El cambio climático es global, en lugares remotos y cercanos podemos apreciar sus efectos: incendios forestales en Australia y la Amazonía y también en Las Vigas, Veracruz. Altas temperaturas registradas en la Antártica. Una declaratoria el año pasado de desastre por sequía en varios municipios veracruzanos. El derretimiento del glaciar en el Pico de Orizaba. La pérdida de biodiversidad y extinción de especies. La elevación de los mares por el deshielo de los casquetes polares, entre muchos otros.
Estas situaciones no solo son ambientales y meteorológicas, ya que el cambio climático es complejo y abarca aspectos socio-económicos, políticos y culturales, por lo tanto los seres humanos padecemos su impacto y puede llegar a deteriorar nuestra calidad de vida.
Si bien nos afecta a todos, lo hace de forma asimétrica. El Panel Intergubernamental de expertos en Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) ha enfatizado que el impacto es diferenciado según la región del mundo, las generaciones, los grupos etarios, los grupos socioeconómicos y el género.
“América Latina y el Caribe es la región más desigual del mundo” me comenta Marina Casas, consultora en igualdad de género y desarrollo sostenible de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), añade que esta región emite poco menos del 10% de CO2 mundial, pero tiene menos recursos para adaptarse al cambio climático, por lo que es altamente vulnerable a sus efectos que “impactan de forma diferente a hombres y mujeres”.
Roles de género
Si bien existen diferencias físicas entre el sexo femenino y masculino, las mujeres no son “naturalmente débiles”, “delicadas” o “frágiles” han sido los estereotipos de género los que nos colocan en esas categorías. La Oficina Global de Género (GGO, por sus siglas en inglés) de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) menciona que los roles de género —es decir, los valores, conductas, actividades asignadas culturalmente que una sociedad asigna a las personas dependiendo del sexo al que pertenece— juegan un papel diferenciador.
“Las mujeres tienen como rol estar en el ámbito doméstico a cargo de los cuidados de los hijos, adultos mayores, enfermos y animales de traspatio. En las zonas rurales son las mujeres las encargadas de la búsqueda, acopio y abastecimiento de alimentos, agua y combustible [leña]”, comenta Gisella Illescas, campesina y agroecóloga mexicana, quien añade que “las mujeres no tenemos derecho al uso de la tierra, la frontera agrícola climática está variando y la disponibilidad de agua escasea. Somos nosotras quienes salvaguardamos los recursos naturales y la biodiversidad en nuestros territorios y también la seguridad alimentaria familiar, la mayoría de las veces desde un trabajo no remunerado […] El cambio climático exacerba las desigualdades que ya existen entre los hombres y las mujeres”.
Tsunamis, inundaciones, huracanes, sequías, incendios y otros desastres climáticos y meteorológicos también recrudecen la situación de desigualdad por género. Un ejemplo de ello fue el Tsunami de 2004 que arrasó en territorio asiático donde del 50% al 80% de las defunciones registradas fueron mujeres. En el 2005 la Oxfam reportó que esto se debió a que fueron ellas quienes se quedaron al resguardo y cuidado de familiares y animales domésticos de subsistencia. A esto se sumó la situación cultural donde generalmente son hombres los que aprenden a nadar y no ellas, según el informe.
Política con perspectiva de género
Reconocer y asegurar la dimensión de género en políticas internacionales y nacionales nos conduce a estrategias de adaptación y mitigación para que las mujeres no se queden rezagadas frente a los embates del cambio climático. México ha sido uno de los primeros países en contar con políticas que reconocen la situación de género y ha jugado un papel fundamental en la continuidad de una base legal internacional.
En medio del fracaso general de la más reciente cumbre climática (COP25) hubo un logro significativo y relevante: la aprobación del Plan de Acción de Género (GAP, por sus siglas en inglés). Emilia Reyes, una de las tres negociadoras mexicanas y representante de la sociedad civil de la delegación me comentó que “gran parte fue un esfuerzo de México por tener un lenguaje más sólido de derechos humanos. Este GAP tiene equidad intergeneracional, derechos de los pueblos indígenas, derecho al desarrollo y justa transición en la fuerza de trabajo. Era fundamental entrar por la vía macroeconómica de la desigualdad de género […] sino las mujeres se podrían quedar fuera del paradigma económico y recibiendo los impactos del cambio climático”.
Durante las negociaciones multilaterales había fuertes bloqueos: mientras que los países africanos pedían financiamiento vinculado al GAP, los países del norte se oponían. Por otro lado, algunos de los países árabes no aceptaban los párrafos que incluía el lenguaje de “derechos humanos” y “justa transición”.
“Como delegación mexicana fuimos a hablar con la presidencia (de la COP25) a insistir en la importancia de esta agenda y logramos un espacio de diálogo en la sección de Alto Nivel. Por otro lado, hablamos con todos los países que pudimos para encontrar un lenguaje aceptable para todos y que pudiéramos mediar entre las posiciones más extremas”, declara Camila Zepeda, jefa alterna de la delegación de México y parte del equipo negociador.
Ahora que el GAP —que además cuenta con el apoyo del Fondo Verde para el Clima, un mecanismo de financiamiento de las Naciones Unidas para apoyo económico en mitigación y adaptación— se encuentra enmarcado dentro del Acuerdo de París que entró en vigor desde el 1º. de enero de 2020 para los países firmantes entre ellos México, ya no debería haber excusas para enfrentar el cambio climático que ha puesto en evidencia las desigualdades sociales en donde las mujeres se ven desfavorecidas para poder enfrentarlo.
*Citlali Aguilera. Bióloga y comunicadora ambiental. Integrante del Centro EcoDiálogoUV. Invitada por CEPAL a actividades en PreCOP25 y seleccionada por Earth Journalism Network para la COP25.
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