Por Javier Flores*
Hace algunos meses participé en un encuentro internacional realizado en Tenerife, España, que se tituló: Ciencia, entre la democracia y la dictadura, en el que especialistas de diversos países examinaron el impacto de los regímenes dictatoriales –en particular del nazismo, el franquismo y algunas dictaduras latinoamericanas– sobre el desarrollo de la ciencia y la tecnología en naciones de Europa, España y América Latina. Los datos presentados daban cuenta del daño causado por los gobiernos impuestos, que se tradujeron en la persecución de científicos, algunos de los cuales fueron encarcelados o privados de la vida, el cierre de universidades, la emigración de talentos y el retroceso o estancamiento de los sistemas científicos, que les ha llevado varias décadas superar.
Me tocó hablar del caso de México. Debo confesar que el tema me resultó muy difícil, pues, considerando la etapa posrevolucionaria, en nuestro país no se puede hablar propiamente de dictaduras de corte semejante a las encabezadas por Adolfo Hitler, Francisco Franco, Juan Carlos Onganía o Augusto Pinochet. Es más, mis resultados apuntaban a describir un efecto paradójico de esas dictaduras sobre la ciencia mexicana, pues si bien en Alemania, España, Argentina y Chile el daño que se produjo a la ciencia fue tremendo, nuestro país, en cierto modo, resultó beneficiado de las mismas. Explico por qué:
La emigración de talentos producida por el nazismo en Alemania y otras naciones europeas bajo su jurisdicción permitió la llegada a América y, en particular, a México de investigadores muy talentosos, como los que desarrollaron en nuestro país, en ese entonces, el núcleo más importante de la investigación para la síntesis de hormonas esteroides en el mundo.
La expulsión de científicos producto del franquismo, combinada con una política visionaria del general Lázaro Cárdenas, permitió la llegada y asimilación a México de especialistas de primer nivel que contribuyeron al desarrollo de la ciencia en nuestro país, cuya huella sigue siendo enorme. Las dictaduras militares en Argentina y Chile se tradujeron también en la incorporación de destacados científicos de esas naciones a las instituciones educativas y científicas mexicanas.
Entonces surge la pregunta de por qué, a pesar de que las dictaduras señaladas trajeron a nuestro país esos beneficios, México hoy tiene un desarrollo científico y tecnológico por debajo del que actualmente ostentan Alemania, Austria, España, Argentina o Chile, que las sufrieron en carne propia. ¿Cómo es posible que dentro de un desarrollo supuestamente democrático podamos estar peor en la ciencia y la tecnología que quienes padecieron esos regímenes autoritarios?
Para responder a esa pregunta habría que considerar una imagen que tiene dos componentes. La primera: a) baja inversión en ciencia y tecnología, tanto pública como privada; b) escaso número de científicos, producción limitada de nuevos investigadores y carencia de instituciones y puestos de trabajo para absorberlos, y c) consecuentemente, una pobre producción científica (aunque de calidad) y una casi inexistente actividad de innovación y registro de patentes.
El segundo componente es la asfixiante dependencia científica y tecnológica de México frente al exterior, que queda ilustrada por la balanza de pagos tecnológica, siempre con valores negativos y que en 2007 alcanzó mil 389 millones de dólares.
Se trata de una combinación de elementos que muestra con claridad un modelo de desarrollo científico seguido por México no por casualidad, sino de forma deliberada, dentro de regímenes supuestamente democráticos. Pobreza científica y entrega de nuestro país a intereses extranjeros, especialmente a Estados Unidos, nuestro principal socio comercial.
No queda más remedio que coincidir con Mario Vargas Llosa en su célebre declaración en la que definió a México, más que como una nación democrática, como una dictadura perfecta
que ha resultado objetivamente más nociva para la ciencia y la tecnología que el nazismo, el franquismo o cualquiera de las dictaduras latinoamericanas a las que me he referido.
Este modelo, que combina el estancamiento científico con el incremento de la dependencia, es el que han impulsado los gobiernos de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional. La única opción que hoy se tiene para acabar con esta dictadura
es, en mi opinión, el programa de ciencia, tecnología e innovación del Movimiento Progesista que encabeza Andrés Manuel López Obrador, cuyo diagnóstico y puntos programáticos pueden consultarse en: educacion, ciencia y desarrollo
* Se reproduce el texto integro de la contribución del científico en la edición de hoy del diario La Jornada.