Revista de Investigación Educativa 15
julio-dicembre, 2012

ISSN 1870-5308, Xalapa, Ver
Instituto de Investigaciones en Educación, Universidad Veracruzana

       
     
Entre el tiempo y el relato: Consideraciones epistemológicas en torno a la perspectiva biográfica en la investigación social y educativa
       
 

C. a Dr. Andrés Argüello Parra

Docente-Investigador
Universidad Santo Tomás de Colombia
mouneriano@yahoo.es

Recibido: 11 de abril de 2011
Aceptado: 06 de junio de 2011

 

Introducción

Dentro de las formas metodológicas de comprensión progresiva del objeto de estudio en determinada investigación social y educativa, la perspectiva biográfica se ha ido consolidando y enriqueciendo en los últimos años como recurso pertinente para la construcción de conocimiento dentro de las tendencias que resaltan las diversas formas sociales de la existencia subjetiva.

Ciertamente, advertimos un momento de estabilización del enfoque biográfico dentro de su emergente posicionamiento en el llamado “paradigma de la investigación cualitativa”, donde se aprecia la creciente consolidación de un corpus epistémico ordenado a la superación de una mirada parcial que podría reducir dicho enfoque a simple diseño e implementación de dispositivos o procedimientos.[1]

Así, pues, la fundamentación epistemológica de la perspectiva biográfica no sólo conviene a la necesidad de estructurar la convergencia esencial entre teoría, métodos y procedimientos, debida a toda investigación, sino que contribuye también al debate de las actuales tendencias en torno al estudio de los fenómenos sociales desde el punto de vista de los sujetos, cuestión que se ubica en el horizonte del “giro epistémico”[2] en la investigación contemporánea.

El análisis de los procesos subjetivos y los fenómenos sociales desde la perspectiva biográfica se encuentra, entonces, en un “cruce de caminos” que convoca al diálogo con elementos centrales de la literatura, la historia, la filosofía, el psicoanálisis y la sociología, por cuanto su núcleo de indagación procura interpretar y comprender las diversas dimensiones de los escenarios en que se constituyen los sujetos, es decir, los marcos o tramas en que se ha desarrollado determinada existencia particular.

Admitiendo esta confluencia de múltiples dimensiones, según se ha dicho, la alusión biográfica no podría entenderse como un “set de técnicas” destinadas únicamente a la recolección de cierto tipo de datos sino, ante todo, como un dispositivo metodológico sostenido por una epistemología que da prevalencia a los procesos de comprensión interpretativa del sujeto, punto de partida de las directrices que subyacen a la disposición general de un proyecto de investigación inscrito en tal perspectiva.

En este marco de elaboración teórica, el presente artículo ofrece algunas orientaciones que destacan cuatro aspectos esenciales de la epistemología biográfica, a saber, el tiempo, la memoria, el testimonio y la narración. Nuestra propuesta es que tales dimensiones, asociadas en ciertos binomios de afinidad categorial, permiten mostrar acentos que constituyen ejes o patrones claves de comprensión dentro de los estudios biográficos. La presentación de estos binomios se presenta aquí referida al proceso de (re) creación del yo[3] como un elemento vertebral para el estudio de la acción humana anudado a una particular manera de entender la temporalidad como experiencia (tiempo-memoria) y relato de sí (testimonio-narración).

Pero antes de entrar propiamente en el desarrollo de los binomios, se hace oportuno brindar una rápida ubicación histórica de la naturaleza de la investigación biográfica para situar los términos y supuestos que conducirán el curso de la argumentación posterior.

Estatuto epistemológico del enfoque biográfico: una visión panorámica

Dicho de un modo general, el lugar de la biografía en la investigación social tiene un antecedente destacado en la sociología interpretativa contemporánea, de corte cualitativo, que funda sus cimientos en el giro epistémico decimonónico a partir de las contribuciones de Dilthey sobre la creación de un estatuto para las denominadas “ciencias del espíritu”, y otros aportes afines como la filosofía de la historia de Gustav Droysen, que influyeron decididamente en la formulación de un nuevo paradigma de la comprensión (verstehen) y sus procesos (cfr. Denzin, 1989, p. 13).

En este punto, es preciso señalar que el antecedente más importante de los estudios biográficos en la investigación social está referido a los usos renovados de la oralidad que incorporó esta sociología comprensiva, de manera especial, a partir de la década de 1920, dentro de la llamada Escuela de Chicago. Trabajos como The Polish Peasant, de Thomas y Znaniecki,[4] y Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, se convierten en precursores de una larga tradición de investigaciones sociales que dan la palabra a los sujetos que viven complejas dinámicas sociales de marginación y exclusión.

Probablemente, una doble coyuntura histórica favoreció este impulso. Por una parte, el crecimiento exponencial de inmigrantes europeos a las Américas desde la segunda mitad del siglo XIX y la etapa inmediata de la primera posguerra que, entre otras cosas, marcaría la pauta para variadas formas de exilio en el curso del siglo XX. De otro lado, los procesos de conservación de los pueblos originarios y, en general, de los sectores sociales propensos a la extinción, debidos a factores naturales o inducidos, que la Escuela de Chicago abordó, de modo particular, en las formas culturales norteamericanas.

Para llevar a cabo la implementación del proceso cualitativo de las historias de vida, es importante destacar el uso de materiales inéditos dentro de la investigación sociológica de la época, tales como cartas personales y relatos biográficos escritos que expresan ya la prevalencia de la subjetividad y el interés por comprender las complejas formas de la acción humana.

Junto a estos hitos en el curso de la investigación social contemporánea, el método biográfico ha tenido diversos desarrollos, etapas de silencio y momentos de luminosidad, hasta un renovado interés en los últimos años tras la crisis a la que fue sometido por la preponderancia estructuralista y neo-positivista de las ciencias. Así, al finalizar la década de los ochenta, Denzin (1989) afirmaba: “Hemos visto un resurgir del interés en enfoques interpretativos para el estudio de la cultura, la biografía y la vida del grupo humano” (p. 9). No en vano, este mismo autor se convertirá en un referente destacado para entender el horizonte interpretativo de la biografía dentro de las diversas formas de investigación social.

Ahora bien, dentro de esta ubicación panorámica de la perspectiva biográfica, cabe afirmar también que su consolidación contemporánea viene asociada a la crítica hacia el concepto moderno de sujeto, basada en la transposición del estereotipo cartesiano a favor de un sujeto encarnado y situado (cfr. Birulés, 1996, p. 229). En otras palabras, el giro epistémico conlleva un tránsito de racionalidad que se traduce en una cosmovisión filosófica donde el ser humano se aprecia tanto en su individualidad como en su sistema de relaciones.

Porque las realidades de la historia, incluyendo el devenir del sujeto, no se entienden ya desde la plataforma del mundo unificado que impulsó la razón moderna, ni desde el tiempo único y sus continuidades, el momento actual parece privilegiado para el despliegue de las particularidades y la atención de las diferencias (Birulés, 1996, p. 230). Los nuevos referentes de conceptualización están, entonces, vinculados a la fragmentación y contingencia de la subjetividad. De manera que

buena parte de los interrogantes que nos deja por pensar el proceso de crítica radical de la razón y a los que parece urgirnos nuestra modernidad tardía son los que se articulan alrededor del complejo contenido de nociones que nos permiten decirnos, referirnos reflexivamente a nosotros mismos y a nuestro actuar. (Birulés, 1996, p. 232)

La deconstrucción del unívoco moderno en torno al “yo soy”, a lo dado o “constituido como resultado de las supuestas ‘continuidades’ del sistema de acción individual” (Birulés, 1996, p. 232), da lugar a una importante inversión epistemológica donde la subjetividad inherente a la biografía llega a aportar conocimiento desde la construcción continua del sujeto. En este orden de ideas se entiende que “el auge contemporáneo de la narrativa [y de los estudios biográficos, en general] tiene que ver con el creciente interés por el ‘Yo’ y la ‘identidad’ en muchas culturas” (Solinger, Fox & Irani, 2008, p. 8).

Es aquí, en el proceso de emergencia de la subjetividad biográfica, donde toma lugar una concepción alterna del tiempo y de la memoria que pueden ser articuladas en torno al valor de la experiencia vital, según se desarrolla en el apartado siguiente.

La experiencia vital como eje de los estudios biográficos: tiempo y memoria en el proceso de (re) creación del yo

Para la formulación de este binomio, una vez más siguiendo a Birulés (1996, p. 232),[5] reconocemos un punto de partida en la cuestión del tiempo como elemento central de los estudios biográficos, donde la perspectiva dominante de tiempo único estalla en una miríada de temporalidades heterogéneas que dan lugar a la fragmentación de los tiempos de la memoria.

Desde esta premisa deben atenderse, al menos, dos grandes consideraciones. Por un lado, la imposibilidad de sostener una manera unívoca de entender el tiempo cuya forma más conocida es la cosmovisión acumulativa y unilineal de la historia, herencia de la racionalidad occidental consolidada a partir de sus raíces greco-latinas. Esta insuficiencia del tiempo cronológico, basado en la sucesión y en determinaciones ordenadas de espacialidad, es la que permitirá realizar afirmaciones del tipo “esto sucedió aquí” (en esta hora específica de la historia) y puede ser atribución causal de “aquello que sucedió allí” (en ese lugar puntual del espacio), planteamientos que han sido orientadores para el análisis consecuencial y positivista de una historia asumida como acontecer ordenado de episodios.

Pero la naturaleza de los estudios biográficos exige reconocer, además de la centralidad del tiempo cronológico, la necesidad de un “tiempo de segundo orden” o tiempo narrativo. Por eso, el otro asunto de aquí derivado es la de-formalización del tiempo sobre la base de un “continuado presente” que el sujeto construye en la elaboración de su experiencia configurada como relato. Así, pues, el punto de partida es atravesar la duración como necesidad imperiosa de la trayectoria biográfica, lo cual se hace posible por la acción subjetiva de la memoria.

El tiempo biográfico se ha de entender, entonces, desde una esencial interconexión con la memoria que implica una manera de hacer presente el pasado (cronológico) y glosarlo como una pauta conveniente para dirigir la acción. Dada la convergencia de muchos tiempos en la memoria, como acto de la subjetividad, se derivan de allí implicaciones para la existencia humana que tienen que ver con una nueva manera de apreciar los fenómenos del itinerario vital y con un hito interpretativo en la conducción de la realidad.

Por eso, en esta fase de constitución de la experiencia vivida, la memoria se consolida como ese criterio ordenador de la historia singular de cara a la participación específica que el sujeto tiene dentro de ella. De este modo, la memoria no es sólo una evocación del pasado o el simple recuerdo concebido dentro de una visión lineal y acumulativa de tiempo, sino un acto de interpretación continuado que recorre selectivamente el pasado mientras prepara para la posibilidad de un futuro imaginado (cfr. Bruner, 2003, p. 124).

De esta manera, el proceso biográfico de (re) creación del yo se realiza en una dinámica de temporalidades, en una intersección de nuevas cronologizaciones o maneras de concebir y organizar el tiempo desde lo vivido, donde hay lugar para un singular ordenamiento –que no necesariamente se inscribe en la continuidad unidireccional de lo vivido– diseñado por el propio sujeto. Como lo ha apuntado Bruner (2003), “nosotros construimos y reconstruimos continuamente un Yo, según lo requieran las situaciones que encontramos, con la guía de nuestros recuerdos del pasado y de nuestras experiencias y miedos para el futuro” (p. 93).

Es así como la memoria refleja el mundo de lo real porque supone las prescripciones inesquivables de la existencia en cuanto vividas, sin dejar de considerar la nota constituyente del hombre frente a su futuro. Esto supone una concepción de temporalidad en varios niveles sin desconocer el enraizamiento en el pasado como acontecimiento fundador y las referencias al acto vivido, pues atender los orígenes permite revisar las tradiciones internalizadas y combatidas a las que se enfrenta el sujeto (cfr. Ricoeur, 2003, pp. 201 ss.).

De este modo, la dinámica que da “contenido” al presente (cronológico), cuando se trata de mirar al pasado o al futuro, es la narración personal, ubicada en la forma de un “tiempo narrativo” como un nuevo presente, esto es, narración portadora de sentidos.

Esta visión de tiempo biográfico presentificado sobre el quicio dialéctico retrospectiva-prospectiva, resuena en la explicación de Ricoeur (2003) cuando afirma:

Abundan las analogías y las interferencias entre el tiempo “narrado” y el espacio “construido”. Ninguno de los dos se reduce a fracciones del tiempo universal y del espacio de los geómetras. Pero tampoco le oponen una alternativa clara. El acto de configuración interviene por parte de ambos en el punto de ruptura y de sutura de los dos niveles de aprehensión: el espacio construido es también espacio geométrico, mensurable y calculable; su calificación como lugar de vida se superpone y se imbrica en sus propiedades geométricas, de igual modo que el tiempo narrado teje a la vez el tiempo cósmico y el fenomenológico. (p. 196)

Así pues, la elaboración de juicios y valoraciones que el sujeto biográfico construye sobre la base de la vivencia de sus temporalidades, tiene sus raíces en las interconexiones memoria-tiempo que le permiten trazar una memoria autobiográfica (lectura del desenvolvimiento del propio yo y sus relaciones generacionales e institucionales), una memoria de clase (pertenencia social), y una memoria nacional (sentido de arraigo) que convergen en la narración del presente.

No puede tratarse el tiempo-espacio del relato biográfico como si fuera un territorio hostil a la experiencia humana-vital. No obstante, tampoco se pueden disolver esas referencias biográficas del relato singular en un universalismo común. Precisamente ahí radica la tarea de establecer la configuración narrativa en un tiempo y un espacio, concreto y presente (relato situado).

De acuerdo con Eakin (1999), el problema del sujeto biográfico (que él asocia con identidad biográfica) se explica menos como una entidad fijada y más como un tipo de conciencia en proceso: de ahí la expresión “making selves” como referencia de las continuas identificaciones del yo. En este mismo sentido, el autor explica la imposibilidad de ser de una sola manera exclusiva y permanente:

Los yo que hemos sido pueden parecernos tan discretos y separados como las otras personas con quienes habitamos en nuestra vida de relaciones. Esta verdad experiencial enfatiza el hecho de que nuestro sentido de identidad continua es una ficción, la ficción primaria de toda auto-narración […]. El Yo y la experiencia del Yo, no están dados de manera monolítica e invariante, sino dinámica, cambiante y plural. (Eakin, 1999, pp. 93-98)

En este punto debe destacarse también el argumento de la verdad experiencial o verdad subjetiva (Denzin, 1989) que aparece en los estudios biográficos interpretativos, pues los hechos “objetivos” y, en general, el ámbito de la facticidad, pueden ser “alterados” por el narrador en orden a constituir esos hechos interesantes y cargados de sentido para él: “Si un autor piensa que algo existe y cree en su existencia, sus efectos son reales” (Denzin, 1989, p. 25). Es decir, se establece aquí una apreciación de tiempo (y de espacio) de lo creído, lo imaginado, lo proyectado, en suma, lo interpretado por el sujeto en su presente, aunque ello no exista de manera fáctica-empírica en el mundo físico pero que sí logra un impacto apreciable en la existencia particular.

Desde el referente de la filosofía contemporánea, Schopenhauer (2003) también ha ofrecido una importante consideración que permite ilustrar la convergencia de temporalidades y, más aún, de espacialidades, en el tiempo biográfico del presente que se está comentando. Así, afirma:

La forma de la vida o de la realidad, sólo es propiamente el presente, no el futuro, ni el pasado: éstos sólo existen en el concepto, en la conexión del conocimiento que sigue al principio de razón. Nadie ha vivido nunca en el pasado, ni tampoco nadie vivirá jamás en el futuro; el presente es la única forma de toda vida, pero también es su patrimonio más seguro, que nunca puede arrebatársele. El presente siempre está ahí, junto a su contenido: ambos se mantienen firmes sin vacilar, como el arco iris sobre la cascada. (p. 372)

De hecho, en ese contenido del presente, en la duración vivida sobre la duración acumulada, es que resulta posible situar el tiempo biográfico, el tiempo narrativo que, valga insistirlo, no es una representación imaginativa de la vivencia ni de la propia cronología sino un modo sustantivo de organizar la historia experienciada a través de la palabra.

Schopenhauer (2003) continúa explicando:

Nuestro propio pasado, incluso el más cercano, ayer mismo, es tan sólo un vano sueño de la fantasía […]. En realidad, lo que constituye el presente sólo es el punto de contacto del objeto, cuya forma es el tiempo, con el sujeto, quien en lo relativo a la forma nada tiene que ver con ninguna de las formas del principio de razón […], mas el objeto real sólo se da en el presente: el pasado y el futuro contienen meros conceptos y fantasmas, de ahí que el presente sea la forma esencial del fenómeno de la voluntad y resulte inseparable de éste. Sólo el presente es aquello que existe siempre y es definitivo. (p. 373)

Para el filósofo alemán, el presente recoge el “fenómeno de la voluntad”, esto es, la fuerza vital que concentra al sujeto en su complejidad biográfica, donde el tiempo narrativo o existencial, anudado interpretativamente en el relato del presente, permite proyectar la actuación en el curso de la existencia. El pasado se hace vigente en la interpretación actual y se ofrece como criterio direccionador del porvenir.

La presentificación de la vida interpretada por el sujeto en el relato biográfico pone de manifiesto la relación entre tiempo, memoria y narración. En este lugar hay que apuntar, como se ha sugerido, que la primera referencia del acto vivido o “materia prima” del hecho original de la vivencia es un punto de partida para la provisionalidad narrativa que, por su condición contingente, impide la fijación textual en la investigación biográfica. Son los nuevos y sucesivos acontecimientos que tienen lugar en la historia del sujeto los que van nutriendo la contrastación con el hecho fundante de la experiencia, lo cual genera una producción multiforme y enriquecida de relatos en las vidas humanas. Una mirada a esta complejidad de la narración biográfica se esboza a continuación.

El relato como eje de los estudios biográficos: testimonio y narración en el proceso de (re) creación del yo

Las interpretaciones del sujeto sobre su propia experiencia existencial se organizan y se transforman en vida contada. La primera precisión que debe señalarse en este punto es que, justo porque el yo se dice de muchos modos, no hay géneros canónicos para expresar la vida: “La vida es problemática, no se la puede constreñir en géneros convencionales […]. Ninguna imagen de la identidad alcanza jamás un monopolio” (Bruner, 2003, pp. 111 y 113).

De ahí que, “probablemente hoy más que nunca, la construcción del yo a través de su narración no conoce fin ni pausas. Es un proceso dialéctico, un acto de equiparación” (Bruner, 2003, p. 121). Ese carácter asintótico de la comunicabilidad de la experiencia parte del hecho de que la vida humana como creación narrativa del yo es una continua ponderación de autonomía (plano individual) y de vinculaciones (plano social) en la historia del sujeto.

Dado que en el proceso de elaboración subjetiva no es posible definir la palabra última del sujeto, existe una provisionalidad narrativa del relato biográfico. El yo es asintótico e impide una interpretación o una expresión que resulte absoluta y totalizante. Análogamente al ser aristotélico, a propósito de la metafísica, el yo se dice de muchas maneras. Esto permite entender el planteamiento de Bruner (2003) en relación con la autobiografía, extensible también a cualquier otra elaboración biográfica:

Ninguna autobiografía es completa, sólo se la puede terminar. Ningún autobiógrafo puede sustraerse a la pregunta: ¿de qué Yo trata la autobiografía, desde qué perspectiva está compuesta y para quién? La autobiografía que efectivamente escribimos no es más que una versión, un modo de conseguir la coherencia […]. ¿Cómo puede una autobiografía, en no importa qué versión, alcanzar un punto de equilibrio entre lo que efectivamente hemos sido y lo que hubiéramos podido ser? Y sobre este supuesto equilibrio jugamos con nosotros mismos. (p. 108)

Tal vez sea preciso agregar que en la búsqueda sistemática de ese nodo de confrontaciones que supone el equilibrio de lo consolidado y lo posible, de lo interior y de lo externo, se cifra un criterio de análisis para comprender los documentos personales en la investigación biográfica. La creación de un yo existencial se relaciona con una versión de conciliación y contraste entre los polos que surgen en la constitución de subjetividad: “El relato de sí mismos (si puedo repetirlo) se produce de fuera hacia dentro, tanto como de dentro hacia fuera” (Bruner, 2003, p. 120).

En este orden de ideas se puede identificar una doble función, interrelacionada, de la narración biográfica, a saber, contribuir a la creación del yo (línea Bruner) y favorecer su manifestación a través de códigos expresivos o figuraciones discursivas. Así, si “el Yo es un producto de nuestros relatos y no una cierta esencia por descubrir cavando en los confines de la subjetividad” (Bruner, 2003, p. 122), la elaboración y comunicación de la subjetividad a través de la palabra es la vía de auto-afirmación del yo, entretejido con los materiales de la vida vivida.

Esta dinámica de invención y reconocimiento del yo, se inscribe en la problemática esencial que suponen las múltiples vinculaciones donde se desarrolla determinada historia subjetiva. En la producción del relato biográfico operan condicionantes de tipo socio-cultural en los que el sujeto inserta también su propia elaboración. Las maneras como el yo es constituido tienen manifestaciones en la interacción social y hacen de ese yo una cuestión de interés público: “Las narraciones que nos contamos a nosotros mismos, que construyen y reconstruyen nuestro Yo, abrevan en la cultura en que vivimos […]. Somos expresiones de la cultura que nos nutre” (Bruner, 2003, p. 124). De manera que los escenarios que rodean la vida del sujeto establecen una suerte de preceptos de externalidad en el proceso de (re)creación del yo, pues, “la cultura a su vez es una dialéctica, llena de narraciones alternativas acerca de qué es el Yo, o qué podría ser. Y las historias que contamos para crearnos a nosotros mismos reflejan esa dialéctica” (Bruner, 2003, p. 124).

Sin embargo, también debe notarse que aunque el yo no es solipsista sino inscrito en dinámicas comunitarias, éstas no logran ser plenamente determinativas ni usurpar la capacidad de autoafirmación del sujeto por cuanto “la creación del Yo es el principal instrumento para afirmar nuestra unicidad” (Bruner, 2003, p. 95). Son estas intersecciones de lo “interior-psíquico” con lo “exterior-cultural” las que van gestando la producción de relatos de vida como acciones libres de la memoria. Desde este punto de vista, el proceso biográfico de (re)creación del yo es un ejercicio de libertad, único e indelegable.

Se pueden atender, aún más, algunos otros elementos contenidos en la entraña de estas intersecciones propias de la biografía como narración personal y la vida entretejida como palabra. Será útil, por ejemplo, plantear el aludido problema de la “identidad biográfica” tratado por Eakin –en sintonía con Bruner– dado que la cuestión de la identidad biográfica aparece estrechamente ligada con la idea de identidad narrativa (narrative identity). Esto es, los modos como cada ser humano se comprende a sí mismo no se hallan en oposición total a las maneras como lo expresa. Por ello, en la apropiación del relato biográfico, “cada uno de nosotros construye y vive una ‘narrativa’ y esa narrativa es, para nosotros, nuestra identidad” (Eakin, 1999, p. 99). Así, el sujeto es su palabra narrada.

Desde esta óptica, una de las asunciones epistemológicas claves en el trabajo con narrativas biográficas es la existencia de “una homología entre la estructura de la organización de la experiencia de los eventos vividos y la estructura de la narración biográfica” (Hermanns, 1987, p. 49). Esta idea de la figuración narrativa, capaz de expresar el proceso de constitución del sujeto, también es evocada por Delory-Montberger (2007, p. 61) como parte de la actividad de biografización.[6]

Para este caso, sin dejar de reconocer que los acercamientos identidad-narrativa como equivalentes son problemáticos y que han sido rechazados por prominentes figuras como R. Barthes,[7] seguimos aquí la línea anglosajona de Eakin (1999, p. 101) para quien identidad y narrativa son ejecutadas simultáneamente; es decir, más que escribir (auto) biografía, ella se vivencia, se actúa en la vida cotidiana. No se trata, pues, de una visión meramente discursiva o lingüístico-técnica del relato por cuanto la narrativa, desde el punto de vista biográfico, no solo expresa una manera específica de ser sino que indica un modo primario y original de experimentar, como yo extendido en el tiempo (Eakin, 1999, p. 137). De este modo, la memoria narrativa se convierte en la gramática de la experiencia.

Por lo anterior, desde esta perspectiva, toda constitución biográfica comunicable se configura como acto segundo (el de la palabra); es decir, parte de un primer momento que es de carácter vivencial, entretejido en los materiales de la vida vivida, pero solo en un nivel ulterior, justo en contraste con esos materiales vividos, el sujeto puede pensar su historia en sí mismo y contarla.

En este panorama, al tratar las conexiones entre narración y experiencia, W. Benjamin (1991) ha señalado que el papel del narrador es “elaborar las materias primas de la experiencia, la propia y la ajena, de forma sólida, útil y única” (p. 134). La narración biográfica, entonces, se concibe como integración de referentes y como posibilidad de intercambiar experiencias.

Ahora bien, este ámbito de lo “interior-psíquico” constitutivo del proceso de creación biográfica del yo (proceso de identidad biográfica), no se puede tratar sin referencia a las cuestiones de memoria y tiempo, que se comentaron en el apartado inmediatamente anterior, pues, relato biográfico, memoria y tiempo, conservan una relación intrínseca.

Tal relación se puede describir comentando algunos aspectos de especial interés. Los relatos biográficos (experienciales) no guardan una correspondencia de identidad, sino de semejanza, con las vivencias acumulables de una historia. No se narra la vida vivida, inalterable, tal cual sucedió; se cuenta la vida como recordada por un proceso reflexivo, según fue experienciada por el sujeto. Dicho de otro modo, existe una mediación interpretativa de la memoria y del tiempo dentro del relato que un sujeto hace de su vida.

En efecto, en los procesos de creación y comunicación de la vida del sujeto, como ocurre en el desarrollo de la entrevista biográfica, el narrador ofrece un reporte de sus experiencias de vida mediadas por la interpretación de sí.[8] El tiempo de su discurso no es el tiempo de su vivencia; hay una nueva temporalidad de la memoria que se hace palabra. Van Manen (2003) lo ha visto de igual forma, cuando comenta que “los relatos experienciales o las descripciones de la experiencia vivida –tanto en forma de discurso escrito como oral– nunca son idénticos a la experiencia vivida. Todos los recuerdos, las reflexiones, las descripciones, las entrevistas grabadas o las conversaciones transcritas referidas a experiencias ya constituyen ‘transformaciones’ en sí mismas de dichas experiencias” (p. 72).

Como se ha referido, la narración biográfica es la expresión de la subjetividad, de la experiencia vivida y de los componentes que se mueven dentro de ella: los sentimientos, las emociones, las expectativas, los miedos y demás conformaciones del espíritu humano. El modo como un sujeto constituye y expresa el relato de su yo, supone una elección previa, no necesariamente consciente, de horizonte interpretativo, de pensamiento y de destino. En este punto se ubica, además, el papel de la memoria y los filtros heurísticos[9] que procesan el quid de la información biográfica, mostrando la compleja relación del yo con sus condicionamientos.

Así, pues, existe un nivel de interpretación reflejado en el punto de vista que domina determinada exposición narrativa. El hecho de combatir, denunciar o rechazar una perspectiva no hace más que revelar otra (Bruner, 2003, p. 41). De ahí la imposibilidad de una cosmovisión, legitimada como exclusiva en el curso del relato biográfico. Este dilema “perspectivista” alberga la compleja cuestión de la “intención narrativa”, que no puede obviarse en la interpretación de relatos biográficos. No sólo se trata de establecer y conocer el punto de vista que domina cierta exposición narrativa sino de indagar la finalidad por la cual se ha adoptado esa perspectiva para develar determinado sentido biográfico.

En este marco de interdependencias entre relato biográfico, memoria y tiempo, la producción de narraciones genera, en últimas, “eventos verbalizados”, constituyentes de un “metaevento” (Bruner, 2003, p. 107), una experiencia vital interpretada que lleva al acontecimiento más allá de la fugacidad de su ocurrencia. Se da, pues, el tránsito del allí-entonces del suceso vivido, al aquí-ahora del relato contado.

Una sugerente presentación al respecto ha hecho el Profesor A. J. Da Veiga (1995):

Si la vida humana tiene una forma, aunque sea fragmentaria, aunque sea misteriosa, esa forma es la de una narración: la vida humana se parece a una novela. Eso significa que el yo, que es dispersión y actividad, se constituye como una unidad de sentido para sí mismo en la temporalidad de una historia, de un relato. Y significa también que el tiempo se convierte en tiempo humano en la medida en que está organizado (dotado de sentido) al modo de un relato. Nuestra vida tiene una forma, la de una historia que se despliega. (p. 38)

La memoria personal como recurso interpretativo de la historia y la conexión del tiempo con la narración biográfica se cifran en las búsquedas del ansiógeno e inaprehensible yo, que se realiza desde un tiempo-espacio presente, para abordar algo de sí en el recuerdo de su pasado o aún en la posibilidad de su futuro. Sugerente resulta también aquí la tesis de Benjamin sobre la pobreza de la experiencia –relacionada con la crisis de la narración– que, desde la notoriedad del presente, deja ver por lo menos dos claras implicaciones para entender la estructura del relato experiencial: en primer lugar, sólo la concesión al lugar de la experiencia vivida favorece que el pasado arroje luz sobre el presente; y, segundo, la virtualidad sugerente y propositiva del futuro se cifra en acrecentar el horizonte de expectativas y posibilidades.

Ciertamente, todo el proceso de construcción de la realidad por parte del sujeto así como el acto de entretejer la vida como trama a través de la palabra, está envuelto en la doble funcionalidad del relato biográfico, a saber, modelar u ordenar la experiencia y construir la realidad. J. Bruner (2003) recuerda cómo una manera de contar la vida puede influir en el modo de vivirla: “La narrativa, incluso la de ficción, da forma a cosas del mundo real y muchas veces le confiere, además, una carta de derechos en la realidad” (p. 22). Es así como un relato puede dar una nueva perspectiva a determinado aspecto que está siendo experienciado en la medida que manifiesta las comprensiones originantes del sujeto.

En el mismo marco, se ha señalado que el proceso de (re) creación del yo se anuda también en una trama de relaciones y vínculos que permite comprender al sujeto en su ecosistema histórico-existencial. Luego de haber presentado algunos aspectos ligados a la acción interna del sujeto en su proceso de (re) creación biográfica en la narración, destacaremos ahora el ámbito “exterior-cultural”, destacando el papel del contexto y de los vínculos externos en los que se inserta no sólo el desarrollo normal de la existencia sino los puentes con el sujeto singular y sus elaboraciones biográfico-narrativas.

La narrativa en el relato biográfico ya es una interpretación del sujeto que apuesta por “transfigurar lo banal” partiendo de la “dialéctica de lo consolidado y lo posible” (Bruner, 2003, pp. 29). Desde este punto de vista “lo que intentamos corroborar no es simplemente quiénes y qué somos, sino quiénes y qué podríamos haber sido, dados los lazos que la memoria y la cultura nos imponen, lazos de los que muchas veces no somos conscientes” (Bruner, 2003, p. 31).

A partir de aquí, considerada la imposibilidad de sostener los estamentos canónicos en la vida de las sociedades, justamente por la acción de los individuos en la historia, hay lugar a la recurrente idea de Bruner sobre los mundos posibles constituidos desde el dinamismo de las narrativas. Por ello:

La narrativa en todas sus formas es una dialéctica entre lo que se esperaba y lo que sucedió. Para que exista un relato hace falta que suceda algo imprevisto; de otro modo “no hay historia”. El relato es sumamente sensible a aquello que desafía nuestra concepción de lo canónico […]. Algo ha de estar alterado, de otro modo “no hay nada que contar”. (Bruner, 2003, pp. 31 y 34)

Reconociendo la existencia de un horizonte interpretativo desde la cual se narra y la insinuación de los mundos posibles, el relato ofrece una cosmovisión que permite apreciar cómo el otro sujeto internaliza el mundo. Éste es un aspecto que cuestiona la idea de una historia señera y acoge, más bien, el compartir de existencias como pauta de afrontamiento y de tensión en medio de otros sujetos: “Narrar una historia ya no equivale a invitar a ser como aquella es, sino a ver el mundo tal como se encarna en la historia” (Bruner, 2003, p. 45). El impulso metafórico de las historias contadas consiste, entonces, en descubrir en el relato particular algún asunto de referencia común, que atañe a otros y que involucra el drama de existir.[10]

De este modo se puede conferir al relato una función orientadora en medio de las incertidumbres inherentes a la contingencia del existir humano. En este punto, cuando el relato sugiere una forma particular de llevar a cabo interacciones sociales y no sólo indica la gestión de la propia vida, emerge el campo de la función social del relato basado en el impulso metafórico que pueden ofrecer las historias y su capacidad de incidencia cultural efectiva.

Dentro de la función social de la narrativa como parte de los estudios de tipo biográfico, se advierten los alcances del relato frente a las condiciones sociales emergentes. El estudio biográfico es capaz de provocar una palabra emancipatoria contra modelos históricos que sostienen y vierten cualquier forma de discriminación en la sociedad, permitiendo reclamar y generar historias de resistencia, crítica, esperanza y visión de comunidades cuyas historias o relatos son frecuentemente invisibles, cancelados, trivializados o borrados por la sociedad dominante. La contrastación de narrativas biográficas, en el desarrollo de su función social, permite captar las inacabables formas como la gente conserva sus ideas y demandas por la justicia (cfr. Solinger et al., 2008, p. xi).

Tratar el ámbito que se ha denominado “exterior-cultural” en el proceso de (re) creación biográfica del yo, ha de superar la fascinación esnobista por las historias individuales, lo cual requiere problematizar e “historizar” los relatos y las comprensiones de los sujetos. Desde este plano de la función social de la narrativa en la perspectiva biográfica, no interesan tanto las vidas singulares de los sujetos en su aparición solipsista sino cuanto hay en ellas para “invocar la historia en orden a reclamar los derechos emergentes o el valor de la comunidad o el derecho para todos a la seguridad física y la educación” (Solinger et al., 2008, p. 1). Así, el elemento crítico de los estudios biográficos conduce a explorar los significados del compromiso del individuo frente a su comunidad política y generar visiones creativas en torno al reconocimiento, los derechos y la justicia.

Es importante destacar que justo en este punto es posible la convergencia tiempo-memoria-narración de la investigación biográfica aplicable principalmente a cuestiones éticas, por ejemplo, en educación para la paz y los derechos humanos. Aquí, el testimonio de los sujetos como historia de vida no se queda en la descripción del fenómeno que expresa una determinada carencia en la esfera de los derechos humanos sino que insinúa, ya desde el ejercicio mismo de la narración, un programa efectivo de transformación social y política.[11]

De esta manera, un asunto fundamental dentro del propósito de investigar una historia de vida es la relación entre la trayectoria individual y la historia social en la que se inscribe dicha vida. La complejidad de esta trama e intersecciones conforma la cartografía biográfica del sujeto, base de los análisis para comprender las incidencias del entorno ideo-cultural como memoria colectiva en la singularización de una existencia.

Desde el punto de vista histórico, se espera que el trabajo biográfico asuma y apoye la tarea de la restitución de épocas y contextos. Sin embargo, el proceso investigativo de una historia de vida no puede confundirse, sin más, con una reducción de todo el fenómeno histórico a un devenir particular ni con la convergencia de la vida individual en una pretensión historizante. De este modo, la ponderación del contexto en la investigación biográfica como consideración situacional del sujeto de estudio permite evitar el pragmatismo individualista o la historización técnica a los que puede estar expuesto el género.

Así, pues, el punto a resaltar en esta característica es que la historia del sujeto se construye a modo de relación simbiótica entre la experiencia individual y la realidad histórica (cfr. Sautu, 2004, p. 24). La interrelación contexto-individuo expresa una fluidez no excluyente entre lo privado y lo público pues, como explican Solinger et al. (2008):

no hay una comprensión separada de “privacidad” porque las decisiones personales que la gente hace y puede hacer siempre son configuradas por el entramado de políticas legales y otras formas de constricción. Poner al descubierto la relación entre lo personal y lo público es una estrategia crucial para dar sentido al mundo y a las historias que se cuentan sobre él. (p. 9)

En este orden de ideas, el sociólogo de línea durkhemiana Maurice Halbwachs, ha desarrollado el concepto de la memoria colectiva considerando que el sujeto es portador de un tiempo-espacio histórico y específico (común a otros) que habita la constitución de su realidad subjetiva. Comentando a Durkheim señala que ese cúmulo de fuerzas sociales “incrementan y enriquecen nuestro ser individual con todos los modos de sensibilidad y con todas las formas de pensamiento que recogemos de los demás hombres” (Halbwachs, 2004, p. 137).

La idea de memoria colectiva en la investigación biográfica implica, pues, un modo de presencia social en el sujeto. En este sentido es expuesto además por Eakin al afirmar que “el Yo pronunciado en la biografía no es una primera persona ‘sin cuerpo’. Este Yo es auténticamente plural en sus orígenes y formación de modo que es definido por sus relaciones con otros” (Eakin, 1999, p. 43).[12] En la misma línea se encuentra la idea de Kaźmierska (2004) cuando afirma que “la narrativa de experiencias biográficas revela lo que ha ocurrido en una dimensión social desde el punto de vista de la participación y actuación de los individuos en ella” (p. 157).

Así, pues, la individualidad y la condición social no son dos estratos o sustancias desconectadas dentro del ser humano, sino potencialidades diferentes de las personas en su relación con otros. El individuo tiene la capacidad de ser influenciado y formado por la actitud del otro, por la injerencia de otros sobre él y su dependencia de ellos (cfr. Eakin, 1999, p. 63).

Finalmente, también se debe tener en cuenta que la constitución del sujeto vista a través de su propia comprensión, implica una manera relacional de entender la existencia desarrollada colaborativamente desde un ambiente social particular, inserto, a su vez, en una estructura de mayor cobertura y complejidad (v. gr. sistema político u organización cultural). En tal proceso de diálogo social constituyente del sujeto, de su individualidad e historia, se destaca el rol que desempeñan las pertenencias a determinado tipo de familia, grupo social o sus instituciones tales como escuelas, iglesias, partidos, redes, asociaciones, etc. (relational environments), así como sus entrelazamientos con otras vidas de individuos-clave que surgen en el dinamismo de esos grupos de referencia.[13]

A modo de colofón: hacia una pedagogía de la memoria

Según se ha señalado al comienzo del presente artículo, realizar un estudio biográfico en el marco de la investigación social y educativa supone optar por un tipo de racionalidad que apuesta por el plano subjetivo y, en él, por la relevancia de la memoria, el tiempo, el testimonio y la narración, articulados como un sistema comprensivo.

El reto de la consolidación epistemológica de la investigación biográfica afronta, pues, el complejo proceso de (re) creación del yo dentro de la conformación de una historia de vida donde los ámbitos “individual-psíquico” y “exterior-cultural”, al igual que los binomios tiempo-memoria y testimonio-narración, convergen en una amalgama de sentidos para aportar una versión fundamentada de la trayectoria del sujeto en conexión con determinado propósito de estudio en un campo de conocimiento particular.

De esta manera, se establecen sendas de interpretación generadoras de pautas metodológicas para el tratamiento de fuentes biográficas, aplicación de instrumentos, análisis de información y presentación de hallazgos. Así, pues, la perspectiva biográfica rebasa la idea de género imberbe dominado por la sospecha periodística o la especulación amorfa para situarse en una plataforma desde donde es posible concebir la producción de conocimiento en la investigación social y educativa.

Debido a la naturaleza epistemológica de este trabajo, que supone contribuir a la definición de un horizonte amplio para la ejecución de proyectos inscritos en lógicas afines a la perspectiva biográfica, no se ha pretendido ilustrar aquí una conexión específica con alguna de las múltiples expresiones del campo de las ciencias de la educación. Sin embargo, valdría la pena destacar la especial sintonía de los criterios que aquí se han esbozado con un ámbito de creciente actualidad e innegable vigencia en la investigación educativa, a saber, el campo de la pedagogía de la memoria.

En efecto, dentro de la posibilidad de una pedagogía de la memoria, instrumentada biográficamente, converge no sólo la fuerza simbólica de la narración, el testimonio y la experiencia vivida, sino que expresa, además, la función socio-política de la educación y el complejo mundo del desarrollo progresivo del individuo.

Al menos dos modalidades, complementarias entre sí, se pueden derivar de esta aplicación metodológica. En primer lugar, en el sentido de favorecer la comprensión del actor social de la educación y de su agencia en cuanto constituido psíquica, histórica y culturalmente. Ello permite asumir la historia de vida como lugar de confrontación y de posibilidad en el armado procesual que indaga el cómo y el por qué de las acciones, las convicciones y las interpretaciones del sujeto como parte activa de determinada dinámica social. De otra parte, como soporte a los procesos pedagógicos de concientización –de innegable vigencia ética en la sociedad actual– por cuanto los dispositivos metodológicos derivados de la perspectiva biográfica, ofrecen contrastaciones entre la trayectoria personal y colectiva que promueven la formación de un sujeto capaz de sí y de su historia circundante.

De este modo, la pedagogía de la memoria en el horizonte epistemológico de la biografía, se ofrece como especialmente pertinente para las hodiernas tendencias de la educación que destacan la responsabilidad ética, el compromiso ciudadano y la participación de los individuos en la construcción de Estados plurales y democráticos.

Así, la trama testimonial narrada por un individuo, que no es sólo historia personal sino historia social y cultural de la época que lo ha constituido, tiene la potencialidad de desvelar el relato contextuado de la existencia que mira a la posibilidad del porvenir desde las glosas creativas del pasado, a partir de la praxis recreada en los procesos subjetivos de biografización. La epistemología expuesta en el presente trabajo puede contribuir a esta comprensión de la pedagogía de la memoria que involucra la formación permanente de los actores sociales.

Lista de referencias

Arfuch, L. (2002). El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Benjamin, W. (1991). El narrador. En Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Madrid: Taurus.

Birulés, F. (1996). Del sujeto a la subjetividad. Duro deseo de durar. En M. Cruz (Ed.), Tiempo de subjetividad (pp. 223-234). Barcelona: Paidós.

Bolívar, A., & Domingo, J. (2006). La investigación biográfica y narrativa en Iberoamérica: campos de desarrollo y estado actual. Forum: Qualitative Social Research, 7(4).

Bruner, J. (2003). La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Delory-Montberger, C. (2007). Lo biográfico: una categoría antropológica. En M. Sarria (Comp.), Biografía y formación. Narración de sí e investigación (pp. 61-72). Universidad Santiago de Cali.

Denzin, N. (1989). Interpretative biography. Qualitative Research Methods. Newbury Park: Sage Publications.

Eakin, P. (1999). How our lives become stories: Making selves. New York: Cornell University Press.

Halbwachs, M. (2004). Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: Anthropos.

Hermanns, H. (1987). Narrative Interview. A new tool for sociological field research. Approaches to the study of face to face interaction. Folia sociologica, 13, 43-56.

Kaźmierska, K. (2004). Narrative interview as a method of biographical analysis. En J. Fikfak, F. Adam & D. Garz (Eds.), Qualitative research. Different perspectives emerging trends (pp. 153-171). Ljubljana: Institute of Slovenian Etnology at ZRC SAZU.

Kaźmierska, K. (2009). Identity, the sense of belonging and biographical closure. En Ethnicity, belonging, biography and ethnography (pp. 99-120). Berlín: Lit Verlag.

Mate, R. (2003). En torno a una justicia anamnética. En J. Mardones & R. Mate (Eds.), La ética ante las víctimas (pp. 100-125). Barcelona: Anthropos Editorial.

Ricoeur, P. (2003). La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta.

Robin, R. (1996). Identidad, memoria y relato. La imposible narración de sí mismo. Universidad de Buenos Aires.

Sautu, R. (Comp.). (2004). El método biográfico. La reconstrucción de la sociedad a partir del testimonio de los actores. Buenos Aires: Lumiere.

Shopenhauer, A. (2003). El mundo como voluntad y representación (Vol. 1). Madrid: Fondo de Cultura Económica de España.

Solinger, R., Fox, M., & Irani, K. (Eds.). (2008). Telling stories to change the world: global voices on the power of narrative to build community and make social justice claims. New York: Routledge.

Van Manen, M. (2003). Investigación educativa y experiencia vivida: ciencia humana para una pedagogía de la acción y la sensibilidad. Barcelona: Idea.

Veiga Da, J. A. (1995). Literatura, experiencia y formación. En J. Larrosa (Ed.), La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación (pp. 25-54). México: Fondo de Cultura Económica.

[1]. Para una visión global sobre el desarrollo de tendencias e investigaciones sociales dentro del enfoque biográfico, puede consultarse el trabajo de A. Bolívar y J. Domingo (2006) titulado La investigación biográfica y narrativa en Iberoamérica: campos de desarrollo y estado actual.

[2]. Como se retomará más adelante, se entiende aquí por “giro epistémico” la movilización de las plataformas epistemológicas, es decir, de los paradigmas que subyacen a los procesos de construcción del conocimiento y que sostienen los procesos de diseño, ejecución y evaluación de los proyectos de investigación. La noción de giro se aplica al tránsito de una racionalidad centrada en los métodos cuantitativos de explicación y control (Erklären), heredados del positivismo, al estudio de los procesos históricos, sociales y psicológicos desde un plano de comprensión hermenéutica (Verstehen).

[3]. Dentro del significado del concepto “creación del Yo”, propuesto por Paul John Eakin (1999) en su obra How Our Lives Become Stories: Making Selves –recuperado, además, por Bruner (2003) y Denzin (1989)– se halla contenido el núcleo de la indagación biográfico-interpretativa: “El asunto central del método biográfico es la vida experienciada de una persona” (Denzin, 1989, p. 13). Así se destaca el proceso de creación constante del sujeto, que aquí se denomina (re) creación. Ahora bien, al hablar de yo, en lo sucesivo, no se pretende entrar en la minucia psicoanalítica ni filosófica de esa categoría. Para efectos de este trabajo, el uso del término se equipara a apropiación del sujeto en su manera específica de construirse biográficamente como individuo en su complejidad de relaciones.

[4]. La socióloga polaca Kaja Kaźmierska, que ha desarrollado sus investigaciones en el marco de la perspectiva biográfica, destaca el papel de Znaniecki no sólo como un exponente de la sociología contemporánea en general sino como el académico que creó la escuela de pensamiento en torno a la biografía en tanto “método nacional”. De hecho, la autora recuerda que cuando los enfoques neo-positivistas y los métodos cuantitativos dominaron la sociología internacional por algunas décadas del siglo XX, el enfoque biográfico fue cultivado en Polonia gracias a la escuela de Znaniecki al punto que la biografía llegó a ser presentada en los manuales de occidente como “el método polaco”. Este dato hace parte de los apuntes del seminario de “sociología de la cultura” que tomé con la socióloga en mención durante mi estancia de investigación en la Universidad de Lodz.

[5]. En similar línea de sentido se han revisado, además, las categorizaciones de Bruner (2003) sobre las relaciones memoria-tiempo, y de Ricoeur (2003) sobre el “tiempo histórico”. Sin embargo, por no corresponder al interés directo de este artículo, no se profundiza aquí en los prolijos desarrollos del campo filosófico que ha aportado aspectos claves para la perspectiva biográfica, entre otras cosas, el problema de las transiciones de un “yo pre-racional, postural y primitivo” a un “yo conceptual” que integra la interpretación del sujeto y sus elaboraciones. El lector interesado en este punto, podrá remitirse, por ejemplo, al análisis de P. Ricoeur en su obra Tiempo y narración.

[6]. Delory-Montberger (2007) define la actividad de biografización como “una forma de comprensión y de estructuración de la experiencia y de la acción ejerciéndose de manera constante en la relación del hombre con su vivencia y con su medio social e histórico” (p. 68).

[7]. Dado que no es el interés del artículo profundizar específicamente en esta problemática, el lector interesado en un mayor desarrollo podrá remitirse a la obra autobiográfica Roland Barthes por Roland Barthes o al trabajo de Louis-Jean Calvet Roland Barthes. Una biografía. La desaparición del cuerpo en la escritura. De igual forma podrá verse P. Eakin (1999, pp. 137 ss.).

[8]. En la línea de F. Schütze, trabajada por K. Kaźmierska (2004) (escuela biográfica germano-polaca) se trata de una narración improvisada, sin interferencias programadas por parte del investigador, al menos en una primera fase del proceso (extempore narration about life experiences).

[9]. Los filtros heurísticos se entienden como actos de discernimiento por los cuales el sujeto es capaz de crear un relato de sí interpretado, dirigido y situado. Los relatos del yo procuran una apropiada narración pública de la subjetividad que recorre selectivamente el pasado y lo comunican también selectivamente. Se trata de una suerte de gramática de la memoria que “cubre” por omisión involuntaria o por decisión pensada ciertos acontecimientos o experiencias vividas. El concepto se respalda en la categoría de “fading out of awareness” expuesto por Kaźmierska (2004, p. 162) desde la terminología usada en el análisis formal narrativo de F. Schütze. En ciertas modalidades conscientes del recurso de “fading out of awareness” y “filtros heurísticos”, el autor controla la información que comunica bajo el esquema de “audiencia imaginaria”, es decir, advierte que la interlocución que realiza no está dirigida a la persona exclusiva del entrevistador sino que tendrá repercusiones públicas. El asunto se relaciona con el problema de construir “la verdad” a partir de la narración que una persona hace de sí misma, tema tratado por R. Robin desde la categoría de identidad narrativa propuesta por Ricoeur. Se trata, en última instancia, de la “imposible narración de sí mismo” (Robin, 1996).

[10]. La cuestión del “ser común” es presentada por Arfuch (2002, p. 149) como el espacio vital susceptible de ser compartido; es el biografema de la vida común que favorece acercamientos de historias o, mejor aún, el reconocimiento de que la historia personal es co-construida por pares existentes.

[11]. En este sentido se advierte la orientación de los procesos constituidos en torno a la justicia anamnética que ha formulado Reyes Mate (2003, p. 100), donde la memoria del otro oprimido es el primer elemento para la construcción de una nueva realidad ética. Dado que el olvido es la propedéutica de la injusticia, el testimonio de la víctima da vigencia al imperativo moral y suscita el camino de la reparación.

[12]. Eakin realiza este planteamiento en el marco de lo que él llama “autobiografía y mito de la autonomía”. Contra la ilusión autobiográfica de la autodeterminación absoluta, el autor sostiene que toda identidad biográfica es relacional cuestionando el “individualismo posesivo” que, según él, ha definido el curso de los estudios biográficos.

[13]. Comentando las narrativas de Silko, Gates y Scot, Eakin (1999, p. 85) refiere que el ambiente clave en la formación del individuo es la familia, la cual sirve como comunidad primaria que dirige la transmisión de sus valores culturales. No sorprende que una importante variedad de autobiografías que acentúan el plano relacional, tomen la forma de “memorias de familia”. De este modo, “la manera más común de la vida relacional es la historia vista a través del lente de su relación con otra persona clave, algunas veces un hermano, amigo o amante; pero, con mucha frecuencia, un familiar que podemos llamar el ‘otro-próximo’ (proximate other), para significar la íntima relacionalidad con el autobiógrafo” (Eakin, 1999, p. 86). El concepto se puede expresar también como “otro significante” (significant other), la persona que es capaz de conferir un impulso a la biografización del sujeto por el papel determinante que juega en su historia. Aquí se ubica, además, el concepto correlativo de “memoria afectiva” (heart memory) expuesto por H. Reboul y recuperado por K. Kaźmierska (2009). La memoria afectiva es “fundamental por cuanto está conectada con la vida de familia, siendo la directriz que vincula la persona a sus ancestros, hermanos, amigos, o básicamente a las personas que influyen en la vida emocional desde sus primeras etapas” (p. 113).