Iván Xavier Loeza Morales*
Probablemente habrás notado que las interacciones sociales son similares a un juego recíproco extendido en el tiempo, y tal vez te sorprenderá saber que esta actividad es tan primordial que la compartimos con muchos animales, entre ellas las ratas. Tal vez no lo parezca, pero estos animales ayudan a los científicos a entender el comportamiento humano. Las ratas y los seres humanos derivamos de la misma cadena filogenética que remonta sus primeros eslabones a los confines más alejados del tiempo (200,000 años aproximadamente en el caso de nuestra especie), compartimos características similares. Por ejemplo, las ratas son mamíferos, en su mayoría son sociales y también pueden presentar ansiedad, comportamiento exploratorio y curiosidad.
Las ratas como animales de laboratorio
En el Instituto de Neuroetología, los investigadores estudian su conducta y esto les permite conocer la fisiología y el funcionamiento de su sistema nervioso. De esta forma pueden entender los procesos primarios del cerebro humano y, en ocasiones, simular los rasgos de una enfermedad.
Para la investigación neurofisiológica, los organismos se estudian registrando variables como la función motora, es decir los mecanismos que regulan su movimiento, el comportamiento exploratorio o su respuesta a nuevos ambientes, la respuesta al estrés (en este caso su reacción ante estímulos negativos) y la actividad eléctrica neuronal.
Durante el programa de Estancias de Investigación del verano del 2019 de la Universidad Veracruzana, tanto yo como los compañeros con los que compartí plaza nos familiarizamos con las situaciones que los investigadores viven cada día, entre ellas las implicaciones éticas de su quehacer. La experimentación en especies vivas, por ejemplo.
En la actualidad la discusión sobre esta práctica puede ser complicada, debido a que es ampliamente aceptado que los animales comparten con nuestra especie las mismas vías neuronales que les permiten experimentar emociones justo como nosotros.
Las ratas y el juego
Aunque nos separen millones de años de nuestro ancestro en común existe una continuidad inevitable entre la gran mayoría de las especies y, por tanto, de los neurocircuitos primarios que nos conforman. Siendo el juego uno de los más importantes.
Montag, destacado psicólogo molecular menciona que existen al menos siete sistemas emocionales prototípicos en todos los mamíferos: el que controla la exploración, la ira, el miedo, la lujuria, el pánico, la protección y el juego. Este último es tan fundamental que puede disminuir tu nivel de testosterona al ver a tu equipo perder, sin importar si eres hombre o mujer.
El gusto por esta actividad aparece en muchos animales, es por eso por lo que ha sido estudiada detalladamente. En uno de los estudios más famosos dirigidos por Whishaw y Kolb, se analizó de la siguiente forma: si colocamos a un par de ratas en la arena, podemos observar la dinámica de su juego, el cual consiste en conductas similares a una pelea (como encimarse unas sobre otras, embestirse, golpearse con el hocico, pero nunca mordiendo).
Como en ocasiones pasa, las cosas no son parejas; imagina que, en el caso de las ratas estudiadas, algunas presentan una desigualdad de tamaños, lo que le daría la ventaja a la rata más grande de poder ganar en todas las ocasiones. ¿Entonces, qué crees que suceda?
Lo que se observó fue que la rata grande dejaba ganar a la pequeña un mínimo aproximado de tres de cada diez veces que jugaban, para que la rata pequeña quisiera seguir jugando.
El dejar ganar ocasionalmente a su contrincante, podría interpretarse como una ética emergente, es decir una serie de reglas implícitas que emergen de la interacción social que es independiente de una cultura o especie.
El juego en otros animales
Los últimos avances en el estudio de la conducta animal han llevado a la hipótesis de que las normas sociales que guían al hombre y a otras especies, pudieron emerger de patrones de comportamiento estables que surgieron naturalmente mucho antes de que tuvieran una función social.
Incluso se ha propuesto el desarrollo de una protomoralidad en diversos primates, como es el caso de Frans de Waal, primatólogo holandés pionero en esta línea de investigación. Basó sus conclusiones en el análisis de las interacciones sociales y el juego que observó en diversas tribus chimpancés.
Desde hace décadas se sabe que el juego es uno de los comportamientos sociales no maternos (es decir que realiza con otros miembros de su familia o comunidad diferentes a la madre) más tempranos en mamíferos. Investigadores como Vanderschuren lo consideran un comportamiento separado y no sólo el precursor de una conducta adulta.
Estos investigadores, también señalan que, si se impide el juego o no hay experiencia con el mismo, algunas conductas no se integran adecuadamente. Esto hace que la parte del cerebro encargada del autocontrol no se desarrolle como debería.
La importancia del juego en los humanos
Es importante mencionar que se ha comprobado que niños con poca oportunidad de juego a una edad temprana tienen mayor probabilidad de volverse adultos antisociales criminalmente orientados.
Debemos considerar también, el juego infantil sin los cuidados adecuados puede ser destructivo (al tirar o romper cosas) e incluso riesgoso para los pequeños. Pero eso no significa que esté fuera de lo normal. Aunque en algunos casos extraordinarios pudieran existir condiciones que, si influyan, por ejemplo, en el caso de niños con trastorno por déficit de atención, en todo caso un especialista podría recomendar la administración de fármacos para disminuir los riesgos de algunas conductas hiperactivas.
Sin embargo, la medicación no es un sustituto al juego espontáneo, ya que en condiciones normales el no permitir a los niños jugar libremente en algún momento del día, puede impedir el desarrollo de las habilidades inhibitorias del lóbulo frontal y la generación de un cerebro prosocial; esta situación puede interferir en los esfuerzos posteriores del niño para poder integrarse adecuadamente con sus pares.
Considerando estas conclusiones, te sugiero dejar que los pequeños jueguen con libertad un tiempo sustancioso al día. Disfrútalo y ten un poco de paciencia a los gritos y expresiones de alegría, al desorden y en algunos casos a las disputas entre niños que se derivan de tal actividad, piense que nos espera un futuro con mejores personas si lo hacemos.
Estudiante de 8° semestre de Medicina. Instituto de Neuroetología, Universidad Veracruzana