Universidad Veracruzana

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A veces me digo que yo no sé nada de teatro: Rascón Banda

Javier Galindo Ulloa

 

Victor Hugo Rascón Banda -Uruáchic, Chihuahua, 6 de agosto de 1948/DF, 31 de julio de 2008- me concedió una entrevista para hablar acerca de la reedición de su libro Volver a Santa Rosa (Editores Mexicanos Unidos, 2004): él mismo se comunicó conmigo por teléfono para acordar la cita en su casa, ubicada en una calle de la colonia de San Miguel Chapultepec.

 

Con un aspecto aún demacrado y arropado con una bata de dormir y boina, Rascón Banda empezó a decir que aquel libro se publicó inicialmente en 1996 en la editorial Joaquín Mortiz, pero se agotó muy pronto y los editores ya no quisieron reimprimirlo.

-Aun así -continuó el dramaturgo-, nunca lo vi en librerías. Como yo no era un escritor de novelas, ni su hijo consentido como José Agustín, Jorge Volpi, o Carlos Montemayor, pues ya no les interesó mi libro, más cuando dicha editorial se vendió a Planeta. Ahora la editora Sonia Miró se arriesgó a publicarlo dentro de una colección juvenil.

En esta entrevista, que se conservaba hasta hoy inédita, el autor de Voces en el umbral y Playa Azul expresa los motivos que lo llevaron a escribir las 13 historias que integran Volver a Santa Rosa.

 

-¿Cómo se originó la escritura de sus relatos?
-Yo siempre he contado mi vida a cualquier amigo que se deje. Uno de ellos fue el actor Víctor Carpinteiro, que me motivó a escribir estas historias de infancia y con quien hice un pacto: yo las escribiría durante el día y él las leería en voz alta en la noche. Fue como el caso de Scherezada, que tenía que contar una historia para poder vivir. Ahora estoy escribiendo la continuación de Volver a Santa Rosa, de cuando aún siendo niño llegué en avioneta a Chihuahua, donde conocí los automóviles y la televisión; sobre todo, las nuevas palabras. Cuando estudiaba la secundaria tuve muchos incidentes relacionados con mi ignorancia del lenguaje. A mí me gustaba, por ejemplo, sentarme en la primera fila de adelante, donde me daba directamente la luz del sol cuando leía un libro. Entonces, el maestro de español me decía: «Te vas a quedar ciego, cierra por favor las persianas.» Y yo lo que cerraba eran los párpados. «iNo, las persianas!», me volvía a decir; pero yo juntaba las piernas. Y me di cuenta después de lo que me decía hasta que otro compañero se levantó a cerrar aquellas cosas que parecían láminas.

 

-¿Cuál fue el primer género literario en que empezó a escribir: cuento o teatro?
-Yo me considero un narrador. Ingresé al teatro por accidente en 1979. Cuando aún era estudiante de la facultad de Derecho, me inscribí en el taller literario de Vicente Leñero, que lo impartía en el Centro de Arte Dramático AC (CADAC), pensando que él nos iba a enseñar novela, cuento o guión cinematográfico. Allí conocí, a Sabina Berman y a Jesús González Dávila; quienes leían a cada semana una obra de teatro escrita por ellos. Cuando fue mi oportunidad, escribí y les leí Voces en el umbral, que es la historia de dos personajes femeninos: una alemana y una tarahumara. Leñero me recomendó enviarla a dos concursos: el de Tirso de Molina de España y el de Rodolfo Usigli que convocaba la Sogem. El texto que envié no era más de 27 hojitas mal transcritas a máquina, y mi sorpresa fue que en el de España mi obra fue finalista y el de la Sogem obtuvo mención honorífica. «iQué fácil es escribir teatro!», me decía, pues Voces en el umbral la escribí en una sola tarde. A veces me digo que yo no sé nada de teatro, sólo estoy aquí por puro accidente, es por eso que voy a renunciar. Pero cada vez que estreno una obra y escucho el aplauso del público, vuelvo a escribirlo. Pero siempre me rajo cuando se me dificulta llevar la palabra escrita a escena. Es la peor ocupación de un dramaturgo, porque es muy difícil que la palabra llegue a ser representada. En cambio, el cuento y la novela se escriben en la soledad de la casa y el escritor no tiene más barrera que el editor, el que se encarga de todo, incluso para ponerle el precio al libro. Uno jamás se entera si al lector le gustó o se le ocurrió echarlo a la basura o no. En el teatro, el dramaturgo siente el rechazo en el momento en que se está representando su pieza. Cuando se estrenó mi obra La Malinche, en el Festival Cervantino; se salieron a media función 750 personas del teatro. Es el dolor más grande que puede sentir un dramaturgo: ver las butacas vacías. Por eso el teatro se tiene que promover en un país que no ha sido educado para gozar de este género. Es una situación muy difícil para el dramaturgo romper tantas barreras para que su obra se lleve a escena.

 

-En Volver a Santa Rosa se manifiestan los mismos temas de violencia e injusticia que se reflejan en sus obras teatrales…
-Vicente Leñero dice que Volver a Santa Rosa es una novela estructurada a través de relatos en que aparecen los mismos personajes, con cierta unidad. Ahí están también los temas que después traté en mis obras teatrales: el narcotráfico, los ilegales, los tarahumaras, la violencia, la injusticia o el mismo mundo del teatro, como en el caso del cuento «El Bachichas». Este libro es mi relación con el mundo, el despertar de un niño que se sorprende ante el universo que se le descubre. Fui muy sensible al estar en contacto con personajes que se apartaban de la ley, lo que me hizo mirar al mundo de otra manera. Conocí el bien y el mal desde que cursaba la primaria. También estuve al borde de la muerte. Mi padre era encargado del Ministerio Público y mi mamá trabajaba con él. Mis abuelos habían sido jueces y estuvieron muy relacionados con la política. Nosotros, los niños, jugábamos en esas oficinas en que se impartía justicia, a donde regresábamos después de salir de la escuela y no a la casa, como era costumbre. Allí mi madre tomaba las declaraciones de los homicidas y violadores en frente de nosotros. Ellos se quedaban a dormir en los cuartos detrás de la huerta y a veces convivíamos con ellos, pues nos encargábamos de llevarles la comida. Cuando yo estudiaba en Chihuahua mi madre me hacía acompañar de una sirvienta expresidiario.

Tomado de El financiero Martes 5 de agosto de 2008