Por Susan Sontag
PRIMERA PARTE
1.
Su primer permiso de vuelta a casa había concluido. El hombre que el Nápoles cortés
conocería en adelante como II Cavaliere, el Caballero, principiaba el largo trayecto de vuelta a
su puesto, al «reino de las cenizas». Así lo había denominado uno de sus amigos de Londres.
Al llegar, todos pensaron que parecía mucho más viejo. Seguía aún tan delgado: un
cuerpo hinchado por los macarrones y los pasteles de limón poco habría encajado con una cara
alargada, inteligente, de nariz aguileña y cejas muy pobladas. Pero había perdido la palidez de
su casta. Algunos observaron el oscurecimiento de su blanca piel desde que se había ido, siete
años antes, con algo parecido a la desaprobación. Sólo los pobres —es decir, la mayor parte de
la gente— estaban tostados por el sol. No el nieto de un duque, el hijo menor de un lord, el
compañero de infancia del propio rey. Leer más…