Indiscutiblemente, la educación es un pilar fundamental para el desarrollo y la movilidad social de un país. Facilitar de capacitación, equipamiento, herramientas, instalaciones, modelos educativos y políticas adecuadas son esenciales para contribuir a su fortalecimiento, modernización e innovación y, con ello, responder a las necesidades individuales y colectivas de las personas.
En este sentido, la educación debe observar elementos que pongan en el centro de este proceso al estudiante, proporcionándole las habilidades y competencias tanto temáticas como personales que le permitan construir una formación que se adapte a sus necesidades y potencialidades.
La educación enfrenta el desafío de transformarse para mantenerse relevante en un mundo en constante cambio. Una pregunta recurrente que está en el aire es: ¿La educación que se imparte en los distintos niveles ha convertido el conocimiento, y su valor intrínseco, en un instrumento mecanizado donde capacidades y fortalezas como la curiosidad, la imaginación, la creatividad y la reflexión quedan reemplazadas por conceptos y prácticas inútiles que desplazan la eficacia y utilidad de los aprendizajes, la aplicabilidad de los conocimientos, los valores y las capacidades intelectuales y personales?
Como respuesta a esa interrogante, diversos especialistas plantean la premisa de que la educación debe promover el desarrollo autónomo e independiente. Debe crear escenarios donde se observe al mundo como una tarea, como una inacabable confección, como un quehacer del que sentirnos responsables, en donde confluya, participe y colabore la pluralidad humana. Además, se deben establecer condiciones para que cada estudiante tenga su propia manera de hacer, sentir y ver las cosas y, desde esa individualidad, determine qué y cómo quiere ser y, cómo debe actuar, definiendo qué clase de ser humano desea ser.
En este contexto, se distingue la idea de una ecología educativa basada en ecosistemas abiertos de aprendizaje, donde la tecnología es utilizada para amplificar una educación basada en principios inclusivos, abiertos y ubicuos. Esta perspectiva subraya la importancia de la transformación de los espacios formativos, la didáctica pedagógica, sus dinámicas, herramientas y metodologías, inspirando y garantizando cambios significativos en la enseñanza. Tal transformación no solo abre rutas hacia la innovación y a la creación de estrategias creativas, sino que también, promueve el pensamiento crítico, la inteligencia emocional, el aprendizaje colaborativo, el autoaprendizaje, la creatividad y la solución a problemas reales. En este escenario, el conocimiento y su valor intrínseco se convierten en pilares para forjar personas libres, independientes y autónomas.
Estos expertos también coinciden en que el sistema educativo actual requiere un cambio necesario y urgente, desvinculándose de prácticas superadas que respondan a las necesidades de la era digital. Sir Ken Robinson, una figura reconocida en el mundo de la educación, señala que, mientras los ámbitos económicos, culturales y personales han sufrido una transformación enorme, en los últimos 50 años, los sistemas educativos no han movido un ápice sus programas y sus objetivos.
En el libro “Clase Disruptiva: Cómo la Innovación Disruptiva Cambiará la Forma en que el Mundo Aprende” de Clayton Christensen, Michael B. Horn y Curtis W. Johnson, se establecen algunos principios de la innovación disruptiva para repensar la educación y superar los obstáculos que han dificultado la reforma educativa en el pasado, democratizando el acceso a la educación y personalizando la experiencia de aprendizaje. El libro sugiere la adopción de enfoques más flexibles y tecnológicos que preparen a los estudiantes para afrontar un mundo en constante cambio. Refiere también, modelos alternativos y el aprendizaje adaptativo.
Como ejemplos de innovaciones disruptivas en educación es posible citar el sistema de inteligencia artificial de la compañía Capaball para crear itinerarios formativos personalizados en función del perfil del estudiante. Otra referencia interesante es el concepto “hiperaula” que combina hiperespacio (espacios amplios, móviles, diversos, abiertos y flexibles) que abre todas las posibilidades del trabajo en equipo, el aprendizaje colaborativo o la enseñanza mutua; hipermedia (aulas donde la tecnología constituye un entorno en sí mismo y no un mero apoyo); y, la hiperrealidad (utilización de realidad aumentada, virtual, 3D o inmersiva con escenarios virtuales compartidos con un alto potencial docente). Otras referencias son la universidad danesa Kaospilot, la norteamericana Minerva o la sueca Hyper Island, quienes han puesto en práctica planteamientos educativos innovadores como: renovación frecuente de contenidos, proyectos reales con empresas, ausencia de itinerarios predefinidos, aprendizaje prueba-error en lugar de exámenes y de clases magistrales, aprendizaje basado en la experiencia de alumnos y profesores, metodologías orientadas a explotar el liderazgo y el emprendimiento.
La transición educativa es una realidad, sus principios y objetivos se apoyan en la implementación de innovaciones disruptivas, la personalización del aprendizaje, la integración de tecnología para impulsar el desarrollo autónomo, fomentar el pensamiento crítico, asegurar la equidad en el acceso a la educación, valorar la diversidad cultural y lingüística, y mejorar de la calidad educativa. Estos cambios son necesarios para preparar a las nuevas generaciones para enfrentar los desafíos del siglo XXI con éxito.