Manuel Martínez Morales*
En la topografía de la inteligencia se podría definir el conocimiento
como ignorancia envuelta en risas.
Charles Fort
Según se sabe, el cerebro humano está conformado por dos hemisferios con funciones específicas: el hemisferio izquierdo se especializa en el pensamiento lógico abstracto, en tanto que en el derecho tienen su sede los procesos de los cuales derivan la intuición y la sensibilidad estética.
A fin de cuentas, estos dos agentes cerebrales tienen que operar armónicamente para garantizar una funcionalidad global eficiente. Se supone que en un individuo puede predominar la función de una u otra de las mitades cerebrales, produciendo así no sólo una especialización del sujeto, sino imprimiendo además un sesgo en la percepción que la persona tiene de sí misma y del mundo.
Imagino que, a pesar del predominio de una u otra función, los hemisferios cerebrales son vasos comunicantes y existe un flujo constante de información en uno y otro sentido. Es posible que la contemplación de una obra plástica induzca la ideación de estructuras matemáticas abstractas, o que un modelo físico sugiera una composición musical. Un color abre paso a una idea abstracta, una teoría biológica provoca una avalancha de imágenes.
Toda literatura –dice Borges en el bello prólogo que escribió a Las Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury– es simbólica, hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor para transmitirlas recurra a lo fantástico o a lo real, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. Entonces, es posible que en los caminos cruzados entre los hemisferios cerebrales sea donde se originan las formas de la literatura fantástica (¿no es fantástica toda la literatura?); en particular las formas de ese género difícil de definir con precisión conocido como ficción científica, fantasía científica, o más popularmente como ciencia ficción.
Implicaciones para el futuro
Isaac Asimov, maestro del género, propone algunos elementos para distinguir la ciencia ficción de otras variedades de la literatura fantástica. Señala que la literatura fantástica en general trata sobre hechos que se desarrollan en contextos sociales que no existen hoy ni han existido en el pasado. Como ejemplos propone: Los viajes de Gulliver, El libro de la selva, El señor de los anillos y La guerra de los mundos; yo agregaría las obras de escritores latinoamericanos como Juan Rulfo, J. J. Arreola, Augusto Monterroso, J. L. Borges, G. García Márquez y Julio Cortázar, entre muchos otros.
La ciencia ficción se distinguiría, afirma Asimov, en que el fondo “surreal” de la historia podría derivarse de nuestro propio entorno, imaginando cambios verosímiles en el nivel de la ciencia y la tecnología. Probablemente la distinción entre la ciencia ficción y otras variantes de la literatura fantástica no sea de mucha importancia. Un artículo especializado sobre matemáticas, biología molecular o física atómica puede resultar tan fantástico como una novela de Arthur C. Clarke (2001: odisea en el espacio, Encuentro con Rama, Final de la infancia, por citar algunas), puesto que contiene innumerables implicaciones para el futuro.
Considérense, por ejemplo, las obras de Michael Crichton (La amenaza de Andrómeda, Parque Jurásico, Congo, entre otras), quien, extrapolando con puntillosa lógica conocimientos científicos ya establecidos, crea situaciones asombrosas que nos parecen fantásticas. Por otro lado, obras que en su momento fueron consideradas fantasías científicas se quedaron cortas en cuanto al futuro concreto moldeado por la ciencia y la técnica (recuérdese la obra de Julio Verne).
El género ficción científica –señala Asimov– aparece en forma definida en el momento en que el avance de la ciencia y la tecnología se acelera y sus consecuencias son perceptibles para los hombres de una generación. Esto ocurre con el advenimiento de la Revolución Industrial. Se supone que la ciencia ficción surgió en algún momento después de 1800 y que su nacimiento se produce como respuesta literaria a dicha revolución. Por su parte, Brian Aldiss, otro maestro del género, considera que Frankenstein, novela escrita en 1818 por Mary Shelley, es la primera obra de ciencia ficción auténtica.
Acercarse a la literatura desde la perspectiva científica o aproximarse a la ciencia desde la literatura facilita la interacción entre los hemisferios cerebrales. Es posible que los actos de auténtica creación, ya sea científica, literaria o artística, se den en las líneas cruzadas de la red comunicante tendida entre el pensamiento lógico y la imaginación artística. Entonces tiene sentido definir el conocimiento como ignorancia envuelta en risas, y la lectura de André Breton, Rulfo y Borges tendría que ser materia obligatoria en las escuelas de ciencias, como debiera serlo el estudio de la física cuántica y la relatividad en las escuelas de arte.
*Dirección de Comunicación de la Ciencia.
Correo: manumartinez@uv.mx
Edición: Eliseo Hernández Gutiérrez
Ilustración: Francisco J. Cobos Prior
Dir. de Comunicación de la Ciencia, UV
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