Linda, adorable, lejana Caitlin querida,
¿Estás mejor? Le pido a Dios que no estés triste en ese horrible hospital. Cuéntamelo todo, cuándo saldrás otra vez, dónde estarás en Navidades y que piensas en mí y me quieres. Y cuando estés de nuevo en el mundo seremos personas prácticas, andaremos por ahí, haremos cosas, nos comprometeremos con Aquella Gente, buscaremos un lugar con baño y sin cucarachas en Bloomsbury, y seremos felices. Es esto -pensar en las pocas, sencillas cosas que queremos, y saber que las vamos a conseguir a pesar de que tú ya sabes Quién y de sus humores y rencores- lo que nos mantiene con vida, creo. Me mantiene con vida. No te quiero para un día (a pesar de que le vendería el alma al diablo para verte ahora mismo, mi cielo, aunque solo fuera un minuto, para besarte una vez, y ponerte una cara graciosa): un día es lo que dura la vida de un mosquito. Yo te quiero para toda la vida de un animal loco y grande como un elefante. No he salido en toda la semana; he tenido un resfriado horrible, con tos y ojos llorosos, demasiado cargado de flema y aspirinas para escribirle a una chica en el hospital, mi carta habría sido triste y desesperada, e incluso la tinta habría transmitido gripe y tristeza.