Las primeras horas, los primeros días, tras acontecimientos como el tsunami Honshu (o el que devastó las costas chilenas, o el terremoto que arrasó Haití), antes de que la sobrecarga de información sobre el asunto acaba por «anestesiar» a los seres humanos, son cruciales para cobrar conciencia de ciertas cosas:
- de las estrechas relaciones e interpendencias que existen entre todos los pueblos y regiones del mundo;
- de la grave responsabilidad que pesa sobre los gobiernos, cuando no refrenan a su interior la corrupción, y destinan los recursos públicos para lo que son, para atender necesidades sociales y prever necesidades futuras;
- de la necesidad e importancia de la información y el conocimiento científicos, para generar soluciones que se anticipen, tanto como sea posible, a desastres de ésta naturaleza.
Graves y duras lecciones nos enseñan los acontecimientos que atraen la atención mundial sobre Japón, en estos momentos: ellos, constituyendo una sociedad altamente organizada, tecnificada y con un fuerte desarrollo científico, enfrentan un enorme problema ahora, pérdidas incalculables, económicas y de vidas humanas, y cuentan con el apoyo internacional y sus propias fuerzas para superar este fenómeno. No debemos olvidar que vivieron la humillante detonación de dos bombas atómicas estadounidenses sobre su territorio, y aún así lograron reconstruirse y desarrollarse ¿Cuánto podemos aprender de su experiencia?
¿Qué aprendió la comunidad internacional del terremoto de Haití? ¿en qué momento se hará presente la ayuda efectiva y real para los habitantes de Japón, que lo perdieron todo? ¿Cómo se preparan los gobiernos de la Cuenca del Pacífico y, particularmente, México, para hacer frente a éste y otros fenómenos semejantes resultantes de las inevitables como impredecibles interacciones tectónicas en esa región? ¿En qué medida se han anticipado eventos como éste y otros, para orientar el crecimiento urbano, el diseño arquitectónico, el abasto de alimentos, energía, agua y todas las demás medidas de seguridad indispensables y necesarias, para preservar vidas humanas?
¿Cómo y cuánto permea en la educación, la cultura y la comunicación social, la conciencia cada vez más necesaria, urgente, de nuestra fragilidad global y de nuestra responsabilidad compartida?