Por Francisco Peregil.
Jan Favreau redacta los discursos que han fraguado a un orador brillante.Un hombre practica deporte en Washington cerca del memorial de Abraham Lincoln, ante la imponente estatua del presidente que en 1863 proclamó el fin de la esclavitud. Ahí mismo, el 28 de agosto de 1963, bajo las palabras de Lincoln grabadas en mármol, Martin Luther King pronunció su legendario discurso Tengo un sueño: «Que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por su reputación. Que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de…».
Jon Favreau deja de correr y piensa en lo que sabe que no debería pensar: mañana se van a dar cita en el Lincoln Memorial millones de personas para oír el discurso de Barack Obama, un discurso que durará 20 minutos y en el que este hombre de 27 años ha trabajado más de dos meses.
Semanas antes de las vacaciones de Navidad, Obama y su consejero David Axelrod se reunieron en Chicago con Favreau para darle las directrices de lo que tenía que ser el discurso. Le silbaron la música a sabiendas de que Favreau le pondría la mejor letra. Favreau estudió los discursos inaugurales de otros presidentes, se reunió con peggy Noonan, redactora de los discursos de Ronald Reagan, encargó a un miembro de su equipo que estudiase las alocuciones presidenciales en tiempos de crisis y a otro que entrevistase a varios historiadores.
Bill Burton, portavoz de Obama, le dijo: «Tío, ¿te das cuenta de que lo que estás escribiendo lo colgará la gente en carteles en sus habitaciones?». Pero si pensaba eso, Favreau se paralizaba. Si pensaba que desde el 20 de enero pasaria a ser el escritor de discursos más joven que haya trabajado nunca en la Casa Blanca y que sus palabras pueden ser algún día grabadas en mármol, no avanzaba.
Favreau prefiere seguir siendo Favs, el chaval que se lleva el ordenador portátil a las cafeterías Starbucks, escribe desde allí mientras se comunica con sus amigos en la página de Internet Facebook, el tipo que se ha comprado un apartamento de una habitación en Washington y lo tiene amueblado apenas con un colchón hinchable, el escritor que durante la campaña electoral declaraba que no tenía novia y que mucha gente, cuando le preguntaba a qué se dedicaba, no creía que fuese el escritor de Obama. .
A Favreau también le han criticado a veces la supuesta vacuidad y excesiva belleza de sus discursos. «Mi rival da discursos. Yo ofrezco soluciones», solía decir Hillary Clinton cuando competía con Obama en las primarias. Pero la oratoria de Obama la fue arrolIando. Tras ganar las presidenciales, un amigo de Favs expuso durante dos horas en Facebook una foto en la que se le veía muy sonriente en una fiesta mientras le cogia el pecho a una figura de cartón de Hillary Clinton. La foto saltó de Facebook al resto de la Red y de ahí a la prensa. Aparentemente, la broma no causó demasiada molestia a la próxima secretaria de Estado del país.
A mediados de diciembre The Washington Post llevó a su portada a Favreau y apenas sí mencionaba ya el caso Hillary. El gran tema era el primer discurso del primer presidente negro. Favreau hablaba del miedo escénico que le paraliza cuando pasa ante la estatua de Lincoln y de su compenetración con Obama, quien ha declarado en diversas ocasiones que Favreau, más que un escritor, parece «un lector de mentes». Favs también contaba que hasta hace unos meses compartía piso con seis amigos, apenas se afeitaba, nunca cocinaba y solía quedarse hasta el amanecer jugando a un videojuego.
Obama, que ya ha escrito. Dos libros autobiográficos, y Favreau han creado algunos de los discursos más memorables de las últimas décadas, lo cual es mucho decir en un país donde el discurso político tiene rango de género lite-
rario y las palabras de presidentes como Franklin D. Roosevelt -«la única cosa de la que hemos de tener miedo es el miedo mismo»- o John Fitzgerald Kennedy -«no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino lo que tú pue
des hacer por tu país»- son parte de la memoria colectiva.
En marzo de 2008, en plena campaña electoral, Jeremiah Wright, el clérigo que casó a Obama y bautizó a sus dos hijos, pidió «que Dios maldiga a América» a causa del racismo. Cuando Obama salió al paso de la polémica con un discurso sobre el racismo que encandiló a negros y blancos y fue calificado de histórico por cientos de periódicos -«La ira es real, es poderosa y el simple hecho de desear. que desaparezca, el condenarla sin entender sus raíces, sólo sirve para incrementar el abismo de falta de entendimiento que existe entre las razas»-, la pluma de Favreau ya estaba cumpliendo su trabajo. Cuando cinco meses después, en Denver, Obama se metió a los delegados demócratas en el bolsillo con su discurso ante una audiencia de 38 millones de telespectadores «Tenemos más riqueza que nadie, pero eso no nos hace ricos. Tenemos las mayores fuerzas armadas sobre la tierra, pero no es eso lo que nos hace fuertes. Nuestras universidades y nuestra cultura son la envidia del mundo, pero no es por eso por lo que el mundo se acerca a nosotros. Es el espíritu americano, esa promesa americana. que nos empuja cuando el camino se
hace incierto. Esa promesa constituye nuestra mayor herencia»-, Favreau también había hecho su trabajo. La noche en que Obama ganó las elecciones y. pronunció un discurso en Chicago -«Si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible…»- que conmovió a millones de ciudadanos, Favreau tenía listo también el de la derrota, por si su jefe perdía.
El discurso que Obama pronuncie mañana quedará para la historia como su discurso, pero Favreau también se llevará su parte de reconocimiento. En EE UU, a los escritores que escriben para otras personas se les llama fantasmas (ghosts), en lugar de negros, que es como se les denomina en España. Robert Schlensinger, hijo de un escritor de discursos de Kennedy y autor del libro Lós fantasmas de la Casa Blanca, ha escrito en su blog que la clave del éxito de Üñ fantasma es que sepa captar la voz de su jefe, que hayan trabajado mucho tiempo codo con codo y que su jefe confie plenamente en él.
La historia de Favreau como gran escritor comenzó un verano de hace cuatro años en Boston, cuando tenía sólo 23 y trabajaba para el candidato demócrata a la presidencia John Kerry. Favs vio detrás del escenario de la convención a un senador ensayando su discurso y no dudó en aconsejarle que suprimiera una frase porque le parecía redundante. El senador era Barack Obama. Y el discurso que ensayaba era una pieza brillante que iba a marcar un antes y un después en la política estadounidense. Pero Favs se atrevió a hacerle aquella sugerencia.
«Obama me miró un poco confundido, como diciendo ¿quién es el niñato éste?», declaró Favreau en diversos medios. Al siguiente año Favreau se quedó sin empleo y solicitó una entrevista de trabajo con Obama para trabajar como escritor de discursos del senador. Tras media hora charlando sobre la familia y el béisbol, Obama le preguntó cuál era su teoría sobre los discursos. Y Favs, que apenas acababa. de graduarse en Ciencias Políticas en la Universidad Holy Cross de Worcester (Massachusetts), le dijo: «Un discurso puede ensanchar el círculo de personas a quien le importa esta cosa. Es como decirle a la persona que ha sufrido: ‘Te escucho. Incluso aunque estés decepcionado y cínico respecto a la política del pasado, porque tienes buenas razones para sentirte así, podemos ir en la dirección correcta. Sólo concédeme una oportunidad». Obama se la concedió a Favs. Él hizo lo mismo con Adam Frankel, de 26 años, y Ben Rhodes, de 30, que trabajaron a sus órdenes en la campaña. Y juntos se encargaron de buscar las mejores palabras de aliento en una época desalentadora.
Tomado de: “El país” Lunes 19 /01/ 2009.