Por Daniel de la Fuente
Autor de Anagnórisis, Cantata a solas, Casa del nómada, es el poeta enorme del desarraigo, el amor y la cotidianidad: Tomás Segovia
«La poesía que siempre he intentado hacer desde los 15 años es transparente, de modo que sirva para estar en el mundo. No para estar en otro mundo. Mi poesía no es de evasión», explicó apenas llegó a suelo regiomontano, previo al homenaje que se le brindó ayer en el Encuentro Internacional de Escritores, organizado por Conarte, en el marco de la Feria Internacional del Libro.
«Yo no necesito crear otro mundo, es este mundo el que quisiera transformar, no desde la poesía, para eso hay otras voces. En la poesía no quiero cambiar nada, al contrario: quiero ayudar a la gente a estar en el mundo y a amarlo y a apreciarlo».
Oriundo de Valencia, Segovia es ganador de cuanto premio literario hay en México y de algunos de su Patria, aunque él, hombre de orillas varias, ha dicho que uno no es de un país en específico, sino de un tiempo.
Es por esta manera nada enredada de ver las cosas que el autor de Estuario, su libro reciente, se dice sorprendido por el homenaje que le dedica Monterrey.
«Siempre que me dan un premio o un homenaje me sorprende, porque en verdad soy un señor que escribe en los cafés, como todo mundo sabe; he tenido un poco de vida literaria, pero hace muchísimos años, y ahora estoy fuera del mundo literario: voy al café, hago versitos y de vez en cuando los publican. Me extrañan los premios, pero los agradezco».
Segovia es el poeta enorme del desarraigo, el amor, la cotidianidad y los mitos. Autor de Anagnórisis, Cantata a Solas, Casa del Nómada y Lapso, reconoce a la poesía como el acto más social que hay, en el sentido filosófico de la palabra.
«Claro, hay niveles», dijo no sin molestia por la afonía y un problema que le han dicho es de agruras y que parece catarro.
«El lenguaje social, el del poder, de la ciencia, del mundo de la enfermedad y del mal, para todo hay un lenguaje, pero para mí -otros poetas no lo ven así- el de la poesía es el que habla del hecho de ser humano, de tener un mundo y de dialogar con transparencia con mis contemporáneos de cómo es esto de estar vivo».
Segovia está a todo vapor: viene una reunión de nuevos poemas; al fin la luz después de una traducción titánica de versos de Víctor Hugo; una novela, Los Oídos del Ángel, narración sobre la narración, más lo que se acumule en el camino.
-¿Vive en paz con el tema del exilio?
«Sí. La primera vez que me instalé en España después de 40 años de exilio hablé en público y alguien levantó la mano: ‘¿y cómo vive un exiliado el problema de la identidad?’, preguntó, y le contesté que yo no tenía problema porque creo más en cosas inmediatas y trascendentes: la fidelidad, la lealtad, el amor.
«No creo en identidades. Desde pequeño me parecen peligrosas y, si no son asesinas, están cerca de serlo».
-¿De qué se arrepiente el poeta?
«En general, de nada. Si un poema no sale, no lo termino, y si lo termino es porque vale la pena. Tengo facilidad y memoria verbal. Puedo tener por días un poema en la cabeza, aunque de joven podía memorizar un poema de varias páginas».
-¿Qué poesía lee ahora?
«Cada vez leo menos poesía, porque me sucede que cada vez me inclino más a releer. Ahora releo a Pavese y a Camus. Tengo una vida limitada, además. Ya tengo poca curiosidad de ver qué hay de nuevo, pero justamente en estos días decía mi mujer que ahora que vamos a tener unos centavos, porque siempre andamos con al agua al cuello, sería bueno comprar un iPad, lo que me viene bien porque ya me es difícil salir a la calle, ir a la librería y estar ahí hurgando».
-¿Se ha sentido cerca del territorio aquel de haber dicho todo ya?
«Oh, no. Para mí la vejez es libertad. No tiene uno peleas pendientes, nada que demostrar, tampoco temores de si me van a rechazar o no. Escribo por puro gusto, porque es mi manera: voy al café, de pronto se me ocurre un poemita y lo escribo. No hay finalidad, ningún compromiso. Si no me sale, da igual: escribo porque me gustan el café y los versos».
Tomado de: Reforma 13/11/2011