Universidad Veracruzana

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Influido por su confesor, tira a las llamas sus Almas muertas

Juan José Flores Nava

A 200 años del natalicio de Nikolai Gogol. (1/abril/1809)

Nuestro escritor no tenía ninguna ambición literaria cuando publicó sus primeras líneas. Había dejado atrás su natal Ucrania para probar suerte en San Petersburgo. Y ésta, la suerte, parecía estar en contra suya. Entonces decidió escribir y publicar unas líneas. Tuvo éxito. Hoy, a 200 años de su nacimiento, el mundo celebra a Nikolai Gogol.

Como todo gran artista, Nikolai Gogol también tiene tras de sí una leyenda que comenzó a fraguarse cuando él aún vivía, pero que fue creciendo con los años. Adjetivos no le faltan. Se habla de él (o de su leyenda) como delirante, demente, sátiro, mordaz, irónico, loco, radical, excéntrico, fantástico. Exactamente los mismos adjetivos que se han empleado para referirse a sus cuentos, novelas y teatro. A su obra.

Una obra que comienza, en sentido estricto, con un poema extenso intitulado «Hans Küchelgarten», que corrió con muy mala fortuna pues fue vituperado en exceso, lo que obligó a su autor a retirarlo de las librerías donde había sido colocado.

En San Petersburgo, a donde llegó con 19 años impulsado por la promesa de un empleo como burócrata en la administración zarista, Gogol empezó a tener una vida complicada. Los rublos que su madre le enviaba desde Ucrania no le eran ya suficientes para sobrevivir. Así que, apurado por la circunstancia, en 1830 escribió y publicó sin firma en los Anales de la Patria, una importante revista petersburguesa de la época, «La noche de san Juan», el primero de los ocho cuentos que después darían vida a las Veladas en la granja de Dikanka, una obra fantástica y llena de humor -basada en las costumbres y leyendas ucranianas que su madre le remitiera en diferentes misivas-, publicada en dos partes en 1831 y 1832.

Y aunque se diga de él que es un brillante folclorista que retrata con mucha realidad las costumbres y las tradiciones ucranianas, la verdad es que siempre se remitió a ellas como materia de su obra para transformarla y expresarla con una agudeza y una pulcritud casi poéticas. La muestra más clara son, precisamente, los ocho cuentos de las Veladas en la granja Dikanka, a los que debe su fama de humorista («La noche de san Juan», «La feria de Sorochinez», «La noche de mayo», «El documento perdido», «Nochebuena», «Terrible venganza», «Iván Fedorovich Sponka y su tía» y «El lugar embrujado»).

En el mismo año en que publicara su primer volumen de cuentos, 1831, se hizo profesor universitario de historia. Fue así que conoció y entabló amistad con Aleksandr Pushkin. No obstante sus primeros deseos, poco tiempo dio cátedra en las aulas. Cuatro años más tarde, ya convencido de que su camino era la escritura, abandonó la Universidad de San Petersburgo en 1935. Y un año después, en junio, dejaría Rusia para vivir en el extranjero. Pasó por Suiza, Francia y Alemania, hasta que finalmente en Italia, en Roma, encuentó su sitio.

La causa de este peregrinar es la aparición, ahora dentro del género teatral, de su comedia de enredos El Inspector, publicada en 1836. La reacción del público conservador ante este trabajo de tema político le fue adversa. Y se le fue encima. Hasta esos días no se había visto en Rusia una obra de teatro que caricaturizara con fuerza y tanto filo la gris burocracia de su país.

Ya en el exilio, Gogol escribió una de sus obras más importantes: Almas muer- tas, donde de nueva cuenta se lanza de manera sarcástica sobre la Rusia feudal. Sergio Pitol, en De la realidad a la literatura, recuerda que en los documentos oficiales y en las actas de comercio, la palabra «alma» equivalía a un siervo: «Se vende una finca con seis aldeas, un palacio, tantas áreas de bosques y 200 o 500 almas.» «Alma» era el término oficial para no escribir «siervo».

En 1848, Gogol publica El capote, un relato fenomenal en el que un funcionario de bajo rango en la administración civil sustituye, con gran- des sacrificios, su viejo y gastado capote por uno nuevo; ya con éste, Akaky Akakievich Bashmakin, que es así como se llama el funcionario, se siente seguro, como si esa prenda de vestir le hubiera devuelto la confianza en sí mismo y le hubiese conseguido la aceptación de los otros. Sobre este texto, Carlos Fuentes escribe, en el prólogo de La creación de Nikolai Gogol, de Donald Fanger, que báschmak significa «zapato» y Akaky Akakievich nos es presentado como un hombre que siempre mira hacia abajo, que camina mirándose los zapatos y que trabaja mirando hacia abajo los papeles oficiales.

Pero el ascenso se inicia, precisamente, cuando el pobre burócrata cambia su capote y lo luce una sola noche, pues unos bandidos se lo roban camino a casa. Entonces, dice Fuentes, «apela a las alturas: pide justicia de un personaje elevado de la burocracia, que con sus iguales se conduce cortésmente pero con sus inferiores en rango se vuelve insoportable. La justicia le viene de lo alto; pero la muerte le viene de lo bajo; Akaky cae y muere de fiebre, y regresa como un fantasma, ni alto ni bajo, sino impalpable, a despojar de sus capotes a los bandidos y a los funcionarios, sin implicar que unos y otros sean idénticos».

Justo después de escribir El capote, Gogol hizo una peregrinación a Jerusalén, impulsado por sus creencias cristianas ortodoxas. Tras volver a Rusia, con la segunda parte de Almas muertas escrita, Nikolai Vasilievich Gogol decidió entregar esta segunda parte ya no a la imprenta, sino a las llamas, influido y a merced de su confesor, el sacerdote ortodoxo Matvey Konstantinovsky.

Unos días antes de su muerte, Gogol se declara partidario del orden autocrático y patriarcal para salvar a Rusia; y, peor aún, reniega de su obra y quema, como hemos dicho, la segunda parte de su manuscrito. No obstante, a la fecha han sido publicados algunos fragmentos supuestamente rescatados de Almas muertas.

Sin haber contraído nunca matrimonio (por esta causa se sospechó, sin mucho fundamento, que era homosexual), el 4 de marzo de 1852, a los 42 años de edad, muere en Moscú una de las figuras literarias rusas más importantes de todos los tiempos: Nikolai Vasilievich Gogol.

Tomado de :

El Financiero, Martes, 31 de marzo de 2009