Recién me integré a un curso virtual en la universidad donde laboro, que lleva por temática “La lectura crítica y escritura argumentativa en contextos académicos” y en el cual estoy conociendo, y reconociendo, aportes técnicos y metodológicos que permiten a un docente establecer esquemas ordenados de pensamiento para abordar lecturas, que alimenten la generación de textos académicos relevantes en sus funciones de enseñanza.
En un mundo sujeto a un constante fluir de información, a través de todos los medios, y en donde se constituyó ya como una costumbre el recurrir a textos de estudio generados, incluso, por autores allende a nuestras fronteras, este curso provee las herramientas necesarias para que los profesores universitarios comiencen a generar su propia contribución al acervo literario de los materiales de estudio de sus estudiantes.
Es un proceso esperanzador que la universidad motive y capacite a sus profesores para que redacten textos académicos relacionados con las experiencias académicas a su cargo. De repente, se abren horizontes editoriales que, en diferentes grados de construcción, pueden permitir que el punto de vista del profesor se integre a los puntos de vista de los autores clásicos o recientes sobre el objeto de estudio que los hace interaccionar con estudiantes en formación profesional.
Destaco la expresión de diferentes grados de construcción porque. para muchos de los participantes, la elaboración de un artículo de opinión sobre temas académicos o un artículo de divulgación científica, pueden ser una aportación pequeña, pero significativa, en el desarrollo de un curso que puede ser el antecedente a un grado mayor de construcción editorial, como lo es la elaboración de un ensayo o un manual de procedimientos, o un texto completo de apoyo para un tema del curso en donde realiza su actividad docente.
Escribir textos académicos es un proceso que debe incluir la lectura crítica de diversas fuentes de saberes contenidas en textos diversos, ya sean artículos, ensayos, informes, libros especializados, que pueden ser reincorporados en función de lo que el lector-autor-docente valore de los conocimientos ahí contenidos para ajustarlos a una estructura textual propia.
El ideal de una universidad, que ofrezca formación profesional de calidad, es que como parte de sus procesos de enseñanza aprendizaje incluya la participación de docentes que también generen textos académicos propios. De hecho, la mayoría de los textos que se utilizan en los cursos de formación universitaria fueron hechos por profesores de otras universidades. ¿Por qué no aspirar a que una universidad, como la nuestra, tenga sus propios autores locales?
El perfil de los profesores universitarios modernos, así como el de sus estudiantes, debe incluir no solo que sean gestores del conocimiento y recreadores del mismo en las aulas universitarias, sino creadores de conocimiento para distribuirlo a través de diversos medios, uno de ellos por supuesto el escrito. Su función, entonces, no debe limitarse a reproducir, analizar y criticar lo otros han redactado en torno a conocimientos especializados, sino también redactar lo propio, como un punto de vista personal que se agregue a la imbricación de la complejidad de los cursos que imparte.
Durante el curso mencionado hemos analizado no solo como se debe establecer una metacognición de cómo aprender a leer y escribir, de manera estructurada y organizada, y hasta emotiva, diferentes formatos de textos académicos, sino también como darle un sentido de argumentación en función del contexto y audiencia a la que van dirigido los textos producidos.
Saber sobre qué escribir generando conocimiento, como escribirlo y para quien escribirlo, es fundamental para quien asume el rol de un autor docente de textos propios en el desarrollo de sus cursos. La ordenación de los párrafos, sus oraciones, los datos que contienen, el sentido de lo que se argumenta, la descripción de lo que se explica, el manejo de las abstracciones de lo que se expone y la secuencia de lo que se narra, son herramientas que el profesor, con la constante práctica de la redacción de textos académicos, dominará paulatinamente acrecentando la calidad de su formación profesional.
Es importante que la producción editorial generada, de manera incipiente en estos cursos universitarios, halle impacto no solo en los ámbitos de las aulas donde los profesores participantes se desempeñan cotidianamente, sino también en espacios mediáticos institucionales de la propia universidad, para dar a conocer este esfuerzo de formación de los maestros participantes. Quizás los trabajos más relevantes puedan ser publicados, para que sus autores comiencen así asumir el rol de creadores de textos académicos que, por cierto, no es muy amplio en nuestra universidad.
Plasmar las ideas por escrito y someterlas a la lectura de sus pares, sus estudiantes y público en general, es un esfuerzo intelectual por parte de los docentes, que logran terminar este tipo de curso, que debería ser estimulado y fomentado adecuadamente en los espacios de una universidad pública como la nuestra, sobretodo en un mundo globalizado donde los estándares de calidad de la enseñanza universitaria focaliza la importancia de la capacidad de autoría del conocimiento de los miembros de la comunidad académica de una institución de educación superior.
Vencer la cultura de la oralidad docente, es decir, aquella que se circunscribe a la idea de que un profesor universitario tiene como función principal el ser expositor y conductor de clases en el aula, haciendo uso de la voz y apoyos adjuntos, entre ellos la lectura de libros; es un reto para traspasar el falso dilema de la educación tradicional y la educación innovadora basada en el uso de medios para el aprendizaje flexible de los estudiantes. Falso dilema porque, de antaño, muchas universidades, a nivel mundial lograron su prestigio educativo, con base a la presencia de profesores que no solo enseñaban dictando cátedras magistrales sino también investigando para redactar sus propios libros de texto. Con el texto del profesor a disposición, los mejores estudiantes se acostumbraron a estudiar por su cuenta, sin necesidad de la presencia oral magisterial. En nuestra universidad es necesario retomar ese camino.