El año pasado Monsiváis y Saramago. Ahora con la muerte de Sabato, parece que el mundo de las letras -que ha deslumbrado a generaciones- se desmorona poco a poco con la caída de sus pilares. Pero con cada pérdida, la obra trasciende con la lectura y el repaso de cada palabra escrita.

Postulado al Nobel en tres ocasiones y ganador del Cervantes en 1984, Ernesto Sabato falleció a causa de una bronquitis la madrugada del 30 de abril en Santos Lugares, Argentina. Faltaban 55 días para su centenario.

El homenaje que estaba planeado para la celebración de su centenario en la Feria del Libro de Buenos Aires, servirá ahora como homenaje póstumo. Ahí se hablará sobre la vida del bonaerense y se proyectará parte del documental “Sabato, mi padre”, realizado por Mario Sabato, director de cine e hijo del autor.

Es común resaltar títulos y galardones en figuras literarias, pero con Sabato es diferente. Ensayista, pintor, físico y escritor, se le consideraba uno de los últimos pilares de la Literatura argentina, de los últimos clásicos.

Su muerte se apoderó de los titulares, pero su partida abandonó un lugar irremplazable en la Literatura de la Lengua Castellana.

Su visión quedó plasmada en cada obra realizada, desde una pintura hasta un ensayo. Sabato tenía una lupa minuciosa para revisar la condición humana, a veces existencial, a veces con desasosiego social, con ironía, tacto, delicadeza. Un observador y crítico analítico del hombre y la realidad del mundo.

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