Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



¿Para qué sirve leer novelas y cuentos?

Por Mónica Lavín

La lectura no sirve para ganar más dinero, ni siquiera se puede anotar en el currículum: fulano ha leído La Iliada y La Odisea, Robinson Crusoe, Cien años de soledad y Pedro Páramo. Lee dos libros por mes, 15 por año. No es una información que se solicite, que se fomente, que tenga precio en el mercado de trabajo. Tal vez porque el mercado laboral no ha dado el peso suficiente al aprendizaje sutil que deviene de la lectura de ficción: formativo más que informativo. Nuestra formación lectora no es requisito para entrar a una carrera universitaria. La sicóloga no nos preguntará: ¿Cómo empezó su relación con los libros? ¿Leía a escondidas, subrayaba, los robaba en las librerías, los pedía prestados, los arrugaba, los despreciaba?

Qué inofensivos se han vuelto los oscuros objetos del deseo, a nombre de quien se edificaron hogueras atroces que arrasaron con palabras. Los libros a lo largo de la historia han sido quemados por una razón universal. La palabra porta ideas, atiza cabezas, incita, los libros son gérmenes subversivos. Se han censurado libros en nombre de Dios, de la moral, de la política. ¿Y esto no nos provoca? El propio Miguel de Cervantes escribió —sin duda alabando el poder de los libros— sobre el efecto que tuvieron en Don Alonso Quijano, e hizo mofa de la quema que llevaron a cabo el cura y el bachiller por considerarlos culpables de su locura. Así lo introduce el autor en el primer capítulo: Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aún la administración de su hacienda; y llegó al tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballería en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos […]

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El libro biblioteca

Por: Sergio González Rodríguez.

Días atrás, los gremios de la letra impresa recordaron que, durante los últimos 15 años, cerraron entre el 30 y el 40 por ciento de las librerías en todo el País, es decir, van en extinción.

 

La mala noticia que aquello representa encuentra sus causas principales, aparte de la adversa situación económica, en el crecimiento de las conductas promonopólicas de grandes empresas, en buena parte de índole multinacional, ya sea editoriales o de las que controlan la exhibición/distribución, así como la venta, de los libros en gran escala. Éstas han aniquilado poco a poco a las librerías, para reemplazarlas por almacenes en los que hay estantes con productos impresos.

 

El 90 por ciento de los títulos que circulan en México es de autoría extranjera, y entre ellos dominan no sólo la marea de los best-sellers y «novedades», sino los remates de inventarios que llegan de ultramar. El impacto de los escritores mexicanos en el exterior resulta mínimo, si no insignificante, al lado de las obras y autores extranjeros que circulan y se venden aquí. Esto debería ser motivo de un programa específico de divulgación de la literatura mexicana dentro y fuera del País, pero a nadie se le ocurre, entre los responsables institucionales, encargarse de esto.

 

Como se trata de un fenómeno que impacta en términos generacionales, los estudiantes desconocen ya la literatura mexicana, o tienen un nexo funerario con ella, y se familiarizan con los best-sellers y su concepto mercantil como un valor privilegiado. Así, nada extraña que los nuevos escritores tiendan a buscar la celebridad mediática o el espectáculo por encima del compromiso literario o cultural.

 

Los dogmáticos del libre mercado dirán que éste ordena tales transformaciones, y que quienes no sobreviven es porque no saben sobrevivir. Hasta la fecha, nadie ha podido demostrar la verdad de tal dogma, y sí se ha hecho más evidente día tras día el poder de los depredadores económicos y sus sirvientes.

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El infierno del libro prohibido

La Biblioteca Nacional de Francia desempolva en una exposición 300 joyas bibliográficas de alto voltaje erótico, algunas de ellas nunca mostradas.

 OCTAVI MARTÍ – París – 04/12/2007

 Las carteras tienen un departamento o bolsillo recóndito al que denominamos «infierno». Las bibliotecas francesas tienen un departamento, estante o habitación que también recibe el nombre de «infierno». Allí guardan los libros o estampas eróticas. O pornográficas. Sencillamente, secretas. Y quien tiene un secreto, tiene alma. Y quien tiene alma, puede pecar. Así que la exposición que la Biblioteca Nacional de Francia acoge desde hoy es, en cierto modo, una exposición de pecado.

Escondidos en el 'infierno'

Desde 1844, la BNF tiene en su seno un infierno (enfer). En él se acumulan todos los libros -ilustrados o no- que pudieran hacernos «pecar», «condenarnos». Antes de esa fecha, la biblioteca no era pública o aún no estaba ordenada y accesible. Cuando era privada, ya contenía libros «licenciosos», pero sus propietarios se limitaban a no dejarlos al alcance de los niños. Con la democracia -primero censitaria, luego masculina, por fin universal- se institucionaliza el control de la sexualidad.

En el enfer de la Biblioteca Nacional de Francia hay en la actualidad algo más de 1.700 publicaciones, muchos de los cuales jamás se han topado con el ojo del público. De un manuscrito del Roman de la rose, de Guillaume de Lorris y de Jean de Meung, del siglo XIV, a Au jour dit, de Pierre Bougeade, publicado el año 2000. En el primero vemos a una monjita recoger frutos del árbol de los penes -«es inútil resistirse a los deseos de la naturaleza. El hábito monástico no os ofrecerá protección alguna. ¡Coged pues los placeres de la vida!»-, en el segundo el dibujo alegórico ha sido sustituido por fotografías algo más crudas.

En la BNF, todos esos fondos -una selección de 300 de ellos- se ofrecen al público -mayor de 16 años- hasta el 2 de marzo de 2008. La exposición recrea de manera sutil la idea de una biblioteca en llamas o de un infierno literario. Los personajes míticos, las ediciones clandestinas y, por fin, los autores que se quietan el antifaz se suceden en un recorrido que también se interesa por ciertos fenómenos de moda: la pasión por la antigüedad clásica, la confusión de géneros o el entusiasmo por la flagelación o la zurra.

La Revolución Francesa

Unas pantallas nos permiten ver adaptaciones cinematográficas de grandes clásicos del erotismo, ya sea La religieuse, de Diderot, o Histoire d’O, de Pauline Réage. Unos discretos altavoces nos permiten escuchar fragmentos de obras de referencia.

Si durante años el enfer se alimentaba de las requisas o incautaciones hechas por la policía en casa de particulares o editores poco respetuosos de la ley y se consideraba un lugar infamante, hoy sólo van a parar a ese lugar las ediciones de bibliófilo de gran calidad y fuerte contenido erótico. Si se trata de ediciones vulgares, se reúnen con las demás en los anaqueles en alegre promiscuidad.

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Mailer: el tiempo de nuestro tiempo

Rafael Pérez Gay

Ningún novelista puede escapar a su propio temperamento. Y menos que nadie Norman Mailer, a quien la sombra de la desmesura lo persiguió hasta el día de su muerte como una bendición y un destino maldito. Quiso escribir la novela absoluta y en el camino produjo más de 40 libros de ficción, ensayo, biografía, piezas teatrales y, desde luego, periodismo.

En el pavoroso mundo de Mailer, lo que no es descomunal no existe. Un viento de tempestad lo impulsó a los 25 años cuando publicó Los desnudos y los muertos y la prensa lo recibió con este tono de celebración extraordinaria: The New York Times: “Estamos ante la mejor novela sobre la Segunda Guerra Mundial”; Cleveland Press: “La más grande novela de guerra escrita en este siglo”; Time: “En la descripción de un horror continuo y de un completo agotamiento físico, no tiene paralelo en la literatura estadounidense”.

Había nacido una de las leyendas más poderosas de la vida pública estadounidense y empezado su camino una obra central de la literatura del siglo XX.

Podría decirse que la vocación de grandeza de Mailer incluía su vida íntima y que cuando reñía con sus esposas, en vez de discutir alzando la voz para reprochar algún cataclismo doméstico, las apuñalaba, pero sería mentira. Mailer sólo le clavó una navaja a su segunda esposa, Adele Morales, durante el festejo de su presentación como candidato a alcalde de Nueva York en el año de 1960.

Por lo demás, ese día Mailer se había bebido él solo toda la provisión alcohólica para más de 300 invitados y algo lo sacó de sus casillas. Desde luego fracasó en las urnas. Batalló con las feministas y le encantaban las mujeres. Cuenta Bárbara Celis que un día confesó lo siguiente en la televisión: “Esperé durante meses que Arthur Miller me invitara a cenar, pero nunca lo hizo y jamás se lo perdonaré. Quería conocer a Marilyn Monroe para podérsela robar. Robársela a su marido. Un criminal nunca te perdonaría que le impidieras cometer el crimen que anida en su corazón”.

El tema único, la obsesión enorme de Mailer fue Estados Unidos. Recorrió todos los géneros para convertirse en el gran cronista del siglo. No hubo asunto que no pasara por la furia productiva de su fuerza literaria: el poder, la guerra, la traición (Los ejércitos de la noche, El fantasma de Harlot, Oswald: misterio americano), el sexo (El parque de los ciervos, Los hombres duros no bailan), la religión (El evangelio según el Hijo), la moral y la muerte (La canción del verdugo, El castillo en el bosque).

Norman Mailer participó en la creación de un género casi tan antiguo como la misma literatura, pero que él ofreció al público como si fuera una novedad, de hecho lo era en su brillante concentración literaria: el nuevo periodismo, esa forma que a finales de los años 60 resolvía cualquier tema público con la misma intensidad con que se abría la puerta de una novela, la prosa al servicio de asuntos que no pertenecían al mundo de la ficción sino a la realidad inaprensible de cada día.

En este momento, mientras reviso mis viejos libros de Mailer, estoy dispuesto a cambiar algunas de sus novelas por varias de sus crónicas magistrales. Me refiero, al menos, a los textos reunidos en un libro extraordinario, The time of our time (publicado por Anagrama en 2005 con el título de América), que reúne como anfibios en el manglar a reportajes, crónicas, textos, ensayos personales, centellas de periodismo perfecto.

Pienso en “Boxeando con Hemingway”, “Nuestro Hombre en Harvard”, incluso en el novelista famoso habilitado como reportero durante la cobertura de la Convención Nacional del Partido Demócrata en 1960 y desde luego en esa breve obra maestra llamada “El combate del siglo”, los esplendores de Mohamed Alí y el ocaso de la realeza de George Foreman.

Norman Mailer se lleva también consigo a uno de los egos más colosales de la literatura moderna. Sin ese exceso de soberbia, su obra habría sido imposible tal y como la conocemos. No por nada, cuando cumplió 80 años escribió esta lección inquietante para todos los escritores: “Un ego razonablemente confiable es crucial para un autor que trabaja mucho, pero un ego mucho más fuerte que sus necesidades literarias es una autopista directa a la mediocridad”.

Tomado del Universal 14 de noviembre de 2007 .



Sobre las frases ingeniosas

Manuel López MicheloneManuel López Michelone es físico por la UNAM, maestro en inteligencia artificial por la Universidad de Essex, ajedrecista y programador. Actualmente imparte clases en la Universidad Iberoamericana. Su correo electrónico es morsa@la-morsa.com




Si algo me llama la atención son las palabras. El hecho de que con ellas podamos expresar todo género de ideas es sin duda una de las grandes motivaciones para estudiarlas. Desde las ideas más simples hasta las más complejas hallan su nicho en este inmenso e inagotable mundo de los símbolos escritos. De ahí que quizás no sólo me llamen la atención sino que, debiese confesar, me obsesionan, sobre todo por los giros que las palabras en frases y oraciones pueden tomar. Por ejemplo, consideremos la frase: “Los libros tienen la palabra”. No sé quién la acuñó (sí sé que se hizo para una feria del libro, precisamente), pero como sea, me parece sensacional. Por una parte y estrictamente hablando es cierto: los libros tienen la palabra. Por otra, hace referencia a que los libros tienen su importancia y ¿dónde mejor que en una feria de libros?

O bien, tómese la siguiente frase: “La caricia más delicada suele ser la más intensa”, que a todo esto, es de mi cosecha. El contrasentido está presente. Es quizás un oximorón («En la figura que se llama oximorón, se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla; así los gnósticos hablaron de una luz oscura; los alquimistas, de un sol negro»: Jorge Luis Borges) al contraponerse los adjetivos delicada e intensa. O bien ésta: “Cuida el agua para que no tengas que traerla en balde”, la cual fue escuchada en un anuncio de la Comisión de Agua. Es clara aquí la doble interpretación de traerla en balde, refiriéndose a traerla de balde o bien, a acarrearla en un balde. La notable combinación de significados es evidente aquí. Pero consideremos la que mi padre dice con frecuencia: “el dulce es la sal de la vida”. Una vez más se combinan dos significados sobre la definición de lo que el dulce es. Por una parte, es lo que le da sabor a la vida ¿verdad? Y por otra parte… me temo que caemos de nuevo en un oximorón.

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