Abel Rogelio Terrazas
Docente, Unidad de Enlace Académico
Región Coatzacoalcos-Minatitlán-Acayucan
.
Me atrevo a decir esto, ya que una selección implica separación, criterio y búsqueda, por mencionar tres formas de conceptualizar la metodología de Florentino. En primer lugar, la memoria es separación, siguiendo el pensamiento de Bachelard en La Poética de la Ensoñación, porque constituye la permanencia en la verdad, al tener el carácter de discernir entre lo falso y verdadero, el carácter de asumir verdades intersubjetivas para/con los protagonistas de nuestra propia vida. Memorias, si se me permite resaltar su pluralidad, no una memoria homogénea y escueta, universal dependiente de la metafísica de la sustancia; “memorias” en cuanto diversas formas de remitir verdades compartidas, verdades que nos hacen ser esto y no otra cosa.
Imprescindible también, porque la memoria es un criterio de selección. La crítica en cambio se afana en analizar para juzgar; la crítica supone una estructura de la cual partir para categorizar, según una de las acepciones más conocidas. No obstante, un criterio (aunque también originado de la crítica) es a su vez un instrumento y no un fin en sí. De la búsqueda de verdades intersubjetivas, -propiedad de muchos-, es necesario elegir; decir unas verdades y no otras, y no como una antología ‘de lo mejor’ tal como se dice comúnmente, sino en un sentido más bien primigenio: una selección ocurrida cuando algo se dice en un lenguaje distintivo. El criterio de las memorias es su integración a una historia que nos ocurre a todos por su particularidad. En este sentido, el criterio de selección es un método para la creación de las memorias plurales. Si lo frío de tener un criterio para vivir, pensar, rememorar, es el cálculo, pues así supone un objetivo y es teleológico; aquí vamos abriendo el panorama de la lógica simple hacia un lenguaje mucho más complejo, la creatividad que crea, cree poder realizarse porque se ve reflejada en los demás. Por lo tanto, todos, en la medida en la cual podemos elegir una de estas memorias como propia, compartimos la selección, el método de creación que nos concierne dentro de la historia que forjan.
La búsqueda queda entonces como un horizonte común. Y la búsqueda está constituida por preguntas, por el afán de saber. ¿Qué deseamos saber cuando las memorias son selección, separación y criterio?, ¿qué de nosotros en tanto entes de memoria, seres temporales o históricos, podemos discernir en torno al erotismo? ¿Cuáles categorías cruzan como pájaros sin nombre sobre este lugar, en busca de un lenguaje común? Much@s sin duda, son las referencias que podemos tener para relacionar las memorias homoeróticas, como por ejemplo, la definición de lo erótico con el prefijo homo, las categorías de género hombre-mujer cuando se exhibe el cuerpo desnudo, el significado de genitales en lugares públicos, etc.
No intento atrapar aves para hablar de quien habla. Se trata de la comunión entre esfuerzo y desapego para decir tal relación, aunque esto sea obvio. La atracción de lo mismo en la búsqueda del otro, en la memoria propia, ¿es posible, y de cuál manera?, decirlo es a su vez, pensar en el lenguaje. Decimos eso que los lingüistas han llamado “meta” cuando nos referimos a los recorridos, estructuras, límites, etc., del lenguaje. Pero no escapamos de este porque no es necesario pensarlo como cárcel sino como casa, un habitar-mundo. El lenguaje conserva y revitaliza el mundo. En algunos rincones de nuestra casa yacen palabras olvidadas, memorias en desuso, en otras partes puede haber gran refulgencia de términos, vigencia. Lo convencional del lenguaje es la etiqueta y el convencionalismo; o cronológicamente, la moda, el estilo, el arcaísmo. Pasa igual con las memorias, es permisible recordar-decir algunas cosas a través del tiempo y el espacio. Puedes describir ciertos recuerdos en lugares privados, no en público; debes recordar tiempos pasados tal como se ha forjado la identidad cultural, por decir la antonomasia de tu memoria colectiva.
Memorias vivas y memorias muertas. Es necesario decir esto para el reconocimiento de las cosas que nos relacionan. Es claro que una cosa puede ser cualquier cosa: la ambigüedad nos relaciona porque su indefinición conjuga muy a pesar de la identidad clara y la distinta, el diálogo y la confusión. Lo ambiguo del erotismo como cosa común, es latente. Añadido lo homo conlleva, por supuesto, lo que decía antes, seleccionar un aspecto suyo. Nos encontramos ante una vida puesta de relieve; ante su estabilidad extrínseca, pero con una de sus aristas resaltada. Si la inteligencia tiende a la muerte como señaló Unamuno, y la memoria a la estabilidad de manera terrible, podemos aseverar que la mirada de la memoria en cualquiera de sus contenidos constituye un plano vital dado por muerto: realizado, finito.
La imagen plástica más allá de trascender forma-contenido es comprensión de sentido. Condescendemos decir que hay un mundo erótico pleno de relaciones, emociones, atracciones permitidas y prohibiciones burladas, un mundo donde la ley de la contradicción gobierna todas las cosas. Lo “concedemos” porque nos permitimos un orden para el caos. Ese orden, eminentemente metafísico, es el sentido. Su idealización ha sido su muerte: “el amor puro” cuando se trata de la comprensión del marasmo y la irreconciliable fluidez e indefinición de lo que somos y no somos. Esta apertura necesita irse cerrando, este carácter impreciso se doma y entonces aparece el amor del hombre y la mujer, el amor de la mujer y de la mujer y el amor del hombre por el hombre. Aparecen las categorías de sentido.
La exploración de alguna conduce a otras, esto es porque por principio no están separadas. Los criterios se han abierto para articular las infinitas combinaciones y recombinaciones de la vida; asimismo, lo cultural radica en relativizar las cosas hasta llegar al tuétano de la incertidumbre humana. La exploración se convierte en una ética del cuidado cuando estamos ante lo desconocido que puede ser muy frágil. Las categorías vendrían a ser maneras de proteger lo descubierto, cobijarlo de antemano (en el mejor de los casos). No obstante ya sabemos qué pasa cuando funcionan como prejuicios. Abrirlos y cerrarlos para poder continuar, ir a lo otro desde lo mismo, como hombre o mujer, hombres y mujeres. La subjetividad que se comparte, permite la diferencia, ese espacio donde se deja ser al otro y el otro nos deja ser a nosotros, pero no como un dejar ser y ya, sino como una atención, exploración de sentido que tiene el otro para mí. Cuando la diferencia es categórica entonces estamos ante una distancia subjetiva, relativa al tiempo y al espacio donde la vivimos.
La arista homoerótica de la memoria de la vida apunta hacia la libertad. Si bien la definición de lo libre es aprender la diferencia en comparación con lo mismo, siguiendo el método de Freire, también es aprender desde la diferencia y más cuando esta diferencia refiere relaciones que no existen dentro de las categorías del amor absoluto. La diversidad que se anuncia, existe por ahora, siguiendo a Freire, en los no-lugares, en los espacios privados y ocultos donde la complejidad humana se siente libre de prejuicios. Es por eso que la memoria de la vida erótica constituye un criterio para la libertad, un instrumento para crear espacios de confluencia humana en tiempo compartido, es decir, en un momento de carácter público, arrojado a la historia. Articulación que se topa con la costumbre como un primer plano y con la inercia como fondo. Eje de pluralismo en torno a la validez de las memorias cuya selección/creación, el homoerotismo, formula la validez compartida al menos como interpelación al orden vigente.
La libertad de la memoria homoerótica, con ser selectiva, crítica, y al separarse del olvido, conlleva aprendizaje. No podemos prescindir de las memorias homoeróticas donde se supone reina el aprendizaje, ya que éste implica cuestionamiento y deconstrucción de categorías y prejuicios. Un lugar para el aprendizaje es aquél cuyo lenguaje implica apertura a otros lenguajes. El homoerotismo necesita evidenciar la necesidad del prefijo donde se asume como válida su propia visión. El aprendizaje de esto es libertad, ya que la diferencia erótica está estructurada como contradicción, la condición ontológica menos dicha. Decirla de manera explícita, en el borde de la imagen que la tradición clasifica como exhibición de una verdad que por su naturaleza corresponde al mundo de los muertos: la desnudez. La libertad homoerótica advierte tal condición, porque permite dejar en la memoria colectiva la articulación con ese mundo abierto.
.
.
.
.