Tras la contribución del ingeniero Manuel Pérez Rocha sobre los aspectos intangibles, difícilmente cuantificables per se, de la educación y los actos educativos, el doctor Enrique Calderón Alzati contribuyó en La Jornada con una refutación que pone de relieve, en primer lugar, la necesidad de una amplia discusión pública razonada, acerca de los beneficios reales de la evaluacionitis, criticada a diestra y siniestra por pedagogos y educadores mexicanos, que la exhiben como un mecanismo que pone «la yunta delante de los bueyes» y que, para decirlo brevemente, ha servido y sirve como una formidable excusa, a las autoridades educativas de nuestro país, para endurecer el discurso de los organismos financieros internacionales que justifica el empobrecimiento y el desmantelamiento gradual de la educación pública, a expensas de la expansión y consolidación de la privatización de ese sector.
«La evaluación se ha convertido en un acto compulsivo en el sistema educativo, casi podríamos afirmar que se evalúa para evaluar, se evalúa para mostrar indicadores; las prácticas y los procesos educativos sencillamente no son contemplados en la tarea de evaluación. Estos rasgos le dan una identidad a la evaluación que se realiza en el medio nacional, que la diferencia de la que se hace en otras partes del mundo», acusaba Ángel Díaz Barriga, ya en 2008.
Mientras que, por un lado, los resultados exhibidos en las pruebas de desempeño, tanto por maestros como por estudiantes, hablan de un grave y evidente rezago educativo, por el otro las autoridades al parecer no tienen nada que señalar respecto al modus operandi del duopolio televisivo conformado por Televisa y TV Azteca, que contribuyen con sus inagotables recursos mediáticos y «creatividad», a la desescolarización y aculturación diaria, crónica y aguda de millones de mexicanos que, impulsados por los estereotipos enajenados y colonizados de todo tipo, que enarbolan esas multimillonarias empresas de medios, han dejado de leer, no enriquecen su vocabulario, no desarrollan un pensamiento y una actitud críticas, muchos de los cuales tampoco culminan sus estudios medios o superiores, dando como resultado que la inmensa mayoría se acomodan a un papel de teleespectadores cautivos y complacientes, que aceptan su condición cuasi-permanente de alienación, de estupefacción y subconsumo cultural, gracias a los contenidos y la programación de muy discutible, cuando no francamente inexistente, calidad que las cadenas televisoras emiten.
¿Por qué la calidad de la programación televisiva, que impacta masivamente a la conciencia de los mexicanos de todas las edades, no es «evaluada» minuciosamente, desde distintos ángulos, así como considerado críticamente su efecto en la infancia, la adolescencia y aún entre los televidentes adultos?
Aunque se trata de una hipótesis que debe fortalecerse con toda la evidencia del caso, es casi seguro que los efectos de la programación de estas televisoras es pernicioso para el grueso de la población mexicana, y actúa como un contrapeso y un lastre que arruina los pobres esfuerzos que, por otra parte, realiza el Estado y los profesores para alentar entre las nuevas generaciones el interés por la lectura, la ciencia, el arte y la cultura, en general.
Calderón Alzati «refuta» a Pérez Rocha, dejando intacta la cuestión relativa a la calidad de los entornos y las experiencias de aprendizaje que construímos colectivamente en la calle, la casa, el trabajo, y no solo en la realidad aúlica, en la escuela. Tiene razón: en México seguramente hay, por ahí, imprinters como el maestro referido por Pérez Rocha, pero los que realmente tienen presencia pública masiva son seleccionados en los castings de Televisa y TV Azteca.
El curriculum oculto que imponen al grueso de la población las principales televisoras del país, a través de sus archiconocidos imprinters ¿cuándo será evaluado?
Referencias:
Moreno Olivos, T. 2010. Lo bueno, lo malo y lo feo: las muchas caras de la evaluación. Revista Iberoamericana de Educación Superior, vol. 1, no. 2.