Universidad Veracruzana

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¿Puede alguien enseñar a pensar?

Jaime Fisher*

Pensar-01_webPensar es un verbo, como respirar, dormir o comer. Es un proceso cerebral realizado al parecer de manera particular en la especie humana (si otras especies también lo hacen no estamos todavía en condiciones de saberlo). Como respirar, dormir, o comer (cosas que sí hacen otros animales), pensar tiene también un valor adaptativo en el sentido darwinista. “Piensa bien lo que vas a hacer”, recomienda la sabiduría popular; y pensar en lo que uno ha de hacer -o de omitir hacer- es pensar en las consecuencias prácticas de lo que se haya de hacer u omitir.

Esto es bastante conveniente para quien pretenda perseverar en su ser, como decía Spinoza, o simplemente sobrevivir, como dijo Darwin años después. Pensar importa, en primer lugar, porque es la base que dirige la acción intencional, que, a su vez importa porque tiene repercusiones sobre el agente, sobre su medio y, particularmente, sobre la aparición o desaparición de ciertas condiciones para pensamientos y acciones futuras.

Hasta donde la experimentación alcanza, la capacidad de pensar (acertada o disparatadamente es otro asunto) está asociada en forma causal con un conjunto complejo de funciones físicas, químicas y eléctricas que tienen lugar en el cerebro, y en cuyo estudio y desciframiento está involucrada buena parte de la ciencia, la tecnología y la filosofía de nuestro tiempo; por lo menos en los países y universidades donde es posible pensar e investigar el órgano que permite investigar y pensar, y donde el presupuesto para hacerlo se dedica exclusiva y efectivamente a eso.

 

La función de adaptación evolutiva es lo que hace del pensar algo primordialmente biológico. Aunque pensar -como proceso y como producto-, es mucho más complejo de estudiar, puede compararse con el respirar o el comer: así como pensar es pensar acerca de algo o de alguien, existente o inexistente, bueno o malo, bello o detestable, justo o injusto, así también el respirar o el comer consisten en respirar o comer algo: oxígeno y alimentos, o venenos en la atmósfera y en los alimentos; y así como el respirar y el comer termina afectando lo que somos y podemos llegar a ser, el pensar afecta -me parece que de manera aún más determinante- lo que podemos llegar o impedirnos llegar a ser, tanto en términos individuales como colectivos, esto es, políticos.

Y aquí surge la diferencia crucial del pensar respecto a otras actividades biológicas. Ningún animal necesita que se le enseñe a respirar o a comer, pero el pensar requiere de un entrenamiento y un control, tanto respecto al objeto de nuestro pensamiento, como en torno al proceso mismo por el cual es que pensamos en ese objeto y no en cualquier otra cosa. Esta sería la presunta función de la educación (paideia).

Pero ¿puede alguien enseñar a pensar? Y, si la respuesta es afirmativa, ¿puede ese alguien enseñar a pensar de manera correcta y acerca de las cosas relevantes para la vida, la libertad y la justicia? Protágoras no sólo creía que sí, sino que estaba convencido de que con su techné era capaz de producir un individuo apto para la vida en la polis, es decir, educar a un ciudadano (por “ciudadano” no se entendía en ese lejano entonces de manera simple a todo aquél que tuviera credencial del IFE, sino a quien fuese capaz de participar eficazmente en la producción de la sociedad bien ordenada o justa).

Esto viene a colación porque el pensar, ya lo dije, tiene un componente sociocultural externo: pensar es pensar en algo. Y ese algo, sea físico o simbólico-cultural, estará determinado en buena medida por el tipo de sociedad en que vive el sujeto que haya de ejercer el verbo pensar-en- x, y actuar en consecuencia.

Werner Jaeger sugiere por ello que el entrenamiento del ciudadano en el pensar y la actividad del Estado no pueden entenderse el uno sin el otro. Educación y Estado serían inseparables; claro, si de lo que se tratara fuera de la construcción de la sociedad bien ordenada o justa. Pero ¿pienso? que no es de eso de lo que se trata en nuestras condiciones. Los gobernantes piensan en cómo esquilmar más eficazmente a los gobernados, y éstos nunca piensan y, cuando piensan, siempre piensan en otra cosa. Y por eso somos esquilmados tan eficiente como felizmente.

Pensar-02_webLo dramático del asunto es que la función de enseñar a pensar de manera correcta (concediendo que tal cosa es posible) lo delegó el Estado al sistema educativo en general, y a la universidad en particular. El ciudadano ya no se educa (no se entrena en pensar y actuar de manera correcta) a través de su participación en el diseño y funcionamiento de las instituciones del Estado, sino por lo que Gabriel Zaid llamó la simple “acumulación curricular.” Llegamos así a un concepto prostituido de educación, y junto a él a los conceptos de democracia, ciudadanía, política, etc. De ahí que, cuando el ciudadano piensa, piensa en cómo sobrevivir en ese medio ambiente prostituido y corrupto; y, como el hombre -y la mujer- terminan siendo lo que piensan…

Voy hacia el final volviendo por el principio: si el pensar tiene una función evolutiva de supervivencia y bienvivencia, entonces el proceso de pensamiento sólo puede desencadenarse a partir de irritaciones o estados de cosas deficitarias presentes en el medio ambiente (físico o simbólico-cultural), es decir, a partir de ciertas condiciones consideradas insatisfactorias e inaceptables por el agente.

Pensar es entonces imaginar un estado de cosas distinto que satisfaga las necesidades sentidas y restaure, así sea temporalmente, el equilibrio organismo-medio ambiente. Pero incluye sobre todo considerar la aplicación de los medios necesarios y suficientes para llevar a cabo la acción práctica que recupere el equilibrio, o al menos que nos aproxime a él.

Para algunos espíritus “prácticos” pensar sólo conduce a “teorías”. Sí, pero nada hay más práctico que una buena teoría; y ésta es imposible sin pensar, aunque no todo pensamiento garantice la producción de esa buena teoría requerida por la práctica.

*Investigador del Instituto de Filosofía de la UV.

Infografías: Sergio Segura, DCC-UV

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