Cuauhtémoc Jiménez Moyo
Laboratorio para el Enfoque Intercultural
Docente, UVI Xalapa
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A mis alumnos de Tequila
Uno de los sentidos más representativos del concepto ‘interculturalidad’ es el que se refiere a procesos ideales de interacción entre culturas. Con esto se dice que un proceso es intercultural si promueve y se basa en la equidad, la justicia, la colaboración, el respeto y la comunicación. Haciendo una somera revisión de la historia podemos deducir que la interculturalidad, así entendida, sólo es posible parcial y temporalmente; pues pensar en una sociedad intercultural sin el lado oscuro del alma humana simplemente es imposible.
El Gestor Intercultural para el Desarrollo, figura que queremos formar en la Universidad Veracruzana Intercultural, a mi juicio es, en última instancia, un emisario del equilibrio de nuestro mundo. Su tarea es hacer posible procesos interculturales en las regiones que habitan o habitarán. Procesos parciales y temporales, como casi todos los procesos humanos. Ahora, ¿cómo cumplir a cabalidad su tarea?
En esta ocasión propongo que el Gestor Intercultural revalore la ambigüedad y retome conceptos ambigüos para afrontar conflictos, impulsar negociaciones y propiciar el equilibrio. Intento explicarlo: la permanencia de un conflicto entre personas o grupos con diferente visión sobre la vida se sustenta, entre otras cosas, en la exageración de las diferencias; para contrarrestar este impulso egoísta, se pueden encontrar semejanzas a partir de conceptos ambigüos como Dios, amor, libertad, bien o justicia, es decir de conceptos o expresiones que promuevan una variedad de interpretaciones, en donde quepa la verdad de uno y la verdad de otro, expresiones con un sentido suficientemente amplio que acoja como posibles las interpretaciones en conflicto.
Por ejemplo, en algún ejercicio en la Experiencia Educativa ‘Diversidad Cultural’ en la Región de Tequila, se simuló un conflicto religioso entre católicos y miembros de la religión ‘Luz del Mundo’; se conformaron tres equipos, uno representó a la comunidad católica, otro a la comunidad de La Luz del Mundo y el tercero buscó mediar el conflicto. La simulación desembocó en un sinfín de desacuerdos entre unos y otros; el equipo mediador, casi hasta el final del ejercicio, hacía propuestas poco viables: todas apelaban a que los que vivían el conflicto tendrían que ser tolerantes y respetuosos a las propuestas del otro, es decir, buenos deseos que no se traducen en soluciones prácticas. Hasta que una alumna dijo que se estaban concentrando demasiado en las diferencias y preguntó ¿qué acaso ambos no creen en Dios? ¿no quieren amarlo y venerarlo? ¿no consideran importante el perdón? Todos callaron, dándole la razón a quien hablaba.
Fue esclarecedor: la utilización de conceptos como Dios, amor, venerar y perdón, permitió hacer visibles las coincidencias y comenzar a establecer acuerdos entre las partes en conflicto. Se trata de conceptos ambigüos y lo suficientemente polisémicos como para convocar al acuerdo.
Concluyo, entonces, que en algunos momentos la claridad es indispensable para explicar lo que se quiere decir, otras veces resulta insoportable. De la misma manera, la ambigüedad y la polisemia muchas veces son desesperantes, otras son una muy buena estrategia intercultural. El Gestor Intercultural tiene el desafío, nada menos, de reconocer su pertinencia.
La propuesta vertida en este pequeño escrito surgió de una simulación en un aula. Esto no es la realidad. Sin embargo, de la misma manera que las teorías o las fórmulas matemáticas, pueden acercarnos a ella
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