Por Carlos Prieto
El vuelo sufrió un gran retraso y, ya en Pekín, apenas tuve tiempo de llegar al hotel, cambiarme y salir a presentar el libro en la librería Bookworm, cuyos clientes, de diversas nacionalidades, hablan todos inglés.
Yo había llevado conmigo una docena de libros y el embajador de México, un número mayor, encargados a Amazon.
Bookworm estaba atestado de público. Hice la presentación en inglés; toqué algunas piezas y contesté un alud de preguntas. Todos los libros de vendieron y dediqué un buen rato a firmarlos.
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Lunes 26 de abril. Pekín – Cantón.
En poco menos de tres horas recorrimos los 2000 kilómetros que separan a Pekín de Cantón, o, en ortografía pinyin, de Guangzhou.
Aterrizamos a las 3:00 p.m. El cónsul Alejandro Rivera nos recibió en el aeropuerto y nos condujo a nuestro hotel, atravesando una ciudad que, por supuesto, se ha transformado radicalmente desde la primera instancia en 1979, hace 31 años.
La tarde era libre y aprovechamos para hacer un recorrido por varios de los puntos esenciales de la ciudad, capital de la provincia de Guangdong.
Cuando estuve en 1979, Guangdong estaba experimentando apenas los primeros cambios, resultado de la apertura económica china. La ciudad fue uno de los primeros centros de la política de reforma y apertura instaurados en 1978 por Deng Xiaoping. Desde entonces Guangdong se ha convertido en uno de los principales polos del desarrollo chino. Es la tercera ciudad de China en cuanto a población, y es el centro de desarrollo económico, político, educativo, científico y cultural del sur de china.
La cocina cantonesa tiene una bien ganada fama internacional. Decidimos esa noche ir a cenar al restaurante cantonés Bing Shen, considerado de los mejores.
Resultamos los únicos extranjeros en el restaurante. Los menús estaban escritos con caracteres chinos y sólo nos parecieron algo comprensibles por las fotos que ilustraban los diversos platos. Las meseras no hablaban ni una palabra de inglés pero nos endilgaban largas frases de mandarín ( o en cantonés). Nuestras respuestas en inglés sólo les causaban una gran risa. La comunicación era nula. Nos salvamos gracias a una joven y muy amable china que desde una mesa cercana se percató de nuestros problemas y acudió en nuestro auxilio. Gracias a ellas disfrutamos una memorable cena.
Texto tomado de: Las aventuras de un violonchelo, historias y memorias. Carlos Prieto, FCE, 2011