La Biblioteca Nacional de Francia desempolva en una exposición 300 joyas bibliográficas de alto voltaje erótico, algunas de ellas nunca mostradas.
OCTAVI MARTÍ – París – 04/12/2007
Las carteras tienen un departamento o bolsillo recóndito al que denominamos «infierno». Las bibliotecas francesas tienen un departamento, estante o habitación que también recibe el nombre de «infierno». Allí guardan los libros o estampas eróticas. O pornográficas. Sencillamente, secretas. Y quien tiene un secreto, tiene alma. Y quien tiene alma, puede pecar. Así que la exposición que la Biblioteca Nacional de Francia acoge desde hoy es, en cierto modo, una exposición de pecado.
Desde 1844, la BNF tiene en su seno un infierno (enfer). En él se acumulan todos los libros -ilustrados o no- que pudieran hacernos «pecar», «condenarnos». Antes de esa fecha, la biblioteca no era pública o aún no estaba ordenada y accesible. Cuando era privada, ya contenía libros «licenciosos», pero sus propietarios se limitaban a no dejarlos al alcance de los niños. Con la democracia -primero censitaria, luego masculina, por fin universal- se institucionaliza el control de la sexualidad.
En el enfer de la Biblioteca Nacional de Francia hay en la actualidad algo más de 1.700 publicaciones, muchos de los cuales jamás se han topado con el ojo del público. De un manuscrito del Roman de la rose, de Guillaume de Lorris y de Jean de Meung, del siglo XIV, a Au jour dit, de Pierre Bougeade, publicado el año 2000. En el primero vemos a una monjita recoger frutos del árbol de los penes -«es inútil resistirse a los deseos de la naturaleza. El hábito monástico no os ofrecerá protección alguna. ¡Coged pues los placeres de la vida!»-, en el segundo el dibujo alegórico ha sido sustituido por fotografías algo más crudas.
En la BNF, todos esos fondos -una selección de 300 de ellos- se ofrecen al público -mayor de 16 años- hasta el 2 de marzo de 2008. La exposición recrea de manera sutil la idea de una biblioteca en llamas o de un infierno literario. Los personajes míticos, las ediciones clandestinas y, por fin, los autores que se quietan el antifaz se suceden en un recorrido que también se interesa por ciertos fenómenos de moda: la pasión por la antigüedad clásica, la confusión de géneros o el entusiasmo por la flagelación o la zurra.
Unas pantallas nos permiten ver adaptaciones cinematográficas de grandes clásicos del erotismo, ya sea La religieuse, de Diderot, o Histoire d’O, de Pauline Réage. Unos discretos altavoces nos permiten escuchar fragmentos de obras de referencia.
Si durante años el enfer se alimentaba de las requisas o incautaciones hechas por la policía en casa de particulares o editores poco respetuosos de la ley y se consideraba un lugar infamante, hoy sólo van a parar a ese lugar las ediciones de bibliófilo de gran calidad y fuerte contenido erótico. Si se trata de ediciones vulgares, se reúnen con las demás en los anaqueles en alegre promiscuidad.