Pablo Ordaz
Su casa olía a gato y su escritura, a libertad. Nunca se casó con nadie, salvo con esas dos pasiones suyas. Hace ya muchos años llegó a confesar: «Sin mis libros me sería imposible vivir y sin mis gatos, también. Los libros no aúllan ni los gatos proporcionan sabiduría, por eso no podría elegir. Preferiría entonces vivir sin mí». Y así fue: el día que los médicos le quisieron apartar de sus muchos gatos para preservar sus pulmones, sus amigos supieron que también lo estaban condenando a muerte.
Lo mismo hubiese pasado si a algún incauto se le hubiese ocurrido alejar a Carlos Monsiváis de la libertad. Nunca la traicionó. Y cuando tuvo que elegir entre la libertad y los suyos, siempre la eligió a ella.