Un grupo de renombrados analistas y escritores, politólogos y críticos culturales del país prepararon, bajo la coordinación de Francisco Toledo, Enrique Florescano y José Woldenberg, la obra Cultura Mexicana: Revisión y Retrospectiva (Taurus, México). Tomando como punto de partida una perspectiva antropológica de la cultura, proponen una serie de interesantísimos análisis que abarcan desde el cambio cultural, pasando por el diagnóstico de nuestras instituciones culturales, hasta una síntesis estadística sobre las prácticas y el consumo culturales en México.
Al hablar del Estado-Editor, en el ensayo «Dilemas del Estado cultural», Rafael Pérez Gay escribe:
«Las autoridades educativas y culturales del gobierno de Felipe Calderón tardaron casi un año en abrir las puertas del sexenio. Afuera, a la intemperie, se encontrarán las mismas preguntas que han quebrado la cabeza a otros gobiernos y han hecho fracasar otras políticas públicas. Pongo aquí algunas de ellas relacionadas con la fibra de los programas de fomento a la lectura. En otras páginas he expresado mis dudas acerca del tamaño del editor estatal mexicano. Vuelvo a hacerlo aquí: ¿Tiene sentido sostener un Estado-editor de las dimensiones del que tenemos? No. ¿Tiene sentido editar cientos de miles de libros al año con una red no mayor de siete mil bibliotecas y un sistema de distribución que no excede los trescientos puntos de venta como los que regentea el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes? No. Es como comprarse veinticinco llantas de refacción para un solo coche, nada más por si se ofrece.
«Desde luego, no creo que el Estado deba abandonar la edición de libros, pero considero un error que se proponga como múltiple casa editora con los dineros públicos. El fracaso ha sido rotundo: el consumo no aumenta, la distribución es inexistente; en consecuencia, los lectores brillan por su ausencia y la industria editorial vive en un estado de desnutrición grave. Bastaría con la creación de un sistema selectivo y único de ediciones y el fortalecimiento del Fondo de Cultura Económica, no más. Nunca será lo mismo una casa editora que una institución cultural cuyo objetivo consiste en reducir los vacíos, los agujeros del mercado que pretende vender a toda costa, atropellando los contenidos. ¿A donde van los libros que publica la Dirección General de Publicaciones del CNCA? A las bodegas y a las bibliotecas; el proveedor es el cliente. Por cierto, un ejercicio ejemplar de transparencia consistiría en abrir a la luz pública las bodegas donde se guardan los libros del Estado-editor. Por alguna razón se mantiene bajo riguroso secreto el lugar donde se encuentran esas bodegas. Así, hemos llegado al bochornoso escenario en el cual se diseña un plan editorial que quizás elogiarían en España, pero con un consumo como el de Nicaragua y un sistema de distribución y comercialización adecuado para un país como Barbados.
«Editar para nadie.
«La paradoja del Estado-editor que fomenta la lectura y retiene en su poder el libro de texto (decidiendo así que los editores vivan al margen del único momento culminante de esa industria) no es la menor de las contradicciones de una política cultural que oscila entre la ilusión y el atavismo. Si se revisan el cine, el teatro o la música, aparecerá la misma fuerza paradójica: gastar el dinero en la misma casa de gobierno e instalar grandes aparatos sin público. ¿Quiere decir todo esto que el Estado no debe invertir en libros? No: quiere decir que debe gastar en bibliotecas (no en el delirio de una megabiblioteca) y en las editoriales privadas serias que sean capaces de surtir títulos que valgan la pena para enriquecer esos acervos.
«No hace falta ser adivino para saber que la política de editar libros a mansalva, a tontas y a locas, seguirá vigente. En buena medida, porque los responsables no rinden cuentas. Si un editor privado pierde dinero durante dos años, los dueños lo corren. Si un editor público pierde dinero, sus libros no se distribuyen, si editan para nadie, le llaman fomento a la lectura. Mientras la simulación y la autocomplacencia sean el eje de la edición estatal, el resultado será el desperdicio y la ausencia de público.
Pero hay algo más en la necedad de que editar cientos de miles de ejemplares nos vuelve cultos por el simple hecho de que la tinta se imprima en papel: echar libros al mundo para que vivan en la sombra húmeda de las bodegas debilita la idea de un Estado dispuesto a corregir los excesos del mercado, protector de las artes frente a la incultura de la libre competencia. La sospecha de que hemos retrocedido en materia de política cultural no es ilegítima; así lo demuestran la ausencia del público, la hiperpolitización de los espacios y cierto desprecio por la cultura como elemento extraño en el cuerpo de la sociedad. En este escenario crece la sombra del antiintelectualismo y se desvanece la aspiración de vivir una parte de la vida con ideas serias». (Pérez, 2008).
Por otro lado, autores como Raffaele Simone advierten desde tiempo atrás que las nuevas tecnologías, en especial Internet, representan «el principal enemigo del libro y de la lectura, a pesar de su apariencia de estar hecho para leer y escribir».
Los jóvenes en Internet no leen, «miran».
El mismo autor, Simone, advierte los siguientes rasgos en el uso de las nuevas tecnologías, que permiten reconocer el cambio de paradigma provocado por aquellas sobre la cultura y la información:
- «Cambio en la jerarquía de los valores: ahora la visión natural prevalece sobre la alfabética.
- Aumento del valor de la imagen (hipervisualidad) y con ello la supremacía de lo menos estructurado sobre lo más estructurado.
- Nueva forma de elaborar la información, que cabe catalogar como «no proposicional» y la cual se caracteriza porque ha perdido los rasgos de ser analítica, estructurada, contextualizada y referencial, para convertirse en «una masa indiferenciada donde todo está en todo» y que desprecia el análisis y la experiencia.
- Se ha modificado la naturaleza de la escritura y la tipología de los textos (hipertextos). «Las desventajas del libro frente al hipertexto hacen presagiar su desaparición y el nacimiento de una nueva cultura, con profundas repercusiones sociales, en especial en los modelos de enseñanza-aprendizaje, que tienen en el libro un fiel transmisor de información y esparcimiento con memoria indeleble«. (Cote, Eduardo. «Educación y cibersociedad: Hipertextos e hipermedia»).
- » Los multimedia interactivos dejan muy poco margen a la imaginación. Como una película de Hollywood, los multimedia narrativos incluyen representaciones tan específicas que la mente cada vez dispone de menos ocasiones para pensar. En cambio la palabra escrita suelta destellos de imágenes y evoca metáforas que adquieren significado a partir de la imaginación y de las propias experiencias del lector» (Negroponte, 2000: 24-25).
- Se tiene acceso a la información en un grado desproporcionadamente alto, lo que motiva que se hable de una «infoxicación» (indigestión informativa) en tanto no discrimina según criterios de selección, espíritu analítico y crítico». (Sádaba, sin fecha)
Con Carlos Slim Helú y su consorcio empresarial extendido por todo el territorio nacional, siendo el hombre más rico del planeta y el proveedor de acceso a Internet predominante en un país adonde se leen en promedio no más de tres libros al año por habitante: ¿Qué será de los jóvenes en edad de estudiar, ante la falta de visión en lo que concierne al desarrollo bibliotecario del país, a la ausencia de una política educativa que privilegie la alfabetización informacional de todos los ciudadanos (no solamente el dominio de la tecnología informática), y un Estado-editor evidentemente autista?