Universidad Veracruzana

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HECHOS DESECHOS (La pseudociencia en Occidente)

 

Darin McNabb*

horoscope-641919“Un físico se encuentra con algún fenómeno nuevo en su laboratorio. ¿Cómo sabe que la conjunción de los planetas no tiene que ver con él, o que no se debe quizá a que en algún momento hace un año la emperatriz viuda de China enunció por casualidad alguna palabra de poder místico, o que pueda estar presente algún genio invisible?”

Estas palabras las escribió Charles Sanders Peirce, fundador del pragmatismo americano, para señalar que, ante cualquier fenómeno, hay infinidad (literalmente) de hipótesis que pueden explicarlo, pero, dado que sólo una sola es la correcta, ¿cómo atinarla si no existe ninguna vara mágica? En respuesta a ello, ideó una herramienta –su máxima pragmática– que puede eliminar la gran mayoría de las hipótesis incorrectas.

Efectos prácticos

Básicamente, el pragmatismo es una doctrina que dice que el significado de cualquier concepto es la suma de todos sus efectos prácticos en la experiencia. Esta sencilla idea es de gran utilidad en el momento de generar hipótesis, porque admite como factibles sólo aquellas que tengan efectos prácticos en la experiencia.

Alguien que tratara de explicar algún fenómeno con una hipótesis que no tuviera ningún efecto práctico –como la palabra mágica de la viuda china–, no estaría procediendo de forma científica. Su hipótesis, por carecer de efectos prácticos sujetos a la prueba experimental, sería una pseudohipótesis y su racionalidad tendría que catalogarse de pseudociencia. He aquí un aspecto que distingue al científico de la amplia gama de gurús y charlatanes del mundo de “lo alternativo”.

A lo mejor parece duro llamarles charlatanes, pero es idóneo porque se trata de un adjetivo que viene del italiano “ciarlatano”, que significa farfullar o parlotear; y es que así suenan sus hipótesis, como puro parloteo, puesto que no pueden someterse a la prueba pragmática.

                                                                       Falibilidad de las creencias

042-cyl-hechos-deshechos-balazo-01Otra cuestión que distingue al científico, al menos desde el pensamiento de Peirce, es que reconoce la falibilidad de sus creencias. En cualquier momento un experimento puede echar por abajo su teoría, con lo que tendrá que volver a los hechos para intentar otra hipótesis. Los científicos son seres humanos débiles y egoístas como cualquiera, quieren que los años de trabajo que han invertido en sus hipótesis tengan fruto, es decir, reconocimiento y fama. Pero en sentido estricto, el hombre científico no está casado con sus ideas sino con la naturaleza. Su meta es la verdad misma, y si la naturaleza le dice que una de sus ideas es un obstáculo para alcanzarla, con alegría la echará por la borda.

Peirce dice que “el primer paso que hay que tomar para averiguar algo es reconocer tu propio desconocimiento”. Un astrólogo o alguien que lee el tarot nunca toma ese paso porque siempre parte de una posición dogmática. La creencia de que los planetas, por ejemplo, determinan la conducta humana se acepta por motivos ideológicos o estéticos, de modo parecido a como muchos llegan a la creencia religiosa: por fe.042-cyl-hechos-desechos-titulo

La fe forzosamente fracasa042-cyl-hechos-deshechos-balazo-02

El único dogma que el científico acepta por fe es el que Peirce llama la “hipótesis de la realidad”: la idea de que hay una realidad independiente de como tú o cualquiera la pueda pensar. Es necesaria esta hipótesis básica porque sin ella la investigación como tal no tendría sentido, no podría llevarse a cabo. Sin ella sólo habría diversos campos ideológicos tratando de ganar adeptos, pero sin razón alguna contundente por la que se deberían aceptar sus creencias (algo muy parecido a la batalla entre sectas religiosa para ganar feligreses).

En este mundo hay una amplia gama de creencias mutuamente contradictorias. Me resulta inexplicable que alguien que cree que su vida es regida por el movimiento de los planetas, viendo que otros sostienen creencias distintas sobre el mismo fenómeno se pregunte cómo es que tiene razón y no ellos, se responda que por fe o porque otros creen lo mismo y no sienta el deseo de buscar alternativas para resolver la duda, dado que cualquier intento de hacerlo acudiendo a la fe forzosamente tiene que fracasar, precisamente porque con ello no se puede eliminar la duda.

No hay excusa

Es fácil ridiculizar a los norcoreanos, y hasta sentir pena por ellos, en razón de las cosas que creen sobre el mundo. Ahora bien, sabemos que las creen por el control total que ejerce la ideología de Estado sobre un pueblo aislado del mundo. Sin embargo, la pseudociencia en Occidente no tiene la misma excusa para seguir existiendo.

Con la libertad de expresión y comunicación que tenemos, permanecer con un sistema de creencia a prueba de toda evidencia, que se niega a dialogar racionalmente y a tomar en serio la idea de la verdad y la posibilidad de alcanzarla, no es sólo irresponsable sino éticamente preocupante, al menos en la medida en que tiene efectos nocivos sobre terceros inocentes como los niños; o en la medida en que, sobre el mismo concepto de libertad de expresión democrática, trate de inmiscuirse en instituciones públicas, en espacios como los planes de estudio de las preparatorias.

En una democracia todos tienen derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos.

 

 

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*Instituto de Investigaciones Filosóficas, UV.

Correo: darinmex@gmail.com

Redacción: Eliseo Hernández Gutiérrez

Ilustración: Francisco J. Cobos Prior

Dir. de Comunicación de la Ciencia, UV

dcc@uv.mx

 

 

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