Beatriz Torres Beristain*
El mundo de los deportes fue por mucho tiempo un mundo varonil. En la antigua Atenas los juegos olímpicos eran sólo para hombres y se castigaba con pena de muerte a las mujeres por observar las competencias, ya que los individuos participantes, con el fin de que se apreciara la belleza masculina, permanecían desnudos. En los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, en 1928, dado que distintas competencias atléticas no se abrieron para el sexo femenino, algunas deportistas decidieron participar en los 800 metros planos, prueba para la que no estaban preparadas, de modo que algunas la concluyeron completamente extenuadas; en razón de ello, los federativos y técnicos decidieron de manera casi unánime que correr una distancia superior a los 200 metros representaba un serio peligro para la salud de las mujeres y su maternidad. Incluso hace 50 años aún persistían las ideas de que si las mujeres corrían grandes distancias adquirían un físico masculino, les crecía el bigote, se les dañaba el busto y se les caía el útero.
En 1967 el Maratón de Boston cumplía 70 años de realizarse, tiempo durante el cual sólo hombres habían participado en él, aunque ya algunas mujeres habían corrido ciertas secciones e incluso Roberta Bingay Gibb lo había completado el año anterior, en 1966, pero sin inscribirse de manera oficial. Kathrine Switzer, una estudiante de periodismo de 20 años, se inscribió como K.V. Switzer a dicha competencia en 1967, portando el número 261. Así, esta joven mujer, sin ser consciente de que estaba desafiando las reglas no escritas, así como las concepciones machistas de la época, empezó una gran historia.
Después de tres km de haber iniciado la prueba, Kathrine corría acompañada de su entrenador Arnie Briggs (número 490) y su novio Tom Miller (número 390) cuando, de un camión de la organización de la competencia, bajó el oficial del maratón Jock Semple e intentó sacarla a empujones, gritándole: “Sal de mi carrera y dame esos números”. En ese momento su entrenador intervino para tratar de quitarle al agresor de encima, pidiéndole a éste que la dejara correr, ya que estaba preparada; sin embargo, Jock Semple insistía en su propósito, por lo que su novio Tom lo bloqueó y empujó, alejándolo, mientras los tres continuaron corriendo.
El germen de un cambio
Kathrine Switzer sólo quería correr el maratón, pero después del suceso referido, mientras todavía se desarrollaba la prueba, fue objeto de rechazo, recibiendo comentarios como “¿Qué tratas de probar?”, “Eres masoquista”, “Estás en una cruzada”. En vista de los hechos, le dijo a su entrenador: “Ernie, voy a terminar esta competencia, si es necesario a gatas, nadie cree que soy capaz de hacerlo y me acabo de dar cuenta que si no la termino la gente creerá que las mujeres no pueden hacerlo y que no merecemos la oportunidad de estar aquí porque somos incapaces, ¡tengo que terminar esta carrera!”
El fotógrafo Harry Trask del diario Boston Traveler, que cubría la justa deportiva, fue quien capturó el momento del forcejeo. No obstante que no llevaba el equipo óptimo, captó las icónicas imágenes que registran el ataque y cómo Kathrine logró eludirlo para permanecer en la carrera. A pesar de que no existían reglas que prohibieran a las mujeres participar en el maratón, Kathrine fue descalificada y posteriormente expulsada de la Unión Atlética de Amateurs; sin embargo, eso ya no fue importante, la magia estaba hecha.
Las fotografías de Trask se difundieron por todo el mundo, siendo el germen de un cambio; cinco años después, en 1972, las mujeres participarían oficialmente en el Maratón de Boston. En 1973 Kathrine volvió a tomar parte en la prueba y se fotografió con el hombre que había intentado sacarla de la carrera, Jock Semple, con quien empezó una amistad que duró más de 20 años. Al respecto Kathrine comentó: “Nunca tuve rencor contra Jock, era un producto de su tiempo y creía que tenía razón”.
Kathrine Switzer luchó en favor de las deportistas corredoras, llevando a cabo una campaña para que el maratón de mujeres fuera incluido en los Juegos Olímpicos, lo cual se logró hasta Los Ángeles 1984. El 17 de abril de 2017, a los 70 años de edad, corrió nuevamente el Maratón de Boston con el mismo número que portó en la primera ocasión, el 261.
Han pasado 50 años desde esa fría mañana de 1967, cuando se empezó a escribir la fascinante y nada convencional historia de Kathrine, quien era una muchacha que sólo quería correr, pero terminó convirtiéndose en ícono y activista de los derechos de las mujeres, llevando su mensaje liberador a diversas partes del mundo, enfrenándose con los machismos y enseñando con el ejemplo que los conceptos que consideran a las mujeres débiles e incapaces están equivocados.
El caso de Kathrine Switzer alimenta muchas reflexiones sobre la construcción social de lo que es o no permitido a las mujeres en este mundo (aún demasiado machista, por desgracia), sobre la importancia del apoyo que los hombres brindan a sus compañeras para que puedan traspasar la barrera de injusticias que viven a diario, y sobre cómo a veces las inequidades son validadas y convertidas en normas por nuestra sociedad. Muchos maratones ideológicos por correr, ¡gracias, Kathrine, por la inspiración!
*Dirección de Comunicación de la Ciencia, Universidad Veracruzana
Correo: betorres@uv.mx