Domingo Balam Martínez Álvarez
Facultad de Sociología
Universidad Veracruzana
Recibido: 10 de marzo de 2010
Aceptado: 12 de marzo de 2010
Revista de Investigación Educativa 11 julio-diciembre, 2010 ISSN 1870-5308, Xalapa, Ver Instituto de Investigaciones en Educación, Universidad Veracruzana |
|||
Cómo vivo la escuela: oficio de estudiante y micro-culturas juveniles | |||
Domingo Balam Martínez Álvarez Facultad de Sociología Recibido: 10 de marzo de 2010
Velázquez Reyes, Luz María. (2007). Cómo vivo la escuela: oficio de estudiante y micro-culturas juveniles. México: SEIEM/Gobierno del Estado de México. La lectura del libro, Cómo vivo la escuela: oficio de estudiante y micro-culturas juveniles me remitió a un texto que, a mi juicio, merece una atención particular de parte de los investigadores de la sociología de la educación que nos interesamos, de una u otra forma, por la dimensión subjetiva de la vida escolar, o de lo que atinadamente Luz María llama el oficio de estudiante; se trata del libro de Philip Jackson, La vida en las aulas (1992) donde elabora un excelente trabajo de etnografía educativa. Pero volvamos al texto que nos ocupa. Cómo vivo la escuela... es una obra que nos explica cómo es que los escolares desarrollan su trabajo en las aulas y fuera de ellas, qué pasa en ese tránsito por el nivel de educación medio superior aquí en México o mejor dicho, cuál es —tal como Francois Dubet lo caracteriza en su obra En la escuela. Sociología de la experiencia escolar— su experiencia escolar en torno a ello; qué les gusta y qué no, cuáles son las cosas que les provocan sentimientos de miedo y, desde el lugar que ocupan en la sociedad, cuáles son las prioridades que tienen; de cómo viven su participación en los innumerables concursos que las zonas escolares promueven: de matemáticas, oratoria, ortografía, escoltas, tablas gimnásticas, etcétera. Toda esta interpretación está atravesada por otra perspectiva: la del enfoque de los estudios sobre juventud. En efecto, no sólo son los rituales de paso institucionales y no institucionales los que caracterizan la descripción densa de la obra, sino el énfasis que Luz María pone sobre la dimensión juvenil, inherente a los jóvenes que están en el bachillerato, por ejemplo, cuando nos habla de sus relaciones afectivas de noviazgo, de rechazo o aceptación por parte de sus compañeros. Ya en el primer capítulo se encarga de arrojar luz sobre la problemática juvenil; y esto no es del todo gratuito o ingenuo, ya que buena parte del sistema de educación media superior en México está poblado por jóvenes, a los que no solamente se les caracteriza en razón de su edad, sino también en razón de su condición social y de la serie de dimensiones que particularmente los atraviesa.[1] Recientemente el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJ) se ha encargado de poner de relieve estas problemáticas a través de diversas encuestas.[2] De manera adicional, Luz María describe un conflicto que identificó con el gremio de los profesores; según sus palabras: en el gremio de los profesores circula un conjunto de concepciones, si bien diversas sobre los alumnos, no obstante, resulta sintomático que las concepciones negativas sobre éste, sean las mayormente difundidas, las cuales, dicho sea de paso, responden más a estereotipos bastante arraigados que a la realidad. La falta de confianza en el alumno, la creencia en la irresponsabilidad estudiantil, su falta de interés y de motivación, no saber lo que quieren, el conformismo y la inquietud, son algunos de los elementos de estas concepciones. (:15) En efecto, tal como lo describe la autora líneas arriba, las concepciones que se tienen de los alumnos no son más que imágenes erróneas, estereotipos, mitos, lugares comunes o representaciones sociales alrededor del rendimiento escolar de los alumnos. Pero más allá de identificarlos como estereotipos, de alguna manera existen y de ello habrá prueba empírica; es decir, las imágenes asociadas con los alumnos no son inventadas, tampoco exteriores, no existen per se, sino que, por el contrario, operan en el espacio escolar. En lo que valdría la pena poner más atención, por un lado sería en el conflicto general que se presenta entre los alumnos y los maestros, el juego de fuerzas que se ejercen, los objetos de la lucha y las estrategias para ganar, y por otro lado el problema del alumno ideal que buscan o, diciéndolo en términos weberianos, del tipo ideal que desean encontrar. Es importante decir aquí también que no solamente se trata de una problemática asociada de manera exclusiva al nivel medio superior, sino resulta, por el contrario, un rasgo sintomático del sistema de educación en México. Esto es lo que de manera más sustantiva se pone de relieve en el primer capítulo de la obra; en síntesis, elabora un breve estado del arte y rescata el debate sobre las representaciones sociales que giran en torno a la juventud. En los capítulos subsecuentes describe la manera en que el estudio fue tomando forma, las presentaciones de rigor: los marcos teórico y metodológico. En este último nos describe una de las estrategias que utilizó, la que denomina las narrativas escritas, las entrevistas y el cuestionario. Llama particularmente la atención la primera, ya que a través de un ejercicio les pidió a los jóvenes que describieran algunos tópicos, por ejemplo, cuál es la importancia de los “otros importantes” —se trata de los grupos de pares— en su vida, las decisiones claves tomadas por ellos, los incidentes críticos en su trayectoria escolar, entre otros. Resulta importante reparar en esta estrategia metodológica ya que le permitió obtener interpretaciones de primera mano, las cuales, claro está, no ocupó sin antes guardar la distancia epistemológica respectiva. Este ejercicio contribuye en la medida en que pudo aproximarse de una manera más fina a las experiencias de los estudiantes. Además de la experiencia de ser estudiante de preparatoria, que sirvió de base para el estudio, se operacionalizan dos más: micro-cultura y trayectoria, esta última tomada en el sentido que le otorga Pierre Bourdieu, ajustada, evidentemente, para el caso mexicano; de esa forma, el contenido analítico de dicho concepto contribuyó al estudio. Abordados en su dimensión juvenil, Luz María observó que los alumnos mexiquenses objeto de su estudio en ese momento se sentían particularmente atraídos por una búsqueda constante del riesgo: Mónica lo dice así: los jóvenes deseamos conocer el mundo, comernos todo lo que se nos ponga enfrente, bebernos de un solo trago al mundo. El peligro de este particular tipo de micro-cultura proviene del efecto onda, es decir, una intención que parece enlace simple —salir del aburrimiento— se convierte en un enlace múltiple; ir de un lado para otro, cambiar incesantemente, ir tras lo novedoso, lo actual, lo emocionante, y algunas veces (casi siempre muchas veces) llegar hasta lo prohibido, lo ilegal, lo peligroso, lo que destruye y mata. (:63) Así, su trayectoria en términos bourdeanos, es un itinerario singular en el espacio social de la escuela, el cual, a medida que avanzan, van dejando trás de sí, sin la posibilidad de regresar a él.[3] No debemos perder de vista que los seres humanos en nuestra integridad no solamente somos seres sociales, sino que, por el contrario y aunque parezca trillado, somos seres bio-psico-sociales; y pensar nuevamente que los estudiantes son arriesgados per se, así como las imágenes que se generan alrededor de ellos según el gremio de los profesores, implicaría marginar precisamente la dimensión orgánica que tienen. Diversos estudios de neurofisiología han demostrado que en esa edad sucede un proceso biológico que es cuando la corteza pre-frontal de nuestros cerebros aún no está madura; es ahí justamente donde se sitúa la toma de decisiones, y al faltar maduración, esto contribuye a que en ocasiones las decisiones que toman los jóvenes sean las equivocadas. Sentimientos como la soledad, la depresión, el dolor, el desamparo, la desolación, la incomprensión o la baja autoestima inciden de manera directa en el desempeño escolar de los alumnos y es en la escuela donde todos estos sentimientos confluyen. A pesar de que los escolares pueden tomar distancia de la escuela (salirse de las clases, irse de pinta, quedarse afuera), ésta no ha dejado de ser el medio de socialización por excelencia para los jóvenes, y con ello, el espacio de encuentro con sus semejantes. Ese encuentro con los otros importantes genera lo que Luz María denomina micro-cultura, de lo que da cuenta y con ello comprueba, una vez más con evidencia empírica, que el oficio de estudiante está altamente diferenciado: Los principales hallazgos apuntan a que dentro de la escuela se gestan diferentes micro-culturas, es decir, diferentes formas de vivir juntos: así hemos descrito la micro-cultura del esfuerzo desplegada por la buena alumna, la micro-cultura del equilibrio, la de la fórmula de relajo más esfuerzo, generada por el habitus del buen alumno; la micro-cultura del oficio de pensar practicado por el intelectual de la clase, la micro-cultura de la oscilación, descrita por el alumno regular, y la cultura de la regresión, cultivada por los alumnos que han reciclado. De ahí que podamos concluir que hay una multiplicidad de formas de ser estudiante. Las rutas de la transición investigadas aquí: buena alumna, buen alumno, el intelectual de la clase, el alumno regular, el alumno regresional, son sólo algunas de las de esta multiplicidad e implican formas de reaccionar distintas. (:190) Esta suerte de tipología que elabora da cuenta, a su vez, de la serie de estrategias que se emplean para transitar la escuela, combinaciones que ponderan diversos atributos, primero, en función de los propios estudiantes y después de las posibilidades y de las oportunidades institucionales; no perdamos de vista que Luz María los analiza en el marco de una escuela. Por último, la autora elabora algunas notas sobre cómo es que desempeñan ese oficio las alumnas, en su condición de mujeres, vinculada a la cultura meritocrática (fenómeno sobre el cual Dubet aporta elementos para el debate en En la escuela), es decir, la falsa creencia de que el mérito, “las ganas” y “el esfuerzo” son la base de una trayectoria escolar exitosa, sin tener en cuenta el peso de las diferencias sociales, que se expresan muchas veces con mayor fuerza en el espacio escolar. El éxito escolar es considerado como un efecto directo “del esfuerzo”, “de echarle ganas”, “del querer”, es decir, es expresado como una disposición en lo individual más que una circunstancia medida por sus condiciones materiales de existencia. Visto así, el éxito es resultado del esfuerzo en oposición al fracaso, el cual es visto como el efecto de no “ponerle ganas”. Las mujeres, según Luz María, confían más en el esfuerzo que los hombres, es decir, tienen interiorizada en mayor grado la cultura meritocrática; tienen una fuerte inclinación para “trabajar duro”, como coloquialmente se conoce; se trata de “machetearle”, de “entrarle a la talacha”. Esto lo hacen porque existe un cálculo racional alrededor de ello, tienen presente que de su desempeño de hoy dependerán los resultados de mañana. Por el lado de los hombres, el proyecto es más bien difuso e incluso se llega a conceptualizar que el proyecto es no tener proyecto. En el mismo orden de ideas, los buenos alumnos se divierten desempeñando el oficio de estudiante, mientras que para las buenas alumnas este trabajo representa un sacrificio; los buenos alumnos buscan un efecto a corto plazo, en tanto que las buenas alumnas lo proyectan a un plazo más largo. Visto así, con la serie de aportes que la investigación arroja, no cabe duda que la obra reseñada cobra singular importancia en un momento en el cual los estudios de corte cualitativo se están generando de manera sustantiva; con esto no queremos decir que la etnografía de la educación esté ganando terreno sobre los estudios cuantitativos, sino todo lo contrario; ambas maneras de “cuantificar” resultan importantes debido a que, en la medida que son complementarias, generan lecturas más puntuales, con mayor orden y sistematicidad; procedimientos que, tal como lo demuestra el libro de Luz María, nos dan elementos para explicar mejor los fenómenos que suceden en la escuela. [1]. Las relaciones con sus grupos de pares, sus gustos musicales, sus aficiones, su relación con el uso y consumo de drogas, las relaciones de noviazgo que entablan, entre otras. [2]. La más reciente es la Encuesta Nacional de Juventud 2005 (ENJ 2005). [3]. Para un desarrollo más puntual del concepto puede consultarse la obra de Bourdieu Las reglas del arte: Génesis y estructura del campo literario. |