Bettina Caron
Con la lectura pasa algo parecido a lo que nos ocurre con el amor, con los amigos entrañables y a lo que también sentimos con algunos objetos, lugares y recuerdos que nos acompañan a lo largo de toda la vida.
Esos que van cambiando con nosotros, que se van transformando y adquiriendo nuevos significados, pero que permanecen.
Porque la lectura estuvo siempre. Cuando eramos muy pequeños a través de las canciones de cuna, una de las primeras formas de comunicación, con la palabra.
Un poco después llegaron las rimas, los cuentos para ir a dormir, las adivinanzas, los trabalenguas, las rondas. Pero siempre las palabras, las palabras mediadoras entre las emociones y la necesidad de acompañamiento, de comunicación, de transmitir «esas cosas» que van mas allá de las palabras.
En un momento posterior al de esa primera infancia, la lectura comenzó a transformarse en algo diferente y las palabras, también. En algo frío y formal que los adultos solían calificar como correctas o no, como claras o confusas, como verdaderas o falsas y las consideraron también como buenas o malas palabras.
¿Qué fue lo que pasó entre ellas y nosotros, en aquel momento? ¿Qué, para que cuándo comenzábamos a adueñarnos de ellas en la escuela, cuando empezabaámos a aprender a leer y a escribir, para que justo cuando creíamos que iban a ser nuestras para siempre, todo ese universo cambiara tanto? ¿Tanto, que casi las perdemos?
Porque tan distintas comenzaron a sonar que parecían de otro idioma, no del nuestro, no de aquel idioma que nos acunó y con el que nos comunicábamos tan bien y tanto, con el que reíamos y llorábamos porque las palabras nos conmocionaban y nos ayudaban a sentir el mundo, no solo a conocerlo, a vivirlo también
Y, por supuesto, algo muy parecido nos ocurrió con los libros, como es lógico. Con aquellos primeros libros que guardaban historias que queríamos escuchar una y mil veces sin cansarnos de oírlas y de leerlas adivinando los misterios que escondían las letras, las imágenes, la modulación de la voz de la abuela, la mirada, los gestos, los silencios … Todo aquello era una ceremonia de emociones y de intensa comunicación; un encuentro con el placer, un placer sensitivo, humano, transformador que nos dibujaba sonrisas o gestos de miedo, tristeza, intriga, amor, enojo, impaciencia, desilusión …
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