Por Marina Álamo Bryan
Primera parte de tres
El asombro ante el retrato de la muerte es posiblemente universal. La manera como se congela el fin de una vida tiende a reproducirse de manera casi alquímica en la plata de la fotografía; graba cada detalle, guarda cada arruga y mancha, a veces incluso guarda la verdad de los últimos instantes. Por eso es importante aprender a mirar a los muertos, reconocerles aunque sea con la mirada, evitar replegarnos, aunque nos duela y nos recuerde a la maldad humana, porque el rostro de los muertos siempre es el más sincero y nos enseña mucho más que el de los vivos las más de las veces. Los muertos poseen una calma imprevisible. En ocasiones su rostro refleja el terror de su asesinato, pero resulta más tenebroso cuando esto no es así. La contradicción embebida en su calma se vuelve paradoja atosigante. Eso pasa con la imagen que aquí presento, una que he dado en llamar la muñeca triste.
La imagen post-mortem de la primera víctima oficialmente reconocida después de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Su nombre, Ana María Regina Teuscher Kruger, fue el primero en publicarse en diarios y noticias, incluso reconociéndosele en la esquela conmemorativa que se encuentra hoy en Tlatelolco. Esta imagen fue vista públicamente por primera vez en el mismo año de 1968, en la revista Siempre! Sin embargo, durante los subsecuentes 40 años, la última imagen de esta dama cayó dentro del confuso torbellino de la secrecía. Su muerte misma causó cierto revuelo, se supo su nombre, se supo su injusticia; pero luego todos hicieron de cuenta como si no supieran. Hace seis años se volvió a publicar la imagen, en El Universal, acompañada de otras 11 más, del fotógrafo Manuel Rojas, quien tuvo la astucia de resguardarlas de las manos del poder. Las imágenes se presentaban como un triunfo, como un secreto que por primera vez veía la luz. La sociedad se escandalizó y se sorprendió de nuevo ante la crueldad del 68, omitiendo el hecho de que la imagen incluso apareció en la portada de la primera edición de un libro publicado en 1987. (Ante la inmundicia inherente a las falsedades incluidas en dicha publicación, ni siquiera me quiero dignar a mencionar su nombre, los que lo conocen lo conocerán). El punto es que la muñeca triste no es nueva, lleva gritando su propio nombre por 40 años, pero al parecer hemos elegido ignorarla en más de una ocasión.
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