Manuel Rodríguez Rivero
No sé si ustedes ya lo han notado, pero nunca como ahora se habían publicado tantos libros que celebren el libro y el placer de la lectura. Tanto ficciones como no ficciones. La nueva tendencia editorial corre paralela a las lúgubres profecías que anuncian su fin (al menos en soporte analógico) y su sustitución urbi et orbi por el advenedizo libro electrónico. Se produce así una especie de nostalgia anticipada o preventiva que está alimentando un nuevo subgénero que, de seguir creciendo, quizás llegue a tener estantería propia en las grandes superficies, donde los asuntos suelen estar más compartimentados que en las pequeñas librerías (el otro día descubrí en un centro de El Corte Inglés, y dentro de los libros de autoayuda, una sección llamada simplemente «Felicidad», justo lo que necesitamos). El interés por los libros sobre el arte del libro se extiende también al noble arte de la imprenta. Taschen, que ya había publicado los dos espléndidos volúmenes de Type, a Visual History of Typefaces and Graphic Styles, se descuelga ahora con el estupendo Fuente de Letras, de Joep Pohlen, que aúna a sus características de sobrio libro-objeto, su utilidad como manual de referencia para todos aquellos interesados en el arte de la escritura y, especialmente, en la invención, historia, clasificación y características de las fuentes y tipos de letras hoy más empleadas en el diseño y en las artes gráficas. Tras hojearlo (y ojearlo) durante toda una tarde, soñé que me sepultaba una indolora lluvia de letras que, en su caída, iba componiendo al azar los textos de una nueva biblioteca borgiana. Cuando me desperté corrí a la Feria del Libro. Pero allí no los tenían.
Centenario
Creo que era Kierkegaard el que decía que la vida se vive hacia delante pero se comprende hacia atrás. La sentencia puede aplicarse también a asuntos no tan estrictamente personales. A la historia, por ejemplo: Walter Benjamin encarna esa mirada (aterrorizada, en su caso) hacia el pasado en el Angelus solus pintado por Paul Klee, al que identifica con el ángel de la historia. De hecho, los historiadores suelen mirar hacia atrás en busca de elementos de comprensión (las «raíces») de la época objeto de estudio. Y, en el fondo, todos miramos atrás para encontrar sentido y coherencia, para buscar justificación. Recibo con agradecimiento Nuestra historia (1911-2011), un volumen (no venal) que la editorial Seix Barral ha publicado para conmemorar su primer centenario. Claro que el hecho de que una editorial haya conservado el nombre a lo largo de la mayor parte de su existencia no significa que su historia deba ser leída como un proceso sin bruscas soluciones de continuidad. En Seix Barral las hubo, y muchas. La antigua empresa de artes gráficas de la calle de la Provenza y la editorial que tiene sus oficinas en el gran complejo del Grupo Planeta en la Diagonal sólo tienen en común el nombre (que no siempre fue el mismo) y el haberse dedicado, aproximadamente, a la misma actividad. En Nuestra historia, igual que ocurre en esos libros de consumo estrictamente familiar que se encargan con motivo de una jubilación o unas bodas de oro, todo el mundo queda bien, nadie metió nunca la pata. Incluyendo a mi admirada Carmen Balcells, a la que, por cierto, Carlos Barral, uno de los nombres imprescindibles de la historia de la casa (y de la edición española contemporánea), dedica algunas sinceras líneas en sus Memorias («tirana», creo recordar que la llama). Hay, en todo caso, otras historias posibles y quizás menos amables, que pueden leerse entre líneas, como uno intuye en el escueto párrafo referido a la compra (1982) de la editorial por Planeta: «Se corrigieron fallos estructurales como la debilidad de las redes comerciales y se aplicaron sinergias. Se había acabado la lucha constante por no caer en números rojos». La historia queda mucho mejor, claro, cuando se obvian los pasajes intermedios y se concentra uno en el luminoso final, preludio siempre de un radiante porvenir. O en la anécdota, como en el caso del (pequeño) pene emasculado (por la censura) al cazador prehistórico del logo, y que no le fue reimplantado «hasta principios de los ochenta». En todo caso, felicidades, Seix Barral, por este primer centenario. Y por todos esos libros (me refiero a los buenos) que unos y otros responsables editoriales han publicado a lo largo de esos años.
Periodistas
La llamada Edad de Plata de la cultura española, ese deslumbrante periodo que se extiende desde principios del XX hasta el final de la Guerra Civil, cuando la represión y la censura acabaron con él, tuvo un brillante correlato en lo que se ha llamado edad de oro del periodismo español. Sin uno no podría entenderse la otra, y viceversa. El Fondo de Cultura Económica -que viene imprimiendo un enérgico impulso a su editorial española- acaba de publicar el primer tomo del Diccionario biográfico del exilio español de 1939, un ambicioso proyecto de recuperación de las trayectorias vitales, políticas, culturales y profesionales de los hombres y mujeres que tuvieron que exiliarse tras la victoria del franquismo. Este primer volumen, dirigido por Juan Carlos Sánchez Illán, está precisamente consagrado a los periodistas, una profesión cuyos límites no pueden fijarse con excesiva rigidez. Por eso los compiladores del diccionario han optado por considerar periodista al «intelectual, literato o político que desempeñaba esa actividad como primer medio de vida, oficio o profesión, al menos durante una etapa suficientemente significativa de su vida». De ahí que abunden en el repertorio nombres quizás más famosos por su actividad política pública que por una labor periodística a la que, por otra parte, tuvieron que dedicarse para ganarse la vida en el exilio. Esos personajes, conocidos por su compromiso antifascista o por su encendida defensa de los valores democráticos, el laicismo y la libertad de pensamiento y expresión, se convirtieron en objetivos preferentes de la represión franquista y de las leyes implementadas para legitimarla. Muchos fueron ajusticiados o detenidos y anulados en la fase final de la guerra, y otros consiguieron escapar al terror y establecerse, preferentemente, en Francia y México (los dos grandes países de acogida), donde en no pocos casos encontraron trabajo en los medios de comunicación (en Francia, sin embargo, muchos periodistas españoles tuvieron que esperar hasta la Liberación). En el repertorio biográfico, y entre las entradas correspondientes a Diego Abad de Santillán y Julián Zugazagoitia, se ofrecen más de tres centenares de biografías de periodistas de muy distinta procedencia, trayectoria y especialidad (críticos, periodistas culturales, redactores, dibujantes, técnicos, fotógrafos, comentaristas políticos, etcétera). Entre ellos figuran numerosas mujeres, como Clara Campoamor, Josefina Carabias, Dolores Iturbe, Victoria Kent, María Lejárraga, Federica Montseny y tantas otras. Un importante libro de referencia que es también un homenaje a quienes contribuyeron de forma notable al esplendor de la cultura española durante la Edad de Plata y el exilio.
Tomado de: http://www.elpais.com