“Expulsa todos los afectos que desgarran tu corazón;
si estos no los pudieras extirpar de otro modo,
tendrías que arrancar con ellos el propio corazón.”
Séneca.
El cuerpo: la ciudadela del hombre.
En esta ocasión se nos ha encargado la empresa de exponer nuestra visión acerca del cuerpo, tarea nada sencilla tomando en cuenta que un tema como el presente ha sido motivo de múltiples reflexiones así como de infinidad de actitudes prácticas respecto de él ¿qué no se ha dicho o hecho teniendo como premisa semejante cuestión? Y es que el cuerpo aparece en todos los momentos del pensamiento y las acciones humanas, ya sea como motivo de culto y adoración o como elemento de nuestra humanidad digno de las críticas mas asertivas y de todo el desprecio posible. En la filosofía, el arte, la ciencia, la religión, etc. el cuerpo se hace presente y acoge todo tipo de opiniones en razón de su naturaleza, y es que cómo poder pasar por alto aquello que desde cierta óptica representa el terreno en el que germinaron estas disciplinas, ya que tal y como más adelante lo veremos, el cuerpo es la estructura fundamental del ser humano, de las experiencias de este así como de su pensamiento, aspectos que en último término emanan de la constitución efectiva del cuerpo.
Es por ello que para otorgar tratamiento a la interrogante de ¿qué es el cuerpo? Analizaremos diferentes aspectos que a nuestro juicio se acoplan en un único cauce de consideraciones sobre la naturaleza del mismo, desde las propiedades de la sensibilidad que este encierra pasando por las facultades racionales o del pensamiento, la relación del cuerpo con lo otro, los demás hombres y el mundo mejor dicho, e inclusive las concepciones vitales en las que la figura del cuerpo cobra un sentido esencial e inseparable a este.
La experiencia primigenia.
Resultará aventurado ante los oídos de alguno, el afirmar que la primera experiencia de cada uno de nosotros con su propio cuerpo provenga del ámbito de la sensibilidad, de las sensaciones que se presentan en él y que este experimenta ante las cosas del mundo, pero precisamente somos de la idea de que aquel individuo que se desplaza a través de la realidad se enfrentará inevitablemente con esta particular manera de asentir que todo él es lo que se denomina como su cuerpo. Muy a la manera de don Miguel de Unamuno, usted y yo no nos pensamos ocupando este o aquel espacio, no nos sabemos por un tipo de acto del pensamiento conformados por determinada estructura material, sino mas bien nos sentimos en el mundo, siendo más radicales con la opinión del filósofo español, la experiencia de la vida no se nos hace patente a través del ejercicio racional sino por medio del sentimiento, es así como el dolor o el temor a la muerte al igual que el placer y el goce de la vida es sentido y no pensado; de igual manera se encuentra tan arraigada una actitud como la señalada en la dimensión vital de los hombres, que desde temprana edad estos manifiestan el sentir de su propio cuerpo, nuestras necesidades fundamentales como el hambre y la sed emergen de lo percibido en nosotros mismos, la curiosidad de los infantes en relación con lo que materialmente son se estimula precisamente a partir de las sensaciones que del cuerpo se tiene, cuando la madurez alcanza al individuo este deberá afrontar los radical transformación que el cuerpo sufrirá tanto en la apariencia externa como en la constitución interna, la juventud, la edad adulta, la vejez, y otros fenómenos como el descubrimiento de la sexualidad encarnan sus verdaderas fuerzas en lo que de ellos sentimos, el intelecto no se desdobla y se monta sobre sí mismo para darnos a entender que poseemos un cuerpo sino que es la sensación del mismo la que se hace presente y que nos permite experimentar que somos nuestro cuerpo y lo que al mismo tiempo le ocurre a este o lo que percibe.
Arriesgada es nuestra opinión si se toma en cuenta la afamada intuición de Descartes para dar con la certeza de la existencia del individuo y de lo que este es (cogito cartesiano), puesto que dentro de nuestra reflexión creemos que en un principio basta con la sensación de nuestra corporeidad para asentir que parte de nuestro ser emana de lo que somos materialmente, es decir, al percibir que podemos caminar utilizando ambas piernas asumimos que es propio de nosotros semejante acción, y aunque careciéramos de piernas encontraríamos medios a partir de nuestro cuerpo para definir acciones, propiedades, actitudes, etc. que empatarían con lo que consideraríamos que somos. El maestro Seneca explicaba que los movimientos del cuerpo por la sencillez y la familiaridad que percibimos al ejecutarlos expresaban a la perfección aquello que la naturaleza ha determinado que somos, es decir, un todo de miembros plenamente organizado cuya funcionalidad por si misma ya nos marca la directriz para creer que estamos constituidos en una medida armónica y justa, de lo contrario experimentaríamos dolor al realizar el mas mínimo movimiento. En este punto le llevamos la contraria al padre de la modernidad y definiríamos al individuo o mejor dicho al ser de este como la totalidad del sentir de su cuerpo, lo que este percibe de sí mismo y las sensaciones que de las cosas recibe, empero, mientras el filósofo francés duda de la veracidad de lo que los sentidos nos proveen y por ende rechaza el aspecto material del cuerpo como medio para librar la duda sobre su propia existencia, nosotros optamos por reconsiderar el punto que Descartes desprecia, ya que en un nivel de supervivencia básico sería ingenuo de nuestra parte dudar sobre lo que mi cuerpo experimenta aún en situaciones de peligro, si cada quién colocase de manera voluntaria un miembro sobre el fuego sería una absoluta insensatez el poner en tela de juicio la veracidad de lo que acontecería de consumarse semejante acto, poner en riesgo la integridad del cuerpo resultaría absurdo para someter a prueba la duda metódica de Descartes, en el nivel vital al que apelamos basta con confiar en lo que el cuerpo experimenta para dar cuenta de que existimos, que somos seres dotados de aquello que se llama vida. En conclusión, la sensibilidad nos otorga una primera opinión de que existimos, de que nos encontramos insertados en algo llamado mundo y nos otorga una aproximación de lo que somos.
A juicio de Ortega y Gasset, el individuo mantiene una doble relación con la realidad y cuanto fenómeno acontece en ella, lo que denomina como el “contar con” y el “reparar en”, el primero expresa un vínculo en el que se asume una serie de concepciones mínimas sobre la realidad, ejemplo de ello es la situación en la que usted se ve envuelto mi estimado lector, si se encuentra sentado o de pie leyendo el presente escrito cuenta con que existe algo como un suelo firme que favorezca el matenerse de pie o con el asiento que se encuentre ocupando, de ninguna manera lo sobresalta una especie de incertidumbre que lo obligue a detenerse a comprobar que el suelo no son arenas movedizas o si su asiento continúa ahí o ha desaparecido espontáneamente y usted se encuentra levitando; por otro lado el “reparar en” apunta a una toma de conciencia, volvernos conscientes de lo que acontece en este preciso momento, usted ha llegado por no sé que capricho de la fortuna, designio de la divina providencia o por la libertad sartreana, sin embargo, ahora se encuentra aquí leyendo las irreverencias de un intento de reflexión filosófica con la pretensión de contemplar la obra artística a la que apunta la exposición por la que se interesó, usted optó por hacer acto de presencia en este espacio en este tiempo aún teniendo múltiples posibilidades de encontrarse en diversos lugares. Y así podríamos seguir indagando sobre la naturaleza de la toma de consciencia de su situación presente, pero por el momento basta resaltar que ambos tipos de relación representan aquella evolución que la visión del cuerpo que se ha venido exponiendo puede sufrir.
Las más de las veces contamos con que nuestro cuerpo está ahí, nos levantamos por la mañana después de una buena o mala noche de descanso, aseamos nuestro cuerpo, lo alimentamos, nos preparamos de acuerdo a las exigencias del entorno a la hora de salir de casa, si este enferma buscamos los medios para su pronta recuperación, etc. pero en la mayoría de estas acciones carecen de la toma de consciencia de lo que representa nuestro cuerpo, dicha conducta se llega a realizar respecto de un Yo, pero pocas veces en razón de nuestra efectiva corporeidad, es decir, sin tener en cuenta que el cuerpo es la estructura de ese Yo. Cuando se experimenta placer o dolor no es una sustancia etérea a la que denominamos como nosotros lo que sufre dichos estados, tampoco es un concepto, una idea o una definición de lo que consideramos que somos, es el cuerpo el que lo experimenta y en la medida que concebimos esas sensaciones como propias y no ajenas el cuerpo pasa a formar parte de lo que es nuestro ser. Cuando la enfermedad nos aqueja no es el concepto del Yo o nuestra personalidad la que ve mermadas sus fuerzas sino aquello que somos materialmente, cuando se habla de catástrofes que causan sufrimiento a los hombres no es propiamente la idea o la aproximación a una suerte de contenido mental los que padecen, son los individuos hechos de piel, músculos, huesos, vasos sanguíneos, terminales nerviosas, glándulas, órganos de todo tipo con las más diversas funciones, a los que les toca sentir en carne propia las desventuras de la fortuna; es esta constitución la que permite experimentar el dolor físico y psicológico, es la sensibilidad del mismo la que lo hace blanco fácil de los impactos del exterior.
Para muchos el cuerpo puede llegar a ser un mero accidente, un elemento subordinado a la idea que de ellos tienen, un agente que debe corresponder con imágenes que poco guardan relevancia respecto de lo que es él e inclusive servir como un medio para la determinación de fines diversos. El cuerpo es algo que está ahí y que nos permite movernos por el mundo, empero, reparar en que somos nuestro propio cuerpo, en que este no es una pertenencia sino que nosotros somos él es un tema distinto. La consciencia de que los límites de nuestra corporeidad se extienden hasta las fibras más minúsculas y recónditas de nuestro organismo, que por su estructura física guarda consonancia con los cánones de la armonía universal por que por ende es una máquina de suma complejidad o la comprensión de las más básicas funciones que este desempeña representaría una ascensión en la manera de concebir a este.
Al reparar en la dimensión sensible que este posee, en la idea de que en el cuerpo se configura una percepción del mundo, un sentir con la realidad, asunto que hemos venido desarrollando, podríamos acercarnos a entender más sobre el proceder de estudios como la estética o de lo que cada cual pueda denominar como arte. La estética puede ser definida como una reflexión que entre otras cosas involucra como elemento esencial de su análisis la percepción y la sensibilidad que los hombres poseen, recordemos que esta no nace sino del cuerpo puesto que cómo podremos apreciar la belleza sino es a través de los sentidos, de aquellas sensaciones que una categoría estética como la antes mencionada puede despertar en nosotros. Asimismo el arte sabe apelar a la misma dimensión presente en el cuerpo,. la pintura, la música, el dibujo, la escultura, etc. y sus manifestaciones se articulan entorno al foco receptivo que representan nuestros sentidos, la obra artística es acogida en su gran mayoría por las facultades sensibles presentes en los individuos; nos atreveríamos a afirmar que el arte recrea ese contacto fundamental que experimentamos de nosotros mismos y del mundo.
Sin embargo, ¿es la única vía que el cuerpo posee para comprenderse a sí mismo y a todo cuanto le rodea? Es muy sabido el problema que acarrea consigo hablar del dualismo entre mente y cuerpo, entre la razón y los sentidos, el pensamiento por un lado y el sentimiento por otro. Aún las posibles reconciliaciones entre ambos elementos aparentemente contrarios son motivo de recelo y dudas de toda índole, las opiniones sobre la supremacía del pensamiento o respecto de la propaganda que desdeña la razón en pro de su opuesto no se hacen esperar, pero somos de la idea de que el pensamiento puede llegar a desempeñar un papel distinto al tradicional, que ofrece una visión complementaria del cuerpo y que es capaz de aliarse con la experiencia que hemos venido analizando.
El cuerpo pensante.
El intelecto no es desde nuestro juicio algo extraño a lo que somos corporalmente, si bien es cierto que en todo momento estamos en una constante actividad mental en la que se articula la manera en que nos hemos de desenvolver en el mundo, es decir, que en el pensamiento se dan determinados procesos que dictan nuestro actuar, la manera de aproximarnos a la realidad, la definición de prejuicios, creencias, ideas, etc. y que parece ser arraiga la jefatura que gobierna todo lo que somos y por ende subordina el cuerpo a su voluntad, este encuentra su génesis en la materialidad del organismo.
Desde la antigüedad diversas tradiciones filosóficas y/o mítico-religiosas delimitaban como parte importante de la constitución del individuo aquello que se resguardaba en la cabeza, ya fuese un símil del alma o un tipo de facultad, o porque no, el vínculo que establece una estrecha relación entre el hombre y la divinidad, este se habría de ubicar allí. Al ser el punto más alto de nuestra humanidad era coherente la idea de que es lo más cercano a los dioses y el mundo suprasensible que habitan; prueba de semejante prejuicio de los hombres se refleja en la actitud hacia Epicúreo, al ser un partidario del hedonismo y poner el pensamiento al mismo nivel de la materialidad del cuerpo, el filósofo del jardín se gano el sobrenombre de “el puerco”, animal que se hincha a sí mismo a través de la consecución de placeres sensibles, ser que busca la saciedad de lo que el cuerpo le exige y que por su cualidades físicas le es imposible aspirar a terrenos más allá de lo corruptible de este mundo puesto que se predica de los cerdos el que ellos no pueden mirar al cielo, los sentidos de este animal se encuentra tan a nivel del suelo que todo aquello que llega a los mismos termina por cegarlo impidiéndole ascender y cambiar su condición mundana. Independientemente de lo degenerada que podría tornarse dicha concepción es de reconocer la intuición tan certera para reconocer la importancia de tal parte del cuerpo. Bastaría el reconocimiento científico muchos siglos después de que precisamente en la cabeza se encuentra el sistema nervioso central, parte de nuestro organismo que controla gran parte de las demás funciones del cuerpo, sistema encargado de la sensibilidad de la que previamente hablábamos. Es precisamente nuestro cerebro el órgano encargado de ejecutar las diversas labores cognitivas y en general el ejercicio de lo que llamamos el pensamiento. Dividido en partes que determinan habilidades creativas, analíticas, así como la ubicación de partes ligadas al terreno de lo emocional y no únicamente a lo cognitivo, el cerebro encierra en su composición material y en su funcionamiento la esencia de la racionalidad.
Pero seamos más precisos con aquello que nos interesa señalar. Si en nuestras manos se encontrara la posibilidad de abrir nuestra cabeza estando consientes y en pleno ejercicio reflexivo, como en estos momentos, todo con el objetivo de encontrar aquello que nuestra tradición se atreve a denominar como razón, quedaríamos decepcionados al dar cuenta de que esta no es una parte concreta de nuestro sistema nervioso, no es tangible como lo puede ser cualquier otro órgano de nuestro cuerpo. Antes de continuar ¿Qué es lo que estamos entendiendo por razón? Al parecer estamos utilizando como sinónimos y sin reparo palabras como pensamiento, intelecto, razón y mente. El intelecto es la facultad de la mente que tiene para entender, razonar, juzgar o discernir y emitir juicios. Así mismo la mente viene a ser todo el conjunto de estas capacidades del intelecto. Por otro lado el pensamiento en su acepción más básica, viene a ser la capacidad para formarnos ideas y representaciones sobre las cosas del mundo y poder articularlas entre sí, acción que bien podríamos considerarla como una generalización de las facultades intelectuales puesto que estas logran a través del aprendizaje, el entendimiento, el razonamiento, la capacidad de juzgar, el poder forjarnos una idea por demás elaborada y precisa de la realidad, cuando estas facultades se ponen en consonancia logran determinar lo que de manera general apunta la definición del pensamiento. Y por último y no menos importante, la razón, un término demasiado problemático con concepciones variadas y que encuentra su origen en una tradición que le otorga realidad tangible e intangible, que lo remite a una realidad humana y al mismo tiempo ajena al individuo puesto que esta se predicaba respecto de la naturaleza, noción de la que participaban tanto hombres como dioses. La razón entendida como una facultad, es aquella que logra el conocimiento del mundo tanto de los fenómenos morales y amorales, es la que nos permite tener una compresión de la realidad y poder llevar a cabo valoraciones en términos de verdad y falsedad, posibilitando como consecuencia una conducta con motivo de lo que ella logra descubrir, es la facultad que permite la elaboración de conceptos y la organización coherente de cuanto ella se encarga de construir. Dicho esto es comprensible que la razón desde nuestro punto de vista es la representación esencial de toda labor cognitiva, el intelecto y la acción de pensar en sí se articulan bajo esta noción fundamental de nuestra tradición filosófica.
Una vez comprendido a lo que remiten estas concepciones será sencillo entender nuestra idea de que estas apuntan no a otra cosa que a funciones que recaen en la actividad cerebral, en efecto, sea cual fuere la acción que realizamos y que involucra aspectos de los agentes que hace un momento explicamos, a estas les concierne una injerencia concreta manifestada en las funciones de nuestro sistema nervioso central. Cuando la razón empieza a trabajar y se ayuda de las facultades del intelecto ellas cobran una dimensión reveladora, podemos darnos cuenta de que no consisten en una labor desencarnada de lo que somos nosotros materialmente, la actividad de pensar se refleja en una incesante e irrefrenable serie de pulsos eléctricos a lo largo de nuestra masa encefálica, las fibras más complejas de nuestro cerebro, en cuanto a su constitución, entran en acción para mandar señales que ponen en comunicación cada parte de sí, conectando aquellas con las partes minúsculas y recónditas del mismo pero cuya importancia es vital. Gracias a esto se forman conexiones más y más elaboradas de acuerdo a la manera o al tipo de trabajo que la mente esté realizando. Al mismo tiempo el cerebro consume las reservas de energía disponibles en el organismo y a través de ciertos medios y herramientas tecnológicas es posible dar cuenta del uso de este combustible así como de la liberación de un nuevo tipo de energía producto de los procesos que llevamos a cabo cerebralmente. Caso contrario, la inactividad de nuestro cerebro o el deterioro del mismo significará una ausencia o un nulo ejercicio de las capacidades de aquellas facultades que hemos descrito.
Es así como el pensamiento no es ajeno a lo que somos corporalmente, si nuestra mente nos permite tener una idea gracias a los sensaciones que tenemos y a la percepción del mundo, estos nace de la materialidad de nuestro cuerpo, dicho de otra manera, el cuerpo es la lente a través de la cual es posible observarnos a nosotros mismos y a la realidad. La razón es una extensión de lo que somos corporalmente, esta no se puede dar en algo distinto y ajeno al cuerpo es inherente a este. Esta cuestión puede ser aún más radical, puesto que la actitud de reparar en lo que es nuestro cuerpo, asunto que explicábamos como un avance de aquella primera experiencia sensible que nuestra corporeidad nos otorga, significaría la capacidad que tiene él para hacerse con un conocimiento sobre sí, el cuerpo se despliega a través del pensamiento, de la racionalidad y permite otorgar un conocimiento de lo que es, una comprensión que es distinta a la sensibilidad que de él tenemos pero que comparte el mismo origen.
En ese sentido el cuerpo es una máquina sensible y pensante al mismo tiempo, sentimiento y razón no son opuestos ya que uno no se antepone al otro, antes bien son complementarios, sin la razón el sentimiento no bastaría para la supervivencia, es cierto que en los animales la parte sensorial y el apetito son garantía de una posible supervivencia, sin embargo, la verdadera sensibilidad de estos seres supera con creces a la de los hombres, a esto se suma la constitución de sus cuerpos la cual ayuda a enfrentar su entorno y procurarse lo necesario para subsistir, la sensibilidad y la percepción en el reino animal alcanza tal complejidad que termina por convertirse en un tipo distinto de inteligencia colectiva o individual en comparación con la inteligencia estrictamente humana. Seamos humildes y reconozcamos que esta perspectiva no solventaría nuestras necesidades y no bastaría para procurarnos una seguridad en el mundo. Por otra parte la razón no se basta por sí sola, sin la sensibilidad presente en nuestros cuerpos y lo que de ella nace la vida psíquica y fisiológica tal y como la conocemos sería imposible, por ejemplo Seneca admite que el deseo sexual, elemento que por sí solo es comprensible que encuentra su génesis en lo que sucede en nuestro cuerpo y que se nutre a partir afectos sensibles, es por naturaleza algo inseparable del hombre y sin lo cuál la vida se vería trastornada.
Esta es una perspectiva que amplia la manera en que entendemos el cuerpo en sí mismo, ahora es momento de analizar brevemente la relación que este mantiene con el mundo y con las demás cosas.
El reflejo del cosmos.
Antes definimos a la razón como una facultad, empero, es necesario señalar que existe otra determinación de lo que es ella. Esta definición la demarca como un principio de explicación de la realidad, la razón de ser de esta, de su acontecer y de su actuar, esto viene a ser un fundamento que descansa en las cosas del mundo, que lo organiza y que no permite cabida para que la realidad se escape al imperativo de semejante razón que la gobierna. Pero, ¿por qué no interesa rescatar esta otra mirada sobre la razón? Ahondemos un poco más para descubrirlo.
En general la filosofía antigua se maravillaba de lo que la naturaleza engendraba ante los ojos de sus primeros representantes, adelantados a su tiempo y a la comprobación científica tal y como la conocemos actualmente y que tanta seguridad parece otorgar en comparación con sus logros primerizos obtenidos en diversas épocas pasadas, estos concebían el mundo como un todo organizado, para ellos la realidad no consistía en un cúmulo de cosas irregulares mezcladas sin mas. La realidad era una estructura definida a conciencia, en ella había caminos determinados, nada estaba hecho al azar y la contingencia, cada elemento que la integraba habría de poseer una razón de ser, ser articulaba en función de un principio rector que gobernaba la firmeza de dicha construcción. ¿Es que acaso el cuerpo se compone de acuerdo a una organización armoniosa?
El estudio biológico del cuerpo nos indica muchas cosas para comprender este punto. Cada parte del cuerpo y su papel no se mantiene independiente de todo el conjunto, un daño o un falló por mínimo que parezca es capaz de poner en juego la integridad del organismo completo. Por ejemplo, la formación de un coágulo ubicado en un vaso sanguíneo, por minúsculo que sea este, nos llevaría muy posiblemente a la muerte, solo sería cuestión de tiempo para tan fatal desenlace. Un daño causado a algún miembro u órgano significaría la obstaculización de las funciones plenamente definidas para el cuerpo. Asimismo es posible comprender la estrecha comunicación que existe entre todas las áreas que integran el organismo, nuestra sangre se distribuye hasta los rincones más alejados respecto de la válvula que la distribuye, el corazón, otorgándonos el oxigeno necesario para la vida, al mismo tiempo nuestras terminales nerviosas se conducen por cada parte de todo el cuerpo proporcionándonos sensibilidad y definiendo un parámetro de actividad sobre acciones tanto voluntarias y conscientes como inconscientes, nuestras glándulas segregan hormonas o sustancias que influyen no solo en partes aisladas del cuerpo sino que impactan en la totalidad de este, de igual manera la composición química y/o biológica de nuestro cuerpo está determinada por la precisión estricta que nos asegura el bienestar del mismo, simplemente no se puede admitir una transformación abrupta o una entrada de sustancias ajenas y contrarias a aquellas que nos aseguran la vida. La ruptura de semejante organización significa la enfermedad, por ejemplo, si nuestras células empiezan a romper ese orden y su constitución esencial cambia estaríamos ante algo como el cáncer, las construcciones moleculares de las sustancias de que estamos hechos así como de aquellas que necesitamos para vivir se mantiene en un espectro de compatibilidad.
Dicho esto parece ser que cada parte de nuestro cuerpo guarda un lugar determinado respecto de las demás, sitio que responde a la organización plena que nos dice que ese es el lugar correcto para semejante parte del cuerpo. Galeno, un médico reconocido de la antigüedad, cuando los detractores de esta opinión le interrogaron sobre la correcta organización del cuerpo diciéndole que si la naturaleza era sabia por qué no ubicó el ano y la uretra en en la punta del pie donde sería más cómodo y estético que ahí donde se encontraban, contesto que estos no podrían estar en mejor lugar lejos de los órganos de los sentidos. Pero esta intuición básica de que cada órgano o parte de nuestro cuerpo tiene una razón de ser en el conjunto, no significa que allí termine todo, existen otros parámetros a partir de los cuales podemos dar cuenta del orden que se engendra en nuestra constitución corporal. Prueba de ello son la abstracción de ciertas nociones por parte de algunas disciplinas, así la geometría tradicional es capaz de revelarnos los secretos más sorprendentes sobre cómo es el cuerpo en tanto que podemos considerarlo como objeto con volumen, con dimensiones, capaz de ser analizado y estudiado con las herramientas que otorga esta manera de observar la realidad. Midiendo el cuerpo seríamos capaces de descubrir proporciones y estructuras que prevalecen y que demarcan la composición que físicamente representa nuestro cuerpo, tanto en el exterior como en el interior, modelos que se reproducen infinitamente en la naturaleza y que no hacen una excepción en lo referente a nuestra condición material. De la misma forma la geometría fractal descubriría un orden absolutamente definido en aquellas formaciones aparentemente irregulares pero que en realidad se dibujan dentro de un espectro de armonía y lógica donde nada puede crear una ruptura para dar lugar a la aparición del caos.
Dicho todo la anterior, ¿es esta cualidad de organización propia del cuerpo la que establece un parentesco con el universo del que se afirma también un tipo de orden? Como ya se adelantaba somos de la opinión de que la realidad y en general el cosmos no es un todo caótico, no se constituye como un conglomerado de cosas donde cada una sigue un curso diferente atropellando a las demás y creando un síntoma de confusión o comportamientos erráticos, de ser así ¿quién me aseguraría que el movimiento de rotación de nuestro planeta no se detendría o este se invertiría? O ¿quién estaría seguro de que nuestro planeta no se ha desviado y nos estamos dirigiendo hacia el sol o en su defecto alejándonos más allá de las distancias normalmente registradas? Pero dado que no hemos llegado a semejante insensatez podemos continuar hablando al respecto. El universo se encuentra regido por fuerzas que definen el curso que este debe seguir, la realidad nos habla a través de fenómenos que ejemplifican la razón que gobierna el mundo, y es precisamente allí donde el hombre se encuentra. El individuo no logra escapar a esa organización, no podemos llevar la contingencia a cualquier parte y querer ejercer una supuesta rebeldía, simplemente no podemos traicionar por ejemplo la fuerza de gravedad y proponernos volar por el cielo, una fuerza que dirige el movimiento de astros y planetas inmensos no puede ser desafiada sin más por nosotros. De igual manera no podemos romper otras leyes de la física y realizar proezas dignas de alguna deidad, por el contrario lejos de poder establecer un desprecio respecto de dicha estructura el orden de la realidad es encarnado en menor escala en nosotros. Antes se decía que el cuerpo humano esta configurado físicamente de acuerdo a proporciones que no nos son únicas sino que se encuentran de manera infinita en todas las cosas, modelos que biológicamente son los más óptimos para el desarrollo de cualquier ente que exista sobre el mundo, estructuras armoniosas y perfectas que se reproducen en el cuerpo humano, y es que el sujeto no solo se encuentra dentro de la organización del cosmos sino que este desarrolla una organización paralela a lo que fuera de él ocurre, concepción tan fundamental sobre el ser del hombre al punto que este fue definido en Grecia como un microcosmos.
En efecto, muy contrario a la idea que Michel Foucault tiene respecto del mundo, afirmando que este es una extensión de nosotros un miembro más de nuestro cuerpo, una opinión donde la realidad se ajusta a lo que nosotros queremos ver y lo útiles de la vida cotidiana se acoplan a aquellas exigencias de cuya satisfacción buscamos corporalmente, defendemos la idea de que nosotros, en tanto que seres corpóreos, somos un reflejo y una extensión del universo, sus patrones se despliegan y nos envuelven, las mismas leyes y principios que aplican al mundo son norma a lo que representa nuestro cuerpo, e irónicamente no debería sorprendernos que aquellas sustancias que componen las cosas más extrañas y aparentemente ajenas a nosotros estén integradas en nuestra materia. Nuestro cuerpo es la máxima prueba de que estamos integrados y estrechamente unidos a la realidad, no solo sirve para tener una primera impresión de lo que somos y de aquello que nos afecta sino que nos coloca en el camino para comprender la realidad en si misma y la condición real de lo que somos en tanto que seres inmersos en un orden establecido, así como la reproducción de este en diversas esferas, llámese sociedad, familia, estado, etc. Sabia era la actitud de los hombres del pasado donde el conocimiento del mundo y el autoconocimiento no estaban desligados.
Breve apéndice. La vida y la muerte.
Mucho más podríamos agregar a nuestra modesta reflexión, a la visión de un cuerpo que siente, que piensa, que mantiene un orden definido y que a su vez responde a uno en el que se encuentra contenido todo desde su efectiva constitución material, eso es para nosotros el cuerpo. Sin embargo, ¿Qué es lo que anima de manera misteriosa a eso que llamamos el cuerpo? Alguien responderá, es eso a lo que le decimos “vida”, pero ¿De donde ha nacido este artilugio o fuerza que mueve a nuestros cuerpos? ¿Por qué ese principio tiene la potestad para motivar la sensibilidad y el pensamiento o todo tipo de impulso que en el cuerpo pueda existir? La vida en tanto que principio que nos anima corporalmente no parece tener origen alguno, la vida que hay en nuestros cuerpos la recibimos de alguien que previamente ya gozaba de dicho principio que a su vez este la recibió de otro individuo, si continuamos así esto nos llevaría a una cadena infinita de búsqueda sobre el origen de aquello que hace funcionar nuestro cuerpo. Siendo más asertivo, ¿por qué el cuerpo no encierra la suficiente fortaleza para soportar esa fuerza que le otorga dicho movimiento? Si lo pensamos detenidamente el dinamismo que existe en nosotros es el motivo principal de que nuestro cuerpo se debilite, los efectos del tiempo sobre nosotros no son mas que el reflejo de aquel movimiento que la vida detono en nuestro cuerpo y que terminó por hacer que nuestras fuerzas disminuyeran, peor aún aquello que despierta todo tipo de potencias en nosotros nos lleva al límite de nuestra destrucción, la vida es garantía de la muerte. Mientras el cuerpo vive se dirige hacia ese trágico desenlace, esa es una verdad absoluta. Frente a tan cruel certeza los hombres persiguen su propia preservación, ante el debilitamiento de nuestro cuerpo se busca reanimarlo a través de sensaciones que recuerden aquellos momentos en los que este se encontraba en plenitud. Pero sin importar lo que hagamos hemos de morir. Seneca agradece el envejecimiento y deterioro natural del cuerpo ya que gracias a este fenómeno somos capaces de encontrar tranquilidad a aquellos impulsos que resultaban perjudiciales de experimentarlos en toda su expresión, ellos se apagan al mismo tiempo que nosotros nos volvemos viejos, la muerte no es un problema puesto que si ella ha de llegar mientras continuemos con vida no hemos de afrontarla y cuando ella nos alcance nosotros no estaremos aquí.
Juan Alarcón Ruiz.