Adriana Sandoval Comte*
“Las tortugas vieron a los grandes dinosaurios ir y venir
y ahora se enfrentan a su propia crisis de extinción”
– John L. Behler
¿Te imaginas la emoción que sintió un oficial de la marina británica, Lieutenant Mawe, al observar y tomar con sus manos a la tortuga dulceacuícola más grande de Mesoamérica? La cual puede llegar a medir 65 cm de largo y hasta más de 20 kilos, este majestuoso reptil resultó ser tan extraño e interesante que no pudo dejarlo ir.
El oficial Mawe, fue el primero que colectó esta tortuga en 1833, desafortunadamente no se tiene mucha información sobre quién fue este oficial o su quehacer en el continente americano, específicamente en Alvarado, localidad que aparece en la etiqueta escrita a mano en el espécimen depositado en el museo británico de historia natural de Londres.
Esta especie es conocida por los lugareños como tortuga blanca, por la coloración clara de la parte ventral del caparazón, mientras que su nombre científico Dermatemys mawii es en honor a su primer colector, el oficial Mawe.
Esta tortuga representa a la única especie sobreviviente de la familia Dermatemydidae. Este aspecto resulta de gran relevancia en su historia, ya que esta familia de tortugas tiene 19 géneros actualmente extintos. Los fósiles de sus “parientes” datan del Cretácico, período geológico de la Era Mesozoica que sobresale por la increíble proliferación de reptiles y el gran apogeo de los dinosaurios, ¡Sí!, leíste bien, ¡convivieron con los dinosaurios!
La tortuga blanca es una especie netamente acuática, que habita en ríos caudalosos de aguas profundas, con abundante vegetación, sitios que le ofrecen protección y alimento. Su dieta está basada en plantas y frutos; ayuda a controlar el crecimiento excesivo de plantas sobre la superficie, facilitando la dispersión de semillas. Además, tiene un papel sustancial en la cadena alimenticia y los flujos de energía en los ecosistemas acuáticos ya que es alimento de muchos carnívoros como cocodrilos, nutrias, tejones y mapaches.
Actualmente, la tortuga blanca se distribuye en el sureste de México, Belice y Guatemala. En México, se encuentra particularmente en las cuencas de los ríos Papaloapan, Coatzacoalcos y Grijalva-Usumacinta, hecho que hizo retumbar las mentes de los biólogos y especialistas, ¿Cómo esta tortuga totalmente dulce acuática pudo cubrir esta distribución? ¿Por qué poblaciones tan distantes entre sí y tan aisladas son tan parecidas genéticamente?
Un grupo de investigadores encontró evidencia genética, que señala que las culturas prehispánicas en Mesoamérica como los mayas y los olmecas convivieron con la tortuga blanca la cual, tenía un papel valioso como recurso alimenticio, de intercambio y comercialización. Era utilizada en rituales religiosos, siendo tal su importancia, que algunas de sus poblaciones pudieron ser transportadas y mantenidas habitualmente en pozas durante el trayecto, de donde muy probablemente algunas pudieron escapar, establecerse y mezclarse con otras poblaciones locales de esta misma especie, ¡ajá!, de ahí el parecido genético.
La tortuga blanca continua teniendo un papel trascendental en la naturaleza, manteniendo en equilibrio sus hábitats; en la cultura, al estar presente en varios platillos gastronómicos regionales; y en la economía, siendo aprovechada para el consumo y venta.
Sin embargo , ésta especie está al borde de su desaparición debido a la sobreexplotación para el consumo de su carne, el comercio ilegal y la pérdida, deterioro o transformación de sus ambientes naturales, posicionándola en la lista de las 25 tortugas en mayor riesgo de extinción en todo el mundo, según el Fondo de Conservación de Tortugas (Turtle Conservation Fund).
A casi 200 años de su descubrimiento, es sumamente difícil encontrar esta tortuga en algunos de los sitios donde fue abundante.. Numerosos conservacionistas y científicos han realizado distintos proyectos para incrementar el conocimiento sobre esta especie e implementar determinadas acciones de conservación (evaluación de sus poblaciones e impulso de su reproducción en cautiverio) y ejercicios de educación ambiental a nivel regional.
Los retos que representa la conservación de la tortuga blanca son grandes y nos invitan a reflexionar y reconocer nuevas estrategias de educación ambiental. En este sentido, expresiones artísticas como la danza, la pintura, el teatro y la música, podrían ser elementos útiles para la sensibilización, valoración y apropiación del entorno natural, o el de alguna de sus especies.
En Veracruz, una forma de expresión que vincula el arte, la cultura y el conocimiento tradicional es el son jarocho, género musical creado en colectividad que recrea la historia, cuentos, leyendas y anécdotas cotidianas, por medio de un vocabulario coloquial que trasciende de generación en generación, existiendo siempre la posibilidad de ser reinventado, por lo que podría funcionar como canal de comunicación transversal que promueva el conocimiento científico y las acciones de conservación, desde su cultura e identidad.
Por tanto, no resulta descabellado pensar en la tortuga blanca como una especie emblemática de la cuenca del Papaloapan, región representante del son jarocho, y que, a través de los fandangos, se puedan contar historias fantásticas de esta especie llena de cultura y tradición, al mismo tiempo sembrar la semilla para promover su conservación.
El futuro de la tortuga blanca está en manos de las comunidades, sus acciones y su apropiación delinearán el rumbo ya sea hacia su extinción o a la recuperación de sus poblaciones, dándole la oportunidad a sus hijos y nietos de poder observarla nadando otra vez en sus ríos.
*Estudiante del Diplomado en Comunicación Pública de la Ciencia
a.s.comte@gmail.com
Ilustración: Francisco J. Cobos Prior
Redes Sociales: Katya L. Zamora
Dir. de Comunicación de la Ciencia, UV
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