Eusebio Ruvalcaba
Hermano de elección
1) Cada vez que me topaba a Germán Dehesa, bebíamos whisky.
2) Le desesperaba que en las entrevistas radiofónicas que me hacía yo fuese el lacónico por antonomasia. A mi lado, un monje que hubiese hecho el voto del silencio era gran conversador. Pero cuando estábamos en su casa no paraba yo de hablar, desde luego sobre cualquiera de mis tres temas: mujeres, música y vino —y eso era justo lo que él quería transmitir. Y que no logró.
3) Apenas identificaba su voz, ya sabía yo que la conversación habría de girar sobre Borges. Porque Germán Dehesa era gran, profundo, conocedor de Borges. Lo admiraba por encima de cualquier contingencia. Hablamos de él hasta la saciedad. Alguna vez me contó una anécdota: Borges vino a México y él —Germán— estuvo invitado a una cena en honor al maestro; pero cuando llegó al umbral de aquella casa no se atrevió a tocar.