Se han cumplido 50 años de la muerte de Albert Camus. El rebelde al que no le faltaron enemigos es visto como un heroico defensor de la ética individual en un mundo de simulacros y engaños colectivos.
Alguna vez confesó que le hubiera gustado ser escultor. Su obra perdura como las piedras del Mediterráneo, el mar esencial que le reveló el hechizo del mundo.
Nada de esto hubiera sido posible sin la presencia de dos maestros. Huérfano de padre (caído en la Primera Guerra Mundial), Camus nació en un pobrísimo barrio de Argelia. Creció con una madre analfabeta y una abuela tiránica. Apasionado del futbol, jugaba de portero porque es la posición en la que menos se gastan los zapatos. En El primer hombre, la novela inconclusa que llevaba en el coche donde murió a los 47 años, escribe: «la infancia… ese secreto de luz, de cálida pobreza». La precariedad fue su ámbito absoluto. Sólo al ingresar al liceo supo que otros eran ricos.