Cuando los militares fueron a casa del poeta Juan Gelman, él estaba exiliado. Se llevaron a su hijo y a su nuera, embarazada de una niña que entregaron a otra pareja. A los 23 años, esa niña supo quién era. Ahora busca la verdad de las dictaduras del Cono Sur.
Por Gabriela Cañas
Macarena nació por segunda vez cuando tenía 23 años. La plácida y apolítica vida que llevaba en su Montevideo natal se trastocó por completo cuando su madre le confesó que no era hija suya y ella descubrió que era una niña robada; arrancada de los brazos de unos padres secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura argentina, y entregada a quien ella creía que era su padre: un policía uruguayo. A Macarena aquella noticia le cambió la conciencia y la vida. A partir de entonces, supo de tormentos y de desapariciones, de horrores y complots represores, y supo también que ella era un producto de todo eso. Descubrió que su abuelo llevaba años buscándola y que se llamaba Juan Gelman. Corrió a Internet y así fue como aprendió que era un poeta, un poeta muy importante, argentino también, como sus verdaderos padres, que vivía y sigue viviendo autoexiliado en México y que desde allí reclamaba el derecho a recuperar a esa nieta de cuya infancia nunca pudo disfrutar.
Macarena pleiteó para cambiarse el apellido. Ahora lleva los apellidos Gelman García, como su auténtico padre, como su auténtica madre, aunque mantuvo su nombre de pila, el que le impuso su devota madre adoptiva, porque los Gelman tienen ascendencia sevillana.
Busca los restos de su madre y apoya públicamente en su país la lucha por la derogación de la Ley de Caducidad por considerar que da cobertura legal a la impunidad. Incluso ha asistido al intento fallido de desenterrar el cadáver de su madre en un lugar que resultó equivocado. Contar su historia se ha convertido para ella en una herramienta para abrirse paso en la espesura de los silencios cómplices.
Cenamos juntas en un céntrico hotel de Montevideo, al que llega con vaqueros, camisa sencilla y jersey. Es un atuendo parco y sencillo, difícil de recordar, como si reclamara para sí misma una vulgaridad de la que definitivamente carece. De los jovencísimos padres que nunca conoció habla con ternura y, a veces, en presente.
¿Cómo le dieron la noticia de que usted era hija de otros?
Me lo dijo mi mamá. Mi papá había muerto cuatro meses atrás y mi madre me dijo que mi abuelo estaba buscándome. En realidad, toda mi familia biológica me estaba buscando. Mis papás biológicos tenían 19 y 20 años. Eran argentinos. Vivían en Buenos Aires. Los secuestran el 24 de agosto de 1976.
Su madre tendría ahora 51 años. No sé si llegó a cumplir los 20. La última vez que la ven con vida es el 22 de diciembre, y a mí me dejan en la casa de los papás que me criaron el 14 de enero de 1977. Ella cumplía los 20 años el 6 de enero. Bueno, los secuestran, los llevan a un centro clandestino de detención que se llamaba Automotores Orletti. Allí permanecen. A mi papá lo matan en el año 1976 mismo, a finales de septiembre u octubre. Y a mi mamá la trasladan a Uruguay dentro de la operación que se llamaba Plan Cóndor. Estaba embarazada de siete meses y medio cuando la secuestran.
¿Sabía usted en qué consistió el Plan Cóndor?
En aquel momento no, pero fue de lo primero que me enteré. Porque cuando mi mamá me cuenta que no soy hija biológica de ellos, me dice que si quiero saber algo más tengo que hablar con el obispo Pablo Galimberti, que era la persona con la que mi abuelo había contactado para hablar con nosotros. Según supe después, mi abuelo sabía que mis padres eran muy devotos y que era la mejor manera de acercarse a mi familia adoptiva. Mi mamá le había dicho a monseñor Galimberti que yo no sabía nada y que, de hecho, ella y mi papá habían planeado contarme la verdad ese mismo año, en 2000. Pero nunca llegaron a hacerlo. Mi padre murió de cáncer cuatro meses antes del encuentro con el obispo.
¿Nunca sospechó usted nada, ningún indicio de que sus padres no fueran realmente sus padres?
No, absolutamente nada.
¿Le molestó la noticia? ¿Se enfadó con su madre?
Tanto en ese momento como después, siempre pensé que la verdad era mejor que cualquier otra cosa. Como le decía, a mi mamá la trasladan acá a Montevideo. Era noviembre de 1976, según he podido saber. Nos tienen un tiempo juntas, al menos hasta el 22 de diciembre. El parto fue acá. Se presume que en el hospital militar, aunque nadie lo confirmó. Me dijeron que el parto fue el 1 de noviembre. Es la fecha más probable. Además, cuando me dejan en la puerta de mis papás lo hacen con un cartelito dando esa fecha de nacimiento. Presumo que no es mentira, aunque tampoco tengo toda la certeza del mundo en eso. Después del 22 de diciembre, última fecha en la que nos ven juntas y viva a mi mamá, ya no se sabe nada hasta el 14 de enero, día en que me dejan en la puerta de la casa de mis papás. Según ellos, una noche tocaron el timbre, abrieron la puerta y había una canastita con un bebé y un cartelito. Era yo.
Un regalito, vaya.
Sí, un regalito [se ríe]. Un regalito que habían robado de algún lado. De mi mamá no se supo nunca más nada. Se ha confirmado que sí, que la trajeron a Uruguay, y parece que la asesinaron también, pero no hay ni datos de dónde pueda estar enterrada. Se manejó que la habían enterrado en el Batallón 14, pero la búsqueda no ha dado ningún resultado.
Aquel 24 de agosto de 1976 que Macarena menciona con precisión, los militares argentinos irrumpieron en el domicilio del periodista y escritor Juan Gelman, muy buscado por la extrema derecha de su país. Pero resultó que Gelman ya se había marchado al exilio. En su lugar, los militares se llevaron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia García, embarazada. Eso le salvó la vida al que después sería un poeta múltiplemente galardonado y le acarreó todo el dolor que ha destilado su poesía. Su vida ha sido desde entonces también una búsqueda incesante de los suyos; de su joven hijo, de su esposa y de ese bebé a punto de nacer. Trece años más tarde de aquel fatídico secuestro se recuperó el cadáver de Marcelo, que yacía dentro de un barril de cemento y arena. Aún no se han encontrado los restos de aría Claudia.
¿Se resistió en algún momento a conocer la verdad?
No, nunca. Enseguida llamé a monseñor Garimbaldi y, cuando me senté a hablar con él, lo primero que me contó es la historia de la Operación Cóndor, que había consistido en la coordinación de las fuerzas represivas de América Latina. Y ahí empezó toda la historia. Me contó todo lo que mi abuelo había podido averiguar. Lo que él sabía. Que a efectos de confirmar mi identidad había que hacer una prueba de ADN, cosa que yo manejaba perfectamente [es estudiante de Bioquímica y trabaja en la administración de un hospital]. Sabía en qué consistía y sabía que era necesario. Y, bueno, me dijo que lo mejor era ir aproximándome a mi abuelo, al principio, no de forma directa, sino con cierta prudencia, durante un tiempo. Siempre a través del obispo. Me consiguió una carpeta con fotos de mi abuelo. Enseguida me enteré de que había habido una gran campaña pública internacional para buscarme que contó con el apoyo de muchísima gente, pero yo no me había enterado de nada.
¿Cómo es posible?
No sé, porque la campaña en esos días era tremenda. Claro, fue la época en la que falleció papá y yo estaba totalmente en otra cosa, pero aparecían incluso cartas públicas de mi abuelo con el entonces presidente de la República Julio María Sanguinetti. Afiches. Se le había dado mucha publicidad al tema.
¿Y nunca se había fijado?
No, nunca. Debí de ser la única que no se enteró. Porque todos mis amigos habían oído algo de la campaña menos yo [se ríe]. ¡Cómo se dan a veces las cosas! Es que era casi como ridículo que yo no me hubiera enterado de nada. Además, no sabía quién era mi abuelo. Era la primera vez que oía su nombre. Y, desde luego, tuve la inquietud de entrar en contacto con él inmediatamente, así que mi abuelo y su mujer viajan a Montevideo y ahí nos conocemos. Fue por esas fechas, febrero de 2000, que se supo oficialmente mi paradero.
En verdad que resulta paradójico que Macarena Gelman ignorase hasta ese momento su propia búsqueda. Hasta llegar a ese nieto cuya existencia sólo se adivinaba, Juan Gelman y su segunda esposa acometieron una minuciosa búsqueda de cuyos detalles Gelman prefiere no hablar. “Mi mujer, Mara La Madrid, fue quien llevó realmente a cabo la investigación”, cuenta para esta entrevista a El País Semanal, “y cada noche evaluábamos los pedacitos de información reunidos en el día. Yo me encargué de la campaña de prensa, con la ayuda de dos amigos, ambos poetas: Tomás Burghardt, de Alemania, y Fernando Rendón, de Colombia. En esa campaña para encontrar a Macarena se reunieron más de 100.000 firmas de escritores, artistas, ciudadanos de a pie y una docena de premios Nobel de 102 países de los cinco continentes”. Además de todo ello, y como bien reflejó la prensa en su momento, Juan Gelman instigó públicamente a las autoridades uruguayas para que buscaran la verdad, una vez que supo que María Claudia había sido llevada a Uruguay, un país sumido en 1976 en el terror y la dictadura desde el golpe de Estado asestado tres años antes.
¿Tenía miedo de toda esta nueva situación en su vida?
Sí, bastante. Mucho. Conocí a mi abuelo y quedamos en hacerme la prueba del ADN. No tenía sentido quedarme con la duda. Los análisis despejaron todas las dudas: al 99,99% de probabilidades era yo. Durante el tiempo de espera del resultado me relacioné mucho con mi abuelo.
Supongo que a raíz de todo esto conoció a un montón de nuevos familiares.
Sí. Ahora tengo también una abuela paterna que vive en Buenos Aires. Tengo un primo y una tía en Buenos Aires, también por parte de mi papá. Y tengo un abuelo y un tío en España, en Barcelona, por parte de mi mamá. También hay primos de mis padres, amigos… He tratado de conocer a toda la gente que he podido. La verdad es que ha sido muy rico como experiencia y también en aporte de datos para reconstruir la historia. La edad que tenían mis padres es una edad en la que pasas más tiempo con los amigos que con la familia. Así que la mejor fuente eran los amigos. Fue muy lindo en ese sentido. Me han apoyado mucho porque han hecho de mi familia en muchos casos.
Esta última primavera estuvo usted en España y hasta visitó a parte de su familia en Barcelona.
Sí, aunque ya les conocía desde 2002. En esta ocasión también pensé: qué hago yo acá. Cuando fui a México a ver a mi abuelo me preguntaba lo mismo: ¿qué hago yo viajando para ver a gente que no conozco? A España fui totalmente sola a encontrarme con ellos. Habíamos tenido contacto mediante el chat. Al principio de la historia nos comunicábamos por Internet. También conocía así a dos amigas de mi padre en España. También tengo primas por parte de mi familia adoptiva en Sitges. Esta vez vi a toda mi familia reunida por España.
¿Y cómo ha vivido todo esto su familia adoptiva? ¿Cambiaron las relaciones entre ustedes?
La verdad es que es una familia pequeña, porque en sí los más cercanos eran mi mamá y mi papá. No estaban muy unidos a sus respectivos parientes, así que no había vínculos estrechos. Así que cuando hablo de mi familia adoptiva hablo sólo de mi mamá, con la que vivo al día de hoy. Además de aceptar el hecho de que no era su hija, mostró toda su colaboración en mi investigación, en el sentido de no ocasionarme dolor. Al contrario. Siempre me apoyó en todo lo que quise hacer. Lo hizo incluso en el juicio de filiación (por el que logró cambiarse los apellidos), que se llevó a cabo en 2004 y que fue lo más difícil.
Para ella tuvo que ser muy doloroso.
Por supuesto. Pero siempre tuvo una actitud de acompañarme más que de cuestionarme. Ella incluso siente un gran aprecio por mi abuelo Juan Gelman. Es mayor. Ahora tiene 76 años y está muy delicada de salud. Supongo que todo esto le ha influido mucho.
¿Ayudó la forma en la que ella le dio la noticia? ¿Cómo fue exactamente?
Un día volvía a casa y me la encontré llorando. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que tenía que hablar conmigo, pero que no podía hacerlo mientras yo entraba y salía (siempre andaba de acá para allá). Me dijo que mejor hablábamos cuando volviera de trabajar. Lloraba tanto que decidí quedarme. Le preguntaba y le preguntaba y ella sólo lloraba. Casi no podía hablar. Le pregunté si tenía que ver con papá, con ella. Me dijo que con los tres. Y entonces (no me pregunte por qué; yo nunca sospeché), lo cierto es que, ante su silencio y su llanto, le pregunté: “¿Es que no soy hija de ustedes?”. Y ella me dijo: “¿Quién te lo dijo?”. Ahí fue cuando me di cuenta de lo que había dicho.
De modo que de alguna forma, aunque fuera de forma inconsciente, usted lo sabía.
Parece que voy a tener que terminar aceptando que sí. Entonces, ahí ella ya me cuenta cómo llego a la casa de ellos, y me dice que desconocía de dónde provenía yo hasta que este señor que era mi abuelo se puso en contacto con ella. Obviamente, me puse a llorar. No entendía lo que me pasaba en la cabeza.
Antes dijo que a raíz de todo esto se relacionó mucho con su abuelo. ¿Le gustó?
Sí. Yo iba con un miedo terrible la primera vez, y él me imagino que tendría un montón de dudas. Pero a partir de ahí todo fue una avalancha. Había decisiones que tomar en un momento histórico y político en el que todavía se negaba la existencia de niños robados en Uruguay. El tema de los desaparecidos siempre se dejaba de lado. Aquí se negaban la mayoría de las cosas.
¿Y hasta entonces nunca se había preocupado usted por estos asuntos?
No. Tampoco tenía afiliación política alguna. No me interesaba la política partidaria, aunque militaba en un sindicato estudiantil. La Ley de Caducidad no permite que los responsables de crímenes de la dictadura sean investigados. En cierta manera no permite ni la investigación, si bien este Gobierno ha hecho mucho por permitir todas las investigaciones abiertas.
¿El problema es que es una ley aprobada por referéndum?
El Gobierno consideró que el caso de mi mamá no debía estar incluido en la ley. Pero, a pesar de eso, la causa judicial, ya archivada, que presentó mi abuelo en el año 2002 y que yo pedí reabrir en febrero de este año, fue de nuevo archivada en base a esa ley. Eso ha cerrado las puertas a la investigación a nivel judicial.
Por todo ello empieza usted a darle publicidad a toda su historia.
No, esto es muy reciente. No he empezado a hablar con la prensa hasta este mismo año. Porque es ahora cuando está ampliamente probado que lo que me pasó a mí le pasó a muchísima gente en lo que tiene que ver con estos dos países (Argentina y Uruguay). Esto pasó. Fue muy cruel. Ocurrió durante una dictadura, y para mí esto del robo de niños no tiene explicación. Ahora he sabido que fue muy habitual robar niños en Argentina y también en Uruguay.
La colaboración de la dictadura uruguaya con la argentina fue muy estrecha.
Sí, y hay que luchar por la verdad y para que esto no vuelva a pasar. Es la causa de mucha gente.
¿Ha contactado con gente con historias similares?
Sí, por supuesto. Llega un momento en que tu entorno no te satisface. Es muy difícil hablar de algunas cosas. Mis amigos me han manifestado muchas veces que les cuesta mucho tratar esta parte de mi historia. Que no saben si hablarme, si no hablarme, si preguntarme. Y, de hecho, de muchas cosas se van enterando por la prensa, porque, obviamente, uno no llega a una reunión y dice, bueno, a ver, cuéntame.
¿Es más fácil hablar con otros niños robados?
Sí, entre nosotros hay una empatía. Es algo bastante especial, Una comunicación más allá del conocimiento personal. Al menos a mí me ha pasado. Espontáneamente surge el tema, las experiencias. Y uno se siente entendido.
¿Hay asociaciones de niños robados en las que usted se haya implicado?
Sí, y organizan actividades para reconstruir sus historias. En Argentina es mucho más común, así que allí me siento más cómoda; menos rara.
En todo caso, usted está ahora totalmente movilizada.
Sí. Es verdad que hay cosas muy íntimas que no cuento públicamente, pero, aunque emocionalmente es un gran esfuerzo, no me incomoda contar mi historia. Lo que me pasó a mí le pasó a mucha gente, y creo que vale la pena que se sepa que estas cosas sucedieron. En mi grupo de amigos había mucha gente que no había reparado en esto. Yo tampoco.
Usted ha tenido la suerte de contar con un abuelo que no se rindió.
Sí. La verdad es que en lo personal estoy superagradecida porque colaboró muchísima gente, tanto en la búsqueda como después en las distintas etapas, si bien naturalmente uno se llega a sentir muy solo porque resulta que la que es mi familia no lo es, y la que es, no lo fue. Y no está acá. La distancia es algo positivo y negativo a la vez. Compartir las cosas en la distancia es complicado. Ahora viajo bastante a Argentina a ver a mis nuevos parientes. A veces voy cuando los extraño y a veces quiero irme corriendo.
¿Se siente ahora más argentina que uruguaya?
Bueno, el corazón está dividido.
¿Sigue interesada en saber algo más de su madre?
Cada vez tengo más interés. Quiero saber qué pasó con ella y dónde está. Y, bueno, todo es muy difícil. Te dicen, mira, tus papás son éstos. Tienes que conocerlos a través de otra gente. Cuando me enteré de su existencia yo ya había vivido más de lo que ellos vivieron. Las circunstancias tan trágicas y tan injustas..
Me imagino sus ansias de ver sus fotos.
Sí, sí. Aparte es que yo era de chiquita, hasta los 13 años, muy parecida a mi mamá. Muy parecida. Ahora me dicen que tengo una mezcla de los dos. Que incluso me parezco más a mi papá. Eso impresiona mucho.
¿Qué idea se ha hecho usted de cómo eran?
Sé que eran muy buenas personas. Mi papá era introvertido, un chico muy maduro para la edad que tenía, pensativo, preocupado por lo que pasaba. Dulce. No muy deportista. Y mi mamá… Me la describen como alegre e inquieta, graciosa. Los amigos los querían muchísimo.
Me imagino que exprime usted ahora a la familia y a los amigos para que le cuenten.
Sí, me encanta que me cuenten cosas. A veces me cuesta pedírselo, la verdad. Espero que lean esta entrevista y así se animen a contarme más cosas cada vez que nos veamos.
¿Avanza la investigación por encontrar a su madre?
Eso está ahora un poco estancado. Y con el tiempo la angustia crece. Los militares tienen un pacto de silencio y no hablan. Yo siempre tengo la expectativa de que se rompa ese pacto. Pero por lo que he visto es muy difícil. Algunas veces se han manejado lugares de enterramiento que no resultaron. Pero no, no ha habido avances. Por eso en febrero hice declaraciones públicas pidiendo que realmente se investigue y se sepa qué pasó. El caso ha sido archivado dos veces. El expediente es enorme. Hay algo que los militares siempre invocan y que es la Operación Zanahoria, la operación de remoción de los cuerpos enterrados. Obviamente, no fue completa. Se espera que aparezcan más.
En la prensa se publican hallazgos de vez en cuando.
El problema es que la búsqueda, con la escasez de datos que hay, es muy complicada. Pero el Gobierno actual de Tabaré Vázquez tiene una gran disposición a seguir investigando.
¿Realmente se siente amparada por el Gobierno?
Sí. El Gobierno anterior (de Julio María Sanguinetti), a su manera, también colaboró. Nunca me han puesto dificultades. Todos me han dado su apoyo. Se hizo una Comisión para la Paz, que investigó (en el año 2000) con potestades muy limitadas, pero fue un primer paso importantísimo que dio el Gobierno del presidente Jorge Batlle. Y a partir de entonces el tema se ha mantenido. La Comisión para la Paz terminó y no se logró mucho respecto a mi mamá, pero esa comisión fue valiosa. Con el Gobierno de izquierda de Tabaré Vázquez, obviamente, las cosas tomaron otra fuerza.
Sin embargo, su abuelo mantuvo un duro encontronazo con Sanguinetti por su falta de colaboración para desvelar los atropellos de la dictadura.
Sí. Y también se habló de la vinculación que pudo haber tenido mi papá (adoptivo) con la gente que me robó y me dejó en la puerta de su casa. Incluso se manejó que era amigo de Sanguinetti o de alguno de los asesinos de mi mamá. No hay nada probado. Amistad personal con Sanguinetti yo puedo decir que no la hubo, porque viví con mi papá 23 años. La realidad indiscutible es que mi papá era el jefe de Policía del Gobierno de Sanguinetti en el departamento de San José. Sin duda tuvieron una relación política. Militaba en el Partido Colorado y había llegado a ese cargo por el partido. Mi papá era inspector de policía. Pero para mí todo esto es una incógnita.
¿Y qué dice su madre? ¿No sabe nada?
Mi madre desconocía realmente… Creo. No estoy segura, obviamente. Y no sé lo que pudo llegar a saber mi papá. Sé que supo antes de morir que mi abuelo me andaba buscando. La primera vez que mi abuelo vino a Uruguay buscándome era en 1998, así que supongo que mi padre llegó a enterarse de todo. No me lo dijo. No es una cosa fácil de decir.
No parece que haya anidado rencor hacia su familia adoptiva.
Mis sentimientos respecto a mi familia adoptiva no han cambiado. Me dieron una muy buena educación y una muy buena infancia. No tengo nada negativo contra ellos. Todo lo que vino después es una conjunción de historias de tanta gente. Sé que mi papá no tuvo nada que ver con la muerte de mi mamá.
¿Ha leído a Juan Gelman?
He leído todo lo que he podido. La poesía siempre me ha gustado. Mi papá también escribía. De hecho, me hicieron llegar unos cuadernos suyos. Era una poesía también muy fuerte para la edad que tenía. Dura. Negro, muerte, sangre. Algo premonitorio. Había un poema incluso en el que se despedía de los amigos ¡a los 15 años! Supongo que eso tiene que ver también con una generación que yo no termino de conocer. Quizá eso no estaba tan fuera de lugar en ese momento. Para mí fue fuerte. Que mi papá tuviera esa visión.
Tiene ya 31 años y todavía no ha acabado la carrera. Quizá deba replantearse sus estudios.
Es que estoy en una especie de crisis, en un momento en el que no sé qué va a ser de mi vida el mes que viene. Estoy muy confundida y, aunque suene un poco cursi, busco mi lugar en el mundo (se ríe). Porque todo esto te mueve los marcos de referencia. El sentido de pertenencia se ve bastante vulnerado. No sos de acá. No sos de allá. Nací y crecí en el Uruguay y me siento tan uruguaya como siempre, pero, en sí, mi historia tiene más que ver con Argentina, y en Argentina soy uruguaya. Te quedas sin referentes. Ahora en todos lados soy un poco extranjera.
El pasado 23 de abril, Juan Gelman recibió el Premio Cervantes en Alcalá de Henares. Allí declamó: “Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero”. En primera fila le escuchaba atentamente Macarena. Los dos siguen buscando los restos de María Claudia, por poder tener un lugar, como ha reclamado Juan Gelman, donde al menos depositar para ella un ramo de flores.
Tomado de la revista El País Semanal del diario El País, 10 de agosto de 2008