Pasada la mitad de su periodo, la actual administración federal no ha logrado concitar el respaldo mayoritario de los mexicanos a sus políticas económica, educativa, cultural, fiscal, social, ni de seguridad. Las dudas que prevalecen aún sobre la legitimidad de su mandato y la evidente descomposición que se ha vivido en la escena política en estos tres años, no solamente han conducido al país a «la peor crisis económica de nuestras vidas», como reconocen los más documentados y acuciosos análisis, sino también a un crisis social y política de consecuencias insospechadas. Justo ahora, varias ciudades y entidades del norte del país, como en su momento ha ocurrido también en el centro y sur del país, viven horas de angustia y tensión porque la seguridad y la convivencia pacífica han sido suplantadas por los espectros de la violencia, las ejecuciones y el narcotráfico.
Convendría aprontar estrategias que fueran al fondo del asunto de la inseguridad, el desempleo, la pobreza y la informalidad en la economía. Para ello, algo o mucho pueden y deben hacer las bibliotecas de todo tipo. En lugar de hablar de inversiones raquíticas en espacios para la práctica de deportes, como recientemente se propuso ante la grave oleada de violencia que afecta a Ciudad Juárez, cabría esperar una acción contundente del estado para recuperar espacios públicos y para afianzar y consolidar el capital social de esas y otras partes del país. Un proyecto de bibliotecas regionales, regionales no sólo por el membrete, sino por las funciones específicas que tendrían que realizar dentro de su ámbito geográfico de influencia, enclavadas en lugares altamente estratégicos, y con una oferta significativa de recursos de información, de actividades culturales y de foros y espacios para la interacción social, podrían detonar procesos de reflexión y recreación que opusieran una importante resistencia al ocio estéril, la falta de horizontes vitales, y acabar paulatinamente con la falta de oportunidades de acceso a la cultura en esas zonas. Un proyecto como el de las bibliotecas-parque que con visión generosa realizó el gobierno de Colombia.
Cuando se piensa en las graves irregularidades que reporta la Auditoría Superior de la Federación en torno al manejo de cuantiosos recursos públicos, uno se pregunta ¿por qué no se transparenta el ejercicio de esos recursos y se invita a los diversos sectores profesionales y empresariales para erigir proyectos como el de Parques Bibliotecas en Medellín, Colombia, como un primer paso en un vasto proceso de restauración del tejido social y de la actividad cultural y educativa en las zonas del país que hoy por hoy parecen tierra de nadie?
Se habla de capitales excedentes originados en la renta petrolera hasta por un billón de pesos, que han ido a parar a un barril sin fondo de gastos gubernamentales. ¿Es así como se piensa colocar a nuestro país en condiciones de competir y colaborar con otros países de América Latina y del mundo? El caso de Haití debe brindarnos suficientes lecciones a todos los latinoamericanos, acerca de cierta incapacidad histórica para gobernarnos de acuerdo con principios democráticos, pero también del papel que juega la injerencia extranjera en asuntos que deberían ser de interés principalmente de los habitantes de este país.
Deberíamos, los bibliotecarios todos, pero también los docentes y los propios estudiantes, apurar el paso para que aún las bibliotecas municipales más pequeñas, esas que ocupan un cuarto al lado de la intendencia en muchos palacios municipales, estén abiertas todo el día, exijan la conectividad mínima para usar Internet, exijan cursos de capacitación y actualización tanto en procesos bibliotecarios como en el uso efectivo de las nuevas tecnologías, para conformar así, gradualmente, una verdadera red inteligente de bibliotecas que compartan toda clase de recursos y servicios, que permitan orientar y educar al usuario, que brinden información oportuna sobre cuestiones económicas, sobre la salud, el medio ambiente y una infinidad de temas que son de interés de todos los ciudadanos.
Las bibliotecas escolares, por su parte, deberían mantener colecciones vivas tanto impresas como electrónicas, en torno a los asuntos que interesan o inquietan a los jóvenes, con información completa y suficiente sobre las consecuencias del uso de drogas, las prácticas sexuales riesgosas, el cuidado de su entorno inmediato y de su integridad física y psicológica.
Aunque tal vez sea imposible establecer correlaciones entre el nivel educativo y el nivel cultural de la población y su proclividad al consumo y trasiego de drogas, es casi seguro que la ignorancia, la pobreza y la escasez de oportunidades para trabajar, estudiar, aprender y desarrollar el propio potencial, constituyen el campo de cultivo perfecto para los comerciantes de enervantes y otras sustancias dirigidas a alterar el funcionamiento cerebral de los individuos. El acceso a la información y el uso cooperativo de la misma (como es el propósito de la Biblioteca Virtual de la Cooperación Internacional, por ejemplo) pueden ser una clave que falta por explotar en la recuperación de una convivencia social pacífica y un estado democrático.
Valor e importancia de los recursos de información
Las universidades públicas mantienen una oferta importante, interesante, de recursos de información que se contratan, desarrollan y mantienen con recursos públicos.
La vida académica de las universidades debería girar en torno a los problemas sociales, económicos y culturales que demandan solución imperiosa, aprovechando, para encontrar dichas soluciones, los recursos de información más adecuados existentes en el orbe.
No obstante, hay que advertirlo, parece existir una cultura de la autosatisfacción de la demanda de información entre muchos docentes, investigadores y estudiantes. ¿Cuáles son las consecuencias de dicha cultura? ¿Qué ocurre cuando académicos y bibliotecarios trabajan separados, sin una estrecha comunicación y sin conocer bien a bien, lo que piensan unos de otros, y especialmente sin que se conozcan las necesidades y las propuestas de todos?
Sin duda, la red de redes -Internet- ha facilitado que cualquier persona pueda obtener vasta información en pocos instantes y, en función de cuán hábil es la persona para hacer las consultas y cuán flexible es para enriquecer sus estrategias de búsqueda, la información puede ser desde pobre y poco confiable desde el punto de vista académico, hasta muy valiosa.
Para sortear el problema de la calidad de la información, que es fundamental en cualquier proceso de generación, construcción y organización del conocimiento, las bibliotecas universitarias mantienen convenios de servicio con proveedores de información ampliamente reconocidos en el mercado de información y editorial a nivel internacional. La experiencia compartida entre instituciones de educación superior, y la demanda de información por parte de sus cuerpos académicos, conforma el acervo o los repositorios con que éstas proveen de información a sus docentes, investigadores y estudiantes.
A partir de la experiencia que hemos acumulado en los servicios bibliotecarios, podemos postular dos hipótesis: la primera es que los docentes, investigadores y estudiantes están autosatisfaciendo sus necesidades de la mejor manera que pueden, muchas veces pasando por alto la existencia de los servicios bibliotecarios; la segunda es que los bibliotecarios han estado extendiendo una oferta más que generosa de recursos de información de excelente calidad, de la que poco están informados por diversas razones los universitarios y acaba por ser subutilizada.
La cultura del autoservicio de información, en la que de manera individual cada integrante de la comunidad universitaria se autoprovee de los recursos de información que están a su alcance, o conforme a sus habilidades, debe ser elevada a una cultura de la compartición de información, a la comparación y discusión sobre las fuentes de información impresas y electrónicas que utilizamos, en busca de las más adecuadas y pertinentes, a una cultura de la búsqueda de la excelencia en términos de la actualidad, autoridad y completitud de la información que manejamos, información que forma parte -o debería formar parte- de nuestros planes y programas de estudio, de nuestros programas académicos y nuestros proyectos institucionales.
La información ha tenido siempre y mantendrá siempre esa condición de ser un elemento de importancia estrátegica para la acción. Por lo anterior, es importante que los universitarios den a conocer cuáles son sus necesidades de información a los académicos y a los bibliotecarios, y si no están muy seguros de cuáles son esas necesidades de información, es posible que organizados en comités, uno por cada facultad e instituto, y trabajando con bibliotecarios interesados en el asunto, se elaboren mapas de necesidades de información, para que las adquisiciones de recursos y servicios de información correspondan, de la mejor manera, con dichos mapas y resuelvan en la mayor medida posible dichas necesidades de información. Un punto de partida seguro, para establecer dichos mapas de necesidades de información, puede ser la consideración meticulosa de los planes y programas de estudio, comparando dichos planes y programas con los existentes en otras partes del mundo, con la bibliografía actualizada que generan las diversas casas editoriales nacionales y extranjeras y considerando tanto como sea posible el estado del arte del conocimiento en cada disciplina. Estas consideraciones, por tanto, demandan la socialización de nuestros conocimientos y la determinación del alcance de nuestros saberes en los diversos terrenos de las ciencias y las humanidades. De esa manera, reconociendo lo que sabemos y admitiendo lo que no sabemos, podemos crear un paisaje informativo -nuestro paisaje informativo- más definido, uno que nos permita conocer cuáles son los terrenos con los que estamos familiarizados y aquellos sobre los que requerimos bibliografía nueva, o acceso a bases de datos, que nos sirvan como una «cartografía del saber».
En nuestra búsqueda de la excelencia informativa, además, debemos tener en cuenta las diversas modalidades y soportes de la información. Actualmente existen excelentes fuentes de información de acceso público, pero muchas fuentes de información de primera magnitud son productos que comercializan casas especializadas en ciertas áreas. Otras fuentes de información pueden encontrarse en formatos sonoros, ópticos, magnéticos, etcétera.
Por otro lado, debemos considerar la propia información que producen los claustros, laboratorios y gabinetes de investigación en nuestras universidades. Al ser esta investigación financiada con recursos públicos, existe en principio un compromiso ético de compartir y difundir tanto como sea posible dicha información. Debemos cerrar el ciclo de la información-conocimiento que va desde la lectura hasta la publicación, y lograr que más universitarios estén enterados e interesados en lo que produce como nueva información la propia universidad. La diversidad, la libertad y la claridad conceptual que alcancemos, como consecuencia de un proceso semejante, será determinante para conformar nuestro bagaje cultural como universitarios, pero sobre todo como seres humanos inmersos en una sociedad agobiada por la incertidumbre, pero capaces de encontrar soluciones.
En un país en crisis, como el nuestro, la crisis más grave en un siglo, los universitarios debemos y podemos hacer un esfuerzo adicional para comenzar a poner en orden el vasto campo de nuestros intereses universitarios y trabajar para enriquecer, fortalecer o ampliar aquellas áreas en que ésto sea necesario.
La sociedad nutre en todos los aspectos a la Universidad, por lo que nuestra deuda mayor es con ella, pues ella nos dota de toda nuestra razón de ser y de todo nuestro sentido.
Tormentoso final de año
Parece que no amaina la tormenta de malas noticias para los mexicanos en lo económico, lo social y lo político -pero también, y desde luego éste es el tema que más nos interesa, en lo cultural y educativo-. Apenas ayer se difundió en la prensa nacional que ocupamos el lugar 107 de 108 en términos de lectura.
¿Cómo puede explicarse que un país como México, un país con, hasta hace poco, codiciables recursos energéticos que ahora ya -se dice- están agotándose; con inmensos litorales y recursos mineros -nos damos el lujo de dar concesiones para extracción de oro a empresas extranjeras enmedio de la peor crisis económica en siete decádas-, uno de los más ricos en biodiversidad a nivel planetario, con una inmensa riqueza histórica y cultural, un gigante emporio potencial turístico, esté en esa condición la de un país de iletrados?
¿Cómo es posible que -a pesar de todo eso- estemos entre los pueblos del mundo que menos leen? ¿Cómo se ha permitido que ocurra ésto?
¿Qué parte de responsabilidad tiene cada sector de la sociedad -empezando por el gubernamental, pero también el sector privado, los educadores, los medios de comunicación, las empresas y los grupos religiosos? ¿Alguien puede decirse ajeno a las causas de este indicador?
Tiene razón José Emilio Pacheco, cuando dice que experimenta una «sensación de irrealidad» en la entrega de los premios literarios y culturales a los que por su esfuerzo y obra se ha hecho merecedor, pues ¿cómo es posible que a pesar del abandono cultural en que está hundido el país, aún hay hombres y mujeres creadores y sabios -como él- que obtienen reconocimiento mundial?
¿Cuántos premios más no recibirían los hijos de este país, si hubiera un sistema educativo eficaz, que realmente impulsara el desarrollo integral de los mexicanos a lo largo de toda la vida? ¿Cuántos premios más no recibirían los estudiosos mexicanos si la búsqueda de la excelencia en ciencia y humanidades no estuviera motivada por la búsqueda del «estímulo» económico, de los fondos de apoyo al «desempeño» -desempeño académico que, como podemos ver, a la hora de las comparaciones internacionales, se traduce en casi nada…-, sino por la plena certidumbre de que cualquier aportación al conocimiento y a la preparación de los mexicanos es un factor de grandeza nacional, algo de lo que por cierto ya no se habla?
Y la escalada de precios que viene ¿a cuántos mexicanos impedirá terminar sus estudios, o siquiera empezarlos? ¿cuántas familias optarán por poner a sus hijos a trabajar, sólo para garantizar la subsistencia, sacándolos del nivel educativo en que se encuentren? ¿cómo impactará la inflación venidera las adquisiciones de recursos bibliográficos, de computadoras, de materiales para laboratorios? ¿acaso vamos a enseñar química con piedras, física con modelos de cartón, biología con estampas?
¿Cómo recompensa el actual sistema educativo al esfuerzo que realizan las familias para enviar a sus hijos a las escuelas? A nadie se le oculta el hecho de que gran parte de la educación en realidad la imparten los padres de familia, de sus propia mano y, para usar una expresión local pintoresca: «como Dios les da a entender»…
¿A qué entonces la élite de maestros-funcionarios que desde sus cubículos, cobrando sus grandes sueldos, planean y diseñan reformas que no reforman nada?
Lo dicen especialistas en Israel, en Europa y en Estados Unidos: en educación menos es más, pero nuestras autoridades educativas parece que no han entendido lo que esa frase significa. No significa que las escuelas puedan cumplir su función sin presupuesto, tampoco que pueda prescindirse de libros y de computadoras, no significa que los maestros puedan ver reducidos todavía más sus -ya de por sí erosionados- sueldos; lo que quieren decir es que es preferible abordar tres o cuatro temas y verlos con profundidad, con la mayor profundidad posible, desde todas las perspectivas, a lo largo del año, dando oportunidad a los alumnos para pensar y valorar, que atiborrar su mente con veintitantas materias a las que acuden en una suerte de turismo cultural.
Por ese camino, llegamos a la obesidad intelectual -que es también una forma de raquitismo intelectual-, un mal que nos impide discernir con claridad quiénes somos y cuál es nuestro papel como nación en el mundo. Por el camino de la sobrecarga informativa en planes y programas de estudio estamos apostando por la dependencia de aquellos pueblos que en lugar de poner a sus ciudadanos a repetir mecánicamente parrafadas de contenidos obsoletos, les enseñan los métodos y los procedimientos para problematizar, debatir, analizar, sintetizar y crear nuevos conocimientos.
Claro, crear nuevos conocimientos no puede hacerse si no hay libertad. Y de todos los derechos y afanes humanos, parece que es la libertad -la libertad de elegir, la libertad de pensar, la de participar- el que más temen los intereses creados en el México del siglo XXI. Todos somos responsables de ésto, pero hay quienes lo son más.
Desafíos de la educación en el México del siglo XXI
Leemos en la Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, volúmen 4, número 1, del año 2006, en el texto de Bonifacio Barba «La educación moral como asunto público«, un análisis minucioso de los proyectos educativos y las filosofías subyacentes, que han impulsado a la educación en nuestro país, desde el siglo XIX hasta finales del XX.
Se reconocen, de la mano de nuestro proceso histórico, periodos como el Independentista, el Porfiriato y la Escuela de la Revolución (según Solana, Cardiel y Bolaños), o los periodos del Origen del Estado Mexicano, la Educación liberal, el proyecto de Conciliación política y unidad, la Educación revolucionaria y la llamada Unidad Nacional (según Vázquez).
Desde otra perspectiva, se reconoce un periodo Ilustrado, un periodo Civilizatorio, el periodo coincidente con el Movimiento de Reforma, en pos del Orden y Progreso, el periodo Popular, que corresponde con el Movimiento revolucionario de 1910 a 1940, y desde 1970 hasta el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, el proyecto Economicista (según Yurén), que se perfilaba hacia la bogante ideología de la Globalización Neoliberal, en que hoy está inmersa -por no decir ahogada- la educación.
Diego Rivera: La maestra rural. Tomado de: La pintura mural de la Revolución mexicana, México, Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, 1989, p. 94.
Hoy se admite -en teoría- el papel de la educación, en la construcción de la identidad de los individuos y de la nación, de la soberanía económica y sobre los recursos, del estado de Derecho y de una verdadera vida democrática. Sin embargo, en los hechos, el sistema educativo nacional desde el preescolar hasta los posgrados, se ha convertido simplemente en un subsistema del sistema económico de concentración capitalista, subordinado a los intereses corporativistas de los sindicatos y las agrupaciones gremiales y profesionales, a los intereses de los partidos políticos y en última instancia, al funcionamiento más o menos eficiente de un sistema productivo cuyas riquezas se acumulan gradualmente cada vez en menos manos. En otros términos, los educadores de este país compiten sin más recursos que su voluntad y sus conocimientos, dentro de ese subsistema, con la imaginería poderosa y subyugante de los medios masivos de comunicación, en la definición de proyectos de vida y estilos de consumo y subconsumo. Los resultados están a la vista.
La así llamada descentralización y modernización educativa (1970-1995) ha expuesto en toda su crudeza, la enorme dimensión de los problemas que aquejan al proceso educativo en el país: los indicadores de calidad en la formación de profesores y de aprovechamiento de los estudiantes, el grave rezago educativo, o el desarrollo asímetrico y desigual, la escasa producción científica con la excepción honrosa de algunas universidades, el abandono de los creadores culturales a su suerte, es decir su abandono en manos del mercado, la subordinación de planes y programas de estudio a concepciones unidimensionales del aprendizaje enfocadas en la formación de eficiencias productivas, más que de individuos creadores y críticos, lo que podría llamarse «educacionismo»; en el extremo, la Carrera Magisterial, convertida en instrumento de contención política de la disidencia magisterial y del control férreo sobre la movilidad profesional al interior del gremio de profesores. En México es eso o la movilización respaldada por la parte de la sociedad con conciencia creciente de estos problemas, y la represión policiaca y militar.
Desde 1948, tras la sacudida global que representó la Segunda Guerra Mundial, se pensó en la posibilidad de integrar al Sistema Educativo Nacional en un todo unificado, complejo -pero flexible-, capaz de esbozar un perfil educativo nacional, capaz de homologar -sin homogeneizar- prácticas y experiencias educativas a lo largo de todos los subniveles del sistema en todo el territorio nacional, que alentara y permitiera el avance nacional en los campos de la ciencia, la tecnología, la cultura y, por consecuencia en lo económico, social y político.
Dicha posibilidad, al término de la primera década del siglo XXI, permanece sin concretarse. Es la fecha en que no contamos con un catálogo bibliotecario nacional, un catálogo de unión, que permitiera a los maestros del país saber qué libros hay en qué bibliotecas en cualquier punto del territorio nacional, ni un sistema de préstamo interbibliotecario libre de impuestos y sustentando en los sistemas de mensajería y correo del país, para alentar el intercambio cultural entre las regiones. Tal vez por la novedad, pero tampoco funciona a escala nacional un sistema de intercambio digital de documentos de gran envergadura. Existen, sin embargo, sistemas incipientes de ese tipo en algunas regiones. Tal vez la mitad de las escuelas del país tienen computadoras, pero no estamos seguros de que todos los profesores en esas escuelas estén capacitados, como se debe, para hacer el mejor uso de esos instrumentos.
En un programa de educación básica en México, es posible encontrar como contenido el tema «Los Puntos Cardinales», en la era de los GPSs.
Miles de millones de pesos invertidos anualmente en educación no parecen suficientes, cuando la burocracia educativa consume en su pura subsistencia el mayor porcentaje. Y ni así alcanzamos la proporción mínima del PIB que recomienda la UNESCO como gasto en educación. Los recursos efectivos dedicadas a la formación de cada estudiante mexicano, están muy por debajo de los que destinan los gobiernos de otros países. Basta ver los mesa-bancos en que toman lecciones nuestros estudiantes, para tener una idea palpable del estado de la educación en México. Muchas escuelas en zonas rurales no son más que galeras adaptadas para dicho propósito.
El currículo oculto de la actual administración se refleja en las cifras sobre corrupción, que ubican a nuestro país a medio camino entre el más corrupto y el más transparente: ese es el pan nuestro de cada día en las escuelas, en la calle, en las empresas e instituciones, los niños y jóvenes crecen en un ambiente inmoral, propiciado por la inacción o la ineficacia del Estado, donde ven muy claramente que, para aspirar a una vida mejor, en México no cuenta el conocimiento, no cuentan los valores, tampoco cuenta la participación política, ni el voto. Que en México no sirve de nada esforzarse, obtener conocimientos y cultura; que basta ser «amigo» de un alto funcionario, poseer la concesión de una televisora o un banco, o ser diputado o juez, para tener la vida resuelta sin mayores problemas.
La erosión de las relaciones sociales que acompaña a este estado de cosas ha alcanzado ya límites de exasperación y de desaliento preocupantes. Hace muy poco, cerca de esta capital, por un altercado vial un joven arrojó a un hombre maduro de un puente, matándolo. ¿Qué más debe pasar para que revisemos nuestros asuntos como sociedad?
Dice Bonifacio Barba casi al finalizar su ensayo:
«En síntesis, si la educación moral deviene en la realización activa de la razón liberal, la libertad, deberá consistir sin duda en experiencias que formen ciudadanos críticos, autónomos y comprometidos, lo cual ocurre por tres vías. La primera es la acción social, de la que conviene destacar la enorme responsabilidad de los partidos políticos por ser ellos algunas de las instituciones por las que transcurre la elaboración de la ‘filosofía de época’, fuente de los proyectos educativos.
La segunda vía es la acción gubernamental ya que por ella transcurre un sentido moral irrenunciable debido a que está referida al bien de los ciudadanos y de la sociedad por la salvaguarda y cumplimiento de las garantías jurídicas. La conjunción y eficacia pública de todos los poderes del Estado significa entonces la creación de un ambiente moral, la realización de una pedagogía gubernamental.
La tercera vía, no primero ni mucho menos sola, es la propia de la escuela y su fuerza está determinada en no menor parte por las dos primeras vías pues si “la importancia política de la escuela en México reside en que se le ha atribuido la responsabilidad fundamental de resolver la desarticulación interna de la sociedad, que es uno de los problemas de mayor persistencia en la historia de este país” (Loaeza, 1988:58-59), no puede realizar su tarea con sus solos medios.
La cuestión moral básica del país, claramente representada por el horizonte normativo de los derechos humanos, que son la mayor creación del pensamiento liberal, es entonces la que constituye el vínculo entre Estado, sociedad y educación y la esencia de ese vínculo es la responsabilidad. No se trata de una categoría abstracta sino de una práctica, la responsabilidad por el otro.
Las relaciones de interdependencia entre las tres entidades hacen posible entender que la nación mexicana necesita que su educación sea política, es decir, una experiencia comunitaria en la que los individuos construyan su identidad viviendo los derechos y los deberes. Esa es la única justificación posible del Estado como vínculo entre los individuos y como entidad moralmente superior a la sociedad que lo estructura. Ese es el único camino para una sociedad abierta, emancipadora.
Políticamente, moralmente, en todos los rumbos de nuestro horizonte histórico se encuentra el ideal legislativo y educativo de Morelos: reconocer, establecer y vivir la igualdad de forma que sólo distinga “a un americano de otro, el vicio y la virtud”.
La OIU y la Alfabetización Informacional (o DHI)
En caso de que el doctor Raúl Arias Lovillo, rector de la Universidad Veracruzana, próximamente fuera nombrado también presidente de la Organización Interamericana Universitaria (OIU), se gestaría una importante oportunidad para que, en el contexto del Plan Operativo de dicha organización y en alianza estratégica con otras organizaciones internacionales del ámbito educativo universitario, se realizara un esfuerzo con enormes beneficios potenciales para la región, por incorporar el enfoque de la alfabetización informacional (o DHI, desarrollo de habilidades informativas) a la curricula universitaria en los países miembros.
A la par que la visión en torno de la integralidad de la formación universitaria, adonde las capacidades para el acceso y uso de la información impresa y digital tienen un lugar fundamental, se avanzaría en la creación de una cultura de la información entre los universitarios y los egresados, acorde con los procesos de innovación y generación de conocimientos en el orbe.
Es inconcebible el desarrollo sustentable de las naciones con altos índices de analfabetismo simple y funcional, toda vez que la complejidad económica y productiva y los procesos sociales y culturales se apoyan cada vez más en el uso eficiente de la información y sus tecnologías, en el empoderamiento tecnológico de los ciudadanos y sus organizaciones y en la modernización tecnológica de las empresas.
Este es, sin duda, uno de los desafíos regionales que la gestión del doctor Arias podría acometer, al frente de la OIU, sentando las bases para la discusión de los métodos de enseñanza y evaluación de la alfabetización informativa entre los estudiantes, docentes e investigadores de la región.
En principio, tras el esclarecimiento de las bases de la alfabetización informativa -tal vez como parte de otras alfabetizaciones: para la salud, científica, ambiental, para los medios, etcétera- recuperando las experiencias estadounidense, británica y australiana, ésta sería la ocasión propicia para abordar desde el punto de vista conceptual y metodológico los alcances de la alfabetización informacional no solamente como una actividad en la que deben estar empeñadas en primer lugar las bibliotecas, sino como un proyecto pedagógico de gran calado, el cual impactaría de manera natural el aprovechamiento académico tanto en ciencias como humanidades, en un impulso de base a la actividad de investigación y a una renovación de las prácticas didácticas, lo que permitiría integrar interdisciplinariamente conocimientos, habilidades y actitudes concernientes al uso de la información, la gestión del conocimiento y la ética de la información.
Llama la atención, además, que en el campo de las bibliotecas, la OUI contempla el propósito de crear una red interamericana «Conectividad y bibliotecas«, como un instrumento para la «formación de bibliotecarios aptos para el uso de las nuevas tecnologías en la gestión de las bibliotecas universitarias», toda vez que en nuestro país y en nuestra casa de estudios existen propuestas académicas en ese sentido, que buscan permear y fortalecer con conocimientos y habilidades para el uso de las nuevas tecnologías, los saberes y procedimientos tradicionales o clásicos de los servicios bibliotecarios.
En suma que esta noticia, la de la posible presidencia del organismo internacional, por parte de nuestro rector, genera expectativas en el ámbito de las bibliotecas y los servicios de información, tal vez como pocas.
Concluyó el 4o- Congreso del Colegio Nacional de Bibliotecarios
A continuación se esbozan algunas conclusiones de lo que pudimos captar desde nuestra condición de colaboradores y asistentes al Cuarto Congreso del Colegio Nacional de Bibliotecarios.
- Es muy importante que los bibliotecarios entiendan los cambios que ocurren a su alrededor y los aprovechen con el propósito de mejorar permanentemente los servicios que ofrecen.
- México cuenta con un enorme patrimonio cultural tangible e intangible que debe ser defendido, preservado y custodiado entre otros agentes culturales, por los bibliotecarios.
- La profesionalización del quehacer bibliotecario ha de ir acompañada de una definición muy clara y precisa de los conceptos que designan el objeto de estudio y los métodos de la bibliotecología.
- La homologación curricular de las escuelas de bibliotecología, y su ampliación a todas las entidades del país, será un paso necesario si se desea alcanzar un reconocimiento y prestigio social equivalente al de otras profesiones.
- Se debe trabajar al lado de otros profesionistas de otras disciplinas, estar atentos y escuchar las necesidades, e incluso anticipar las necesidades de las comunidades de usuarios, para mejorar los servicios.
- Debemos ver a las nuevas tecnologías de información y comunicación como nuestros instrumentos y como un aliado en el proceso de modernización de nuestro trabajo.
- Darle la espalda al cambio tecnológico sería suicida para bibliotecas y centros de información. Estamos tratando cada vez con usuarios más competentes y con demandas de información más precisas.
- Hay nuevos nichos que debemos ocupar antes de que otros competidores naturales en el terreno los llenen. Solamente la perspectiva humanista del bibliotecario puede anticiparse a los requerimientos de sociedades inmersas en procesos de cambio social, político y económico.
- No hay un modelo a seguir. Los éxitos que están logrando los bibliotecarios en otros países no pueden reproducirse en México, porque se trata de otras condiciones culturales y económicas. Debemos construir, inventar y apoyar nuestras propias soluciones. Para ello debemos desarrollar nuestra capacidad de liderazgo y de comunicación hacia otras esferas.
- Existe una gran demanda, una gran necesidad de bibliotecarios profesionales en el país. En Veracruz la mayor parte de los bibliotecarios practicantes tienen como nivel de educación máximo el bachillerato. Urgen soluciones en línea para llevar capacitación, entrenamiento y formación a todos esos bibliotecarios sobre una extensión geográfica muy vasta. Esto puede extrapolarse a nivel nacional.
¿Qué valor tiene, para la sociedad, la labor de los bibliotecarios?
Cuando se aborda el estudio científico –usualmente, desde la sociología- de las profesiones, la primera dificultad con que se tropieza es con la definición misma de lo que es una profesión.
Según algunos autores: “una profesión esta basada en el estudio, entrenamiento o experiencia especializados, cuyo propósito es ofrecer servicios cualificados o de asesoramiento a otros, o proporcionar servicios técnicos, o de gestión a organizaciones, a cambio de una recompensa o un salario.”
Otros autores proponen una definición y una caracterización más exhaustiva de lo que una profesión es. Así, se ha llegado a proponer el siguiente conjunto de rasgos, que distinguen a cualquier profesión:
* Una profesión implica una habilidad basada en el conocimiento teórico.
* La habilidad requiere entrenamiento extensivo e intensivo, así como educación.
* El profesional debe demostrar competencia al aplicársele una prueba.
* La profesión es organizada y es representada por asociaciones de carácter distintivo.
* La integridad de la profesión es mantenida por la adherencia a un código de conducta o de ética.
* El servicio profesional es altruista.
* El profesional asume responsabilidad por los asuntos de los demás.
* El servicio profesional es indispensable para el bien público.
* Los profesionales tienen una licencia para ejercer su actividad, de modo que su trabajo es sancionado por la comunidad.
* Los profesionales son personas independientes que sirven a clientes particulares.
* Tienen una relación fiduciaria con sus clientes.
* Hacen su mejor esfuerzo para servir a sus clientes de manera imparcial, sin tener en cuenta una relación especial
* Son recompensados con el pago de honorarios o con una remuneración fija.
Es una aspiración que cualificación del quehacer del bibliotecario corresponda a la de una profesión. Sin embargo, el reconocimiento social, el status y el prestigio conferido a la misma, está lejos de ser el que merece. Socialmente, el trabajo bibliotecario parece subvalorado y ubica a quienes lo ejercen en el nivel de practicantes de un oficio o de una semi-profesión cuando no se les asocia, equivocadamente, como almacenistas o custodios de recursos documentales.
Parece existir una brecha –y se trata de una brecha preocupante- entre lo que la sociedad espera de los bibliotecarios en ejercicio, y lo que recibe efectivamente de este gremio en términos de servicios. Al mismo tiempo, los bibliotecarios se debaten cotidianamente con un estereotipo negativo (que se alimenta con la atribución de rasgos de carácter como: introversión, mutismo, conservadurismo, etc.), estereotipo que habrá de modificarse si la profesión pretende ocupar posiciones influyentes y de liderazgo, de cara a la sociedad de la información y el conocimiento.
Estas y algunas otras cuestiones relacionadas, se desarrollarán en el marco del 4º. Congreso del Colegio Nacional de Bibliotecarios, que tendrá lugar los días 1º y 2º de Octubre de 2009, en las instalaciones de la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información de Xalapa. Se invita a la comunidad universitaria y al público en general interesado en estos asuntos a que nos honre con su presencia en este evento. Para mayor información, visite la página del evento en: http://www.cnb.org.mx/congresos
«Universidad Veracruzana» en Google Trends
¿Qué volumen de búsquedas por las palabras «Universidad Veracruzana», reporta el servicio Google Trends? ¿Qué podemos deducir de las variaciones temporales en dicho volumen de búsquedas? ¿Qué otras interpretaciones pueden dársele a esta gráfica?
Sobre imagen institucional y bibliotecas
Sirvan estas líneas para invitar a los visitantes de este blog, en general, y a los universitarios veracruzanos en particular, a reflexionar sobre un asunto que, aunque tiene que ver principalmente con la forma en que tiene presencia la Universidad Veracruzana en el ciberespacio, no deja de tener consecuencias importantes con relación a las actividades sustantivas de nuestra universidad: la docencia, la investigación y la difusión cultural.
De Galileo a Ariosto, y de Elba Esther a Karl Jaspers
Es fascinante lo que sucede cuando se combina la curiosidad y la web. Pensando siempre en las palabras más idóneas para estimular el interés de algún posible otro, un lector de este blog -o lectora-, por la lectura, alguien con quien compartir algún redescubrimiento y estas ideas, tuve en mente que estamos en el Año Internacional de la Astronomía y que Google Trends -esa fascinante herramienta que permite comparar la frecuencia de los términos empleados, por todos los cibernautas, en las búsquedas de Google, reporta como una búsqueda «a la alza» todo lo relativo al telescopio de Galileo.