¿Qué es el ciberespacio? El mundo. —William Gibson, Conde Cero
En unas dos décadas de existencia, la internet —más en general, las nuevas tecnologías de información y comunicación, las famosas NTIC— ha devenido un factor de influencia enorme y creciente en el proceso enseñanza-aprendizaje, y su utilización tanto por parte de los docentes como de los educandos se ha multiplicado varias veces por año. La aplastante mayoría de los estudiantes, sobre todo a partir de la educación media, echan mano regularmente de recursos a los que tienen acceso por este medio para realizar, en todo o en parte, las tareas que les asignan los maestros y que, presuntamente, deberían coadyuvar a adquirir, ampliar, enriquecer o afianzar conocimientos.
Salta a la vista, empero, que la habilidad para generar este resultado deseable es muy desigual —y a menudo reducida— entre los estudiantes y que, por su parte, muchos docentes se ven en aprietos para ayudar a sus alumnos a desarrollarla. Aquellos docentes cuya familiaridad con la internet, sus recursos y sus trucos es más bien limitada difícilmente pueden orientar los pasos de sus alumnos por el laberinto digital, ayudarlos a aprovechar eficazmente la información disponible, enseñarlos a discriminar entre basura e información de buena calidad, y finalmente evaluar el trabajo de los alumnos.
Una de las consecuencias más patentes es que la elaboración de lo que en otro tiempo se llamó “composiciones” o “trabajos” escolares se ha convertido para muchos en un ritual de recorte y pega, en el que el educando se limita a buscar en algunas veintenas de páginas electrónicas artículos o párrafos sobre el tema asignado, para luego copiarlos y pegarlos en su propio documento, ponerles su nombre y entregarlos al maestro sin siquiera haberlos leído. Un colega mío encontró hace poco párrafos en portugués en medio de un trabajo presuntamente redactado en español, pues el alumno, en su prisa por copiar el material, no se percató de que Google, dada la semejanza de los términos de búsqueda, lo llevó a un sitio escrito en esa lengua. “O sí se percató —apuntaba mi colega— pero creyó que yo tampoco leería el trabajo.”
Surge, entonces, la pregunta de si las nuevas TIC representan un elemento benéfico en el proceso enseñanza-aprendizaje o son, más bien, causa de nuevos obstáculos y dificultades para que dicho proceso rinda sus frutos, un mal comparable a la miseria que es hoy en día buena parte de la televisión. Algunos piensan que es esto último. Sé de docentes que, exasperados, en vez de tareas escritas han optado por pedirle a sus alumnos dioramas, cuadros sinópticos en cartulinas y cosas que terminan siendo más manualidades que trabajos conceptuales. Otros se han resignado sencillamente a someterse al ritual de recorte y pega apuntado arriba.
Pero la internet no va a irse; llegó para quedarse, va a crecer y hacerse más compleja. Las tecnologías de información y comunicación salen con novedades todos los días, y los jóvenes compiten entre sí en una carrera por encontrarlas y ser sus primeros usuarios. La pregunta legítima es, pues, cómo poner dichas tecnologías al servicio de la enseñanza y el aprendizaje. El único remedio para el docente del siglo xxi es armarse del hilo de Ariadna, ir al laberinto virtual y tomar al Minotauro por los cuernos.
Ciudadanos digitales
Teseo derrota al Minotauro
Un Teseo pionero es Marc Prensky, popularizador del concepto de nativos digitales, expresión con la que designa a aquellos individuos que han crecido vinculados a las tecnologías digitales desde la infancia y han adquirido su manejo como el de la lengua materna, en contraste con losinmigrantes digitales, que se han vinculado a dichas tecnologías, en particular a las de información y comunicación, en la edad adulta.
Me asombra —decía Prensky hace una década— que en medio de todo el alboroto que se ha armado por el decaimiento de la educación en los Estados Unidos pasemos por alto su causa más fundamental: los estudiantes de hoy en día ya no son la gente a la que estaba destinado a instruir nuestro sistema educativo. Ha ocurrido una gran discontinuidad, una singularidad, un acontecimiento que cambia las cosas de manera tan fundamental que no hay retorno posible. Esta singularidad es la llegada y rápida difusión de la tecnología digital en las últimas décadas del siglo XX (Prensky, 2001).
Dice Prensky (2001, p. 1):
Los estudiantes de hoy en día —desde el jardín de niños hasta la universidad— representan las primeras generaciones que crecen con esta nueva tecnología. Han pasado toda la vida rodeados de y usando computadoras, videojuegos, equipos musicales digitales, cámaras de video, teléfonos celulares y todos los demás juguetes y herramientas de la era digital. Los actuales graduados de la universidad han pasado menos de 5,000 horas de su vida leyendo, pero más de 10,000 horas jugando videojuegos (para no hablar de 20,000 horas viendo tele). Los juegos de computadora, el correo electrónico, la internet, los teléfonos celulares y los mensajes instantáneos son parte integral de su vida.
Para Prensky, los estudiantes de nuestros días son todos “hablantes nativos” de la lengua digital de las computadoras, los videojuegos y la internet. Por otra parte, sus maestros, en tanto inmigrantes digitales, tienen que aprender esta lengua extranjera y adaptarse a la cultura que representa. No todos han podido o han querido hacerlo. Además, la mayoría de los que sí aprenden la nueva lengua conservan el acento de la que hablaban antes.
No es mera broma, advertía Prensky. Es algo muy serio porque (2001, p. 2)
el problema más grande que enfrenta la educación en nuestros días es que nuestros instructores inmigrantes digitales, que hablan una lengua envejecida (la de la era predigital), se esfuerzan por enseñar a una población que habla una lengua diferente por completo.
Es una buena metáfora, que se puede llevar válidamente más lejos.
En los Estados Unidos, un inmigrante puede convertirse en ciudadano de esa nación si reúne ciertos requisitos. Entre ellos figuran no sólo el dominar el idioma inglés, sino el conocer los fundamentos del sistema de gobierno del país, lo esencial de su historia, mucho de sus costumbres y su cultura, todo lo cual hay que demostrar en un examen. Es un hecho sabido que un inmigrante que consigue la ciudadanía tiene por lo general un mejor conocimiento de las leyes y otros aspectos de la vida del país que muchos de sus nativos.
Los docentes hemos ingresado al mundo digital en momentos y etapas diferentes. Algunos tuvimos la fortuna de asistir de cerca al nacimiento de la internet y empezamos a interactuar con ella, así fuera esporádicamente, desde su infancia, cuando ni siquiera había Netscape o Internet Explorer. Otros se han acercado a ella más tardíamente, bajo la presión ineludible de las circunstancias. Pero todos estamos ya aquí, queramos o no. ¿Por qué no adquirir, pues, carta de ciudadanía en este nuevo mundo? ¿Por qué no conquistar un conocimiento de sus leyes, su historia, su lengua y su cultura mejor aún que el de los nativos?
Hablando específicamente de la internet y los recursos que pone al alcance del estudiante, todo buen ciudadano digital —nativo o inmigrante— tendría que tener una idea razonablemente buena de cómo funciona la red para saber dónde y cómo buscar; en otras palabras, debe aprender a Leer más…