mil hasta 50 mil millones de páginas web indizadas en el buscador Google, obviamente la cifra va en aumento, y eso es una milésima parte –o aún menos- de lo que se estima constituye la web profunda; más de 200 billones de registros bibliográficos en WorldCat; 200 millones de registros a texto completo en CORE (índice mantenido en el Reino Unido); alrededor de 15 mil millones de videos en Youtube; millones de fotos y podcasts publicados diariamente, millones de blogs -como éste- apuntalando las regiones más estables del ciberespacio; redes sociales donde pululan diariamente ocho mil millones de mensajes, la mayoría fragmentarios, redundantes o inútiles, algunos brillantes; nubes de datos abiertos (https://lod-cloud.net/) en crecimiento acelerado por la automatización en la adquisición de datos.
Cito un ejemplo: una sola imagen del agujero negro en el centro de nuestra galaxia, requirió interpretar 5 petabytes de datos –aproximadamente: 40 millones de gigabytes-, información que se localiza almacenada en media tonelada de discos duros de alta capacidad).
Agréguese a lo anterior las preocupaciones relativas al espionaje y la invasión de la privacidad, robo de identidad, uso de información de perfiles en redes sociales para fines delictivos, el monitoreo continuado de los ciudadanos –tipo Pegasus-. Agreguemos al coctel mencionado la existencia deliberada de fuentes de desinformación (por ejemplo, se estima que existen 50 millones de cuentas falsas en Twitter), la velocidad vertiginosa con que se propagan noticias falsas mezcladas con noticias verídicas a través de la red. En breve, enfrentamos un panorama ominoso, ofuscante, confuso y preocupante.
La supuesta inteligencia de los teléfonos parece estar más encaminada a que éstos mantengan a sus usuarios en el comportamiento intelectual más bajo: haciendo apresurados barridos de pantallas (scrollings), pulsando los botones de Me gusta, saltando entre redes sociales, subiendo selfies y “redactando” comentarios cortos y con abreviaturas y emojis: LOL J.
Ojalá los términos alfabetización informacional, literacidad crítica, desarrollo de colecciones y esa constelación circundante compuesta por muchos otros, se integren como una constante en nuestro vocabulario y desde ahí podamos reorientar nuestras deliberaciones y prácticas. Finalizando diciendo con humildad, como decía cierto matemático famoso: “mi mente está abierta”: casanchez@uv.mx
Referencias principales:
ACRL/ALA. 2000. Normas sobre aptitudes para el acceso y uso de la información en la educación superior. Versión en español de la Asociación Andaluza de Bibliotecas.