Antonio Saborit
El martes falleció el creador de La Familia Burrón y de una serie de personajes inspirados en las clases populares de la Ciudad de México
En el oficio de Gabriel Vargas están el auge y caída de las publicaciones periódicas ilustradas en México, un registro gozoso y a la vez despiadado de la vida en los márgenes durante el siglo 20, un capítulo excepcional en la historia de la caricatura narrativa entre nosotros. Es un oficio que se alimenta en el teatro de revista, en el cine, en la propia industria de las primeras publicaciones periódicas con grandes tirajes y cuestionables ambiciones en el orden de lo artístico.
Vargas debutó en las páginas de Jueves de Excélsior con Frank Piernas Muertas (1936), como informan Juan Manuel Aurre-coechea y Armando Bartra en la primera historia moderna de la historieta en México, Puros cuentos. Gracias a este trabajo podemos seguir los pasos de Vargas en las publicaciones periódicas del siglo pasado. Tras Frank Piernas Muertas vinieron El Caballero Rojo, una adaptación de Sherlock Holmes (para el suplemento de Novedades), y una vida de Cristo, curiosos antecedentes del paso al humor en Virola y Piolita (1937).
Vargas no tardó en crear otra serie, Los Superlocos, con la que empezó a trabajar para una nueva revista de Garría Valseca, Pepín, y transitó de la marcada influencia de Germán Butze en su primer encuentro con los personajes de Virola, Piolita y Tafite, hacia un espacio diferente, casi propio, creado en la disciplina
A lo largo de los novecientos cuarenta, Vargas conformó un singularísimo elenco de figuras urbanas en las viñetas de Los Superlocos, invadió en 1947 el suplemento dominical de Esto, cambió de casa y forma-tcj al pasar en 1950 del espacio de Pepín al más amplio de Paquita, y sobre todo creó su primera, agradecida, generación de lectores, para quienes fueron auténticas presencias reales cuantos personajes gravitan en torno al picaro sin escrúpulos Jilemón Metralla y Bomba, como su rival Poloño, o las chicas Bazuka y Elodia.
En breve llegaron un espacio independiente y los colores para Los Superlocos, sí, pero también la máxima creación de Vargas, La Familia Burrón.
No sé si la capacidad de trabajo de Vargas saliera de lo común, a juzgar por su trabajo en otras series de los novecientos cincuenta, como Los Superchifla-dos, Los Chiflados, Los del Doce y Poncho Lopes, lo que no tiene igual es su capacidad para inventar nombres: Guanábana Guar-neros, Briagoberto Memelas, Talocha Lilongo, Abelino Pilongano, la Divina Chuy, Acémilo Chaparreras, Susanito Cantarranas y un extenso y radiante etcétera con las más diversas influencias entre nuestros moneros, muy señaladamente en Abel Quezada y, sin duda, Rius.
La saga de los Burrón dio inicio con El señor Burrón o vida de perro (1948), o sea, la vida del malhadado peluquero Regino Burrón, propietario del Rizo de __ Oro, y su señora, Borola .com Tacuche, niña bien venida a mucho menos.
A lo largo de tres décadas, La Familia Burrón y el arte de Gabriel Vargas fueron para la Editorial Panamericana, pero a partir de 1978 los habitantes del Callejón del Cuajo y su creador caminaron por su cuenta y riesgo.
En esta saga se podrían encontrar indicios del sarcasmo de novelas como Nueva burguesía de Mariano Azuela, pero más que nada la intención que José Tomás de Cuéllar desplegó en la legendaria serie de novelas en las que consignó la vida de la capital del País en el siglo 19.
Aguda, novísima, delirante, lograda Linterna Mágica es el legado de Gabriel Vargas.
Articulo tomado de: Reforma impreso 30/05/2010