Universidad Veracruzana

Skip to main content

LA CULTURA DEL ESFUERZO (IN MEMORIAM)

 

002-CULTURA DEL ESFUERZO-GRÁFICA-01

Carlos M. Contreras*

002-CULTURA DEL ESFUERZO-TÍTULO

Hace unos 20 años escribí una nota en la que comentaba sobre los hábitos de vida de un personaje cuasi simpático, Pedro Picapiedra, y el afán que lo caracteriza por salir de su empleo cuanto antes para dedicarse a… vivir la vida. El grito peculiar que emite cuando deja su trabajo (“Ya-va-da-va-du”, el cual sirvió como título a la nota mencionada) hace evidente que a partir de ese momento comienza algo que para él sí vale la pena. Dos décadas después he visto que el mal ejemplo cunde.

Honores improcedentes

Escribo estas reflexiones con una sensación de desasosiego. ¿Qué ha pasado? Por todos lados observo que se llevan a cabo eventos en los que se otorgan reconocimientos, premios, distinciones. Suele suceder que en acontecimientos de este tipo quienes ameritan los galardones no están presentes, y quienes están no los merecen. Es una falla hasta cierto punto comprensible. En lo personal no tengo interés en galardones o condecoraciones, aunque hay alguno que por méritos propios, dada mi propensión a la longevidad, no puedo evitar.

Con más de medio siglo de una deliciosa vida universitaria a cuestas, casi puedo escuchar el diálogo de quienes tienen alguna iniciativa al respecto para conmigo, sosteniendo una plática más o menos así: “Oye, ya veo muy viejo al doctor Carlos, mejor le organizamos algo, no vaya a ser que se nos pele y nunca le digamos que nos cae bien”. O en su caso: “Ya chochea, es tiempo que se retire, hagámosle un homenaje para que no sienta que lo corremos”.

Voy a centrarme en ese grupo de distinguidos y premiados que está ahí porque lo merece, asimismo, a entrar en un tema que conozco bien: el cerebro.

Trabajar para vivir o vivir para trabajar

002-CULTURA DEL ESFUERZO-BALAZO-01A través de miles de años de evolución y selección natural este órgano adquirió en nosotros varias cualidades que nos hacen diferentes en el planeta. Como especie pasamos mucho tiempo en el menú de los predadores. De ser una especie desvalida y desarmada, sin la habilidad del mimetismo, sin garras afiladas, sin colmillos grandes y poderosos, con una notable lentitud de movimientos, nos convertimos –o quizá nos asumimos– en dueños del planeta. El desarrollo de nuestro cerebro nos dio esta capacidad, también nos la dio el uso de un lenguaje sintáctico y simbólico, así como la facultad de pensar en el futuro.

De esta manera, si todos los individuos tenemos más o menos el mismo potencial, y a su vez las mismas obligaciones, ¿qué es lo que realmente distingue a uno de otro? Nuestro cerebro posee un atributo que, hasta donde mi ignorancia permite identificar, es privativo del ser humano: el altruismo. Somos una especie social, como hay muchas otras o quizá casi todas. Sin embargo, nosotros tenemos la propiedad de dar algo más de lo que los simples deberes contractuales o estatutarios nos imponen.

El cumplimiento de los compromisos laborales nos lleva a recibir un salario. Pero existimos humanos a los que nos gusta dar más de lo que estamos exigidos por la legislación. No nos importa dedicar mayor tiempo a lo que más nos gusta hacer: trabajar y ser creativos, para legar algo que valga la pena. En ese altruismo hemos comprendido que no tiene sentido trabajar para vivir como lo dicta la sentencia y maldición bíblica.

Hemos aprendido que la vida tiene otro sentido cuando la vivimos para trabajar. La formación de tribus y familias está en nuestro genoma. La especie humana no es la única que forma grupos, hay colonias de insectos, cardúmenes, tropas de otros primates, manadas de elefantes y otros prodigios adaptativos que permiten la supervivencia de la especie. Sin embargo, el desarrollo de nuestro cerebro tuvo un precio: aprendimos a conformarnos y a mentir.

La parafernalia de la “productividad”

Es comprensible toda la parafernalia de los indicadores de productividad. Pero no es suficiente. Nos deshumanizan, ya que nos convierten en un número, semejante a los prisioneros. En estas décadas he visto una transformación. Los compañeros ya no están tan preocupados por hacer las cosas bien. Les lleva casi todo su tiempo el reunir los puntos que les permitirán concursar en los “estímulos”. Y se trata de una pirámide, hay una preocupación válida por cumplir con los indicadores; si no se cumplen, no hay presupuesto.

Pero, ¿eso es todo? ¿Y la calidad de lo que hacemos? ¿Realmente es prudente olvidar la calidad de lo que hacemos? No, de ninguna manera. Para comenzar, nos perdemos la inmensa alegría que proporciona el saber que lo que estamos haciendo está bien hecho. Que somos competitivos y que podemos participar en editoriales extranjeras de mucho prestigio, por ejemplo. Que los alumnos en cuya formación participamos son ahora profesionistas exitosos y útiles. Que podemos brillar en cualquier lugar.

002-CULTURA DEL ESFUERZO-BALAZO-0El ejemplo de nosotros

Desgraciadamente, percibo que muchos de nuestros estudiantes se están volviendo tan conformistas como lo que ven. Hablo en lo particular. A pesar de que hace ya varios años pude haberme jubilado, sigo participando en la docencia. Cada inicio de clases entrego a mis alumnos dos libros en formato electrónico y todo el material didáctico que hemos de revisar juntos a lo largo del curso. Me preparo para cada materia con todo el entusiasmo, alegría y cariño posibles.

Al final del semestre veo con tristeza que ha ocurrido lo mismo que en todos los semestres: los alumnos nunca vieron los libros, tampoco el material adicional al temario. Estudiaron y lo hicieron bien, pero sólo parte del material proporcionado al principio del curso y nada más ¿Qué pasa? ¿Estamos en una etapa regresiva del Homo sapiens? No, no es el caso ¿Volveremos a la estupidez milenaria de decir que la juventud está perdida? Nunca lo ha estado. Simplemente nuestros discípulos están preocupados por cumplir con los indicadores: el examen. Están tomando el ejemplo de alguna parte: de nosotros.

Recompensa en especie

Vuelvo a las neurociencias. En los programas de condicionamiento operante, se reduce la cantidad de alimento que se les debería proporcionar cada día a los roedores, habitualmente ratas. Luego, se les pone en un aparato en el que, tras algunos apretones de palanca, se les brinda ¡una porción de alimento! Es decir, el reforzador. ¿Y el hambre que la rata tiene quedará saciada con la entrega de su reforzador? De ninguna manera, más bien aprende a quedarse con hambre.

El peligro es que nos ocurra algo así. Nos podríamos parecer a la rata que aprende a vivir con hambre si perdemos la oportunidad de irnos a dormir con los niveles de endorfinas altos gracias a que nos lo ganamos con el esfuerzo, haciendo las cosas bien, porque hemos trabajado con alegría, entregándonos a lo que hacemos, dándole tiempo y entusiasmo. No obstante, si amamos lo que hacemos y lo hacemos bien únicamente por altruismo, la recompensa viene en especie. Estamos siendo mejores y estamos poniendo un buen ejemplo. Con eso basta.

Reflexiono estas líneas por las noches, cuando me retiro a descansar, mientras un par de conejos silvestres me escoltan a la salida de los Institutos y me cuidan mientras yo manejo distraído detestando a Pedro Picapiedra et al., y su mediocridad. Aun así, duermo bien, cobijado por la esperanza de que siempre habrá por ahí gente, académicos, estudiantes y funcionarios altruistas que dan lo mejor y algo más de sí mismos en todo lo que hacen, sólo porque sí.

002-CULTURA DEL ESFUERZO-GRÁFICA-02

 

Descargar versión impresa

*Instituto de Investigaciones Biomédicas UNAM, Unidad Periférica Xalapa; Instituto de Neuroetología, UV. Correo: ccontreras@uv.mx

Edición: Eliseo Hernández Gutiérrez

Ilustración: Francisco J. Cobos Prior

Dirección de Comunicación de la Ciencia

Correo: dcc@uv.mx

 

 

Enlaces de pie de página