Tonalli Hernández Sarabia
Responsable de la Orientación en Derechos
Docente, UVI Las Selvas

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En la segunda mitad del 2006, conseguí una cómoda casa en Chacalapa. Esta es una localidad habitada por gente afromestiza. El pueblo es muy interesante pues sus habitantes conservan muchas de las costumbres y hábitos de vida de los, orgullosamente, negros que llegaron esclavizados en la época de la colonia desde África.

La gente es muy bullanguera, son fiesteros y cuando ves caminar a la gente por la calle logras percibir una serenidad, como la del viento que corre suave, refrescando por las tardes.

Este pueblo tiene el ritmo de una danza que desde temprano comienza. Las señoras acamorradas y moviéndose lento, barren sus patios de un lado a otro, como buscando con la escoba ver cómo amanecieron en la casa de al lado. Una de las mejores costumbres de esta gente es saludar, muy respetuosamente y con atención, a la gente que pasa por la calle o cuando pasan caminando frente a las casas de los vecinos se olle el grito “hola compa’ ”, “Hola Tia”, “Hola Tio”, “Hola pariente”. “Bueeenas tardes” o de perdida un “Buéenasss…”
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Muchos de sus viejos y viejas tienen memoria de los calores que se sienten en esas tierras bajas, medio llanuras y medio pantanos, que con su ganado y sus pastos han podido vivir desde hace mucho tiempo.

Desde temprano en las mañanas, clareando el sol, se ve a esos “negros diablos” a pie o a caballo caminando a la parcela para alcanzar la “frescana”. Van a esas tierras, esas que ahora son ejido, a las que dedican sus vidas desde que llegaron a esos lugares como “cimarrones”, como “fugitivos del látigo”.

Al medio día, cuando el sol esta “dando de lleno” y apenas los perros van por las calles, las mujeres, eternas trabajadoras del pueblo, tienen ya en la mesa platillos de res, de frijol, de arroz y plátano como el “mogo mogo”, todos ellos con el buen guiso negro que no se logra comer “en toda la sierra”.

Las hamacas rechinando colgadas en los horcones de encino en las palapas, lentas de nuevo mecen los cuerpos que descansan dejándose llevar de la tarde a la noche cuando temprano la gente se “guarda” para esperar la mañana.

Vivir en Chacalapa para mí ha sido placentero, no he dejado de sentirme un tanto extranjero, no puedo dejar de serlo. Y de pronto siento que mi ir y venir es tan a típico para los vecinos que de pronto siento que les parece muy extraña mi cotidianeidad.

Un chilango en Chacalapa parece una parábola literaria, pero es más que eso ha sido mi camino para entender la negritud profunda de Veracruz.
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